Episodio 2: «Una infancia desarraigada» – El legado de Lara
Cuota:
Con motivo del estreno del documental «Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia» de la cineasta inglesa Mags Gavan, Bándalos les propone una serie de artículos que recorren la vida y la lucha de Jorge Lara, a través de charlas y entrevistas de nuestra periodista Guylaine Roujol con el tercer hijo del ministro de Justicia asesinado en Bogotá el 30 de abril de 1984. Encuentros que tuvieron lugar en Bogotá y París, en 2021 y 2022, el último, cinco semanas antes de su fallecimiento el 9 de marzo de 2022 en la capital francesa.
Episodio 2. Una infancia desarraigada
Mientras tomaba forma la crónica de la anunciada muerte del ministro, Jorge vivía con sus dos hermanos de 3 y 8 años y su madre en lo que era su rutina diaria, aunque no era para nada una situación normal. De esa época, el Negro recordaba los partidos de fútbol frente a la casa, con escoltas armados. “Tanta era la amenaza que ya no podíamos ir en el bus del colegio porque los otros padres temían que intentaran un atentado. Entonces nos enviaban en el auto de los escoltas detrás del bus, saludando a los amigos para no estar tristes. Teníamos contacto con los escoltas todo el santo día”.
Este padre, muy amoroso y cariñoso con sus hijos, los llevaba de paseo cuando se podía, a pesar de la situación compleja de seguridad y del poco tiempo que pudieron estar juntos.
“Como él sabía que lo podían asesinar en cualquier momento, el plan era que nosotros arrancáramos, mi mamá, mis hermanos y yo, hacia Europa. Mi padre iría a Estados Unidos, donde haría unas declaraciones sobre el gobierno colombiano y la corrupción. Eso era lo que él tenía planificado. Nos teníamos que ir de acá porque nos iban a matar a todos. Quería renunciar a su cargo de ministro de justicia y planeaba enviarnos a Checoslovaquia”. Pero no lo dejarían llegar a testificar.
En un curioso guiño a la historia, si Rodrigo Lara Bonilla no tuvo tiempo de ejercer como embajador al otro lado del Muro de Berlín, su sucesor en el Ministerio de Justicia, Enrique Parejo González, cuya política fue la continuación de la lucha contra la corrupción y el narcotráfico, fue designado para Hungría después de dejar el ministerio. Esta distancia, sin embargo, no le protegería. En 1987, sufrió un intento de homicidio en Budapest y resultó gravemente herido en un atentado atribuido al cartel de Medellín.
El exilio y las amenazas
Luego de la tragedia, como es triste costumbre en Colombia, a pesar de ser víctimas, la viuda de solo 28 años y sus tres pequeños hijos no tuvieron más remedio que huir del país. “La revictimización es peor aun cuando viene del mismo Estado”, lamentaba Jorge. “Betancur no pudo garantizar nuestra seguridad. ¿Por qué? Porque tenemos la mafia en el poder”. Un mes después, llegaron a España.
Destierro. Exilio. Migración. Asilo… No faltan palabras para designar el desarraigo de millones de colombianos durante la historia del conflicto armado, en busca de un lugar más seguro. Más allá de las fronteras, llegar a Europa no significó para los Lara Restrepo que la vida se hubiera convertido en un camino de rosas. “Recibimos cartas que molestaban a mi mamá. Éramos un objetivo militar de esa gente”, recordaba Jorge con tristeza. El trauma experimentado en Colombia los perseguía. A los tres hermanos, les tocó crecer y construirse en este exilio, en una fuga de país en país por la amenaza siempre presente. Cada uno, según su edad, carácter y estrategia personal, intentó sanar esta horrible herida y sobrevivir.
“Desde los siete años, primero entré en una fase de descontrol total, porque no entendía lo que estaba pasando ni por qué estábamos saliendo”, me confió Jorge mientras caminábamos en el parque de la Independencia, al final de una mañana soleada de octubre de 2021. “Lo entendí muchos años después, hablando con psicólogos… esa rabia que cargaba por el doble trauma del abandono. El primero fue el asesinato de mi padre. Aunque no me abandonó, un niño lo vive de esa manera. Y el segundo trauma es que nosotros fuimos las víctimas y el país nos echó”.
Seguramente sentía ese mismo rechazo y olvido al pasar frente al monumento abandonado de la calle 127, dedicado a su padre en el norte de Bogotá, cerca del lugar donde ocurrió su asesinato, cubierto de grafitis y collages, como una pared común y corriente del centro.
Después de un año en España, se mudaron nuevamente a otro país. Hasta en Suiza, donde se quedaron seis años según sus recuerdos, las amenazas continuaban. Enrique Low Mutra, exministro de Justicia entre septiembre de 1987 y julio de 1988, conocido por su lucha contra el narcotráfico y por haber pedido la extradición de Pablo Escobar Gaviria, Gonzalo Rodríguez Gacha y los Ochoa Vásquez, también llegó a Suiza como embajador. “Había sido exiliado por las mismas razones que nos llevaron allí y hasta Suiza lo fueron a buscar”. De regreso a Colombia, el destino quiso que Enrique Low Mutra también fuera asesinado el 30 de abril de 1991, a la salida de la universidad donde se desempeñaba como decano y docente.
“Tenía la cabeza tostada”
“En Suiza, tenía la cabeza hecha un ocho, totalmente mal. Yo era el más rebelde porque Rodrigo, el mayor, era como el más responsable, y Paulo, el menor, era el más cuidado. Todo ser humano tiene su periodo de crecimiento para entender las cosas. A los siete años, el asesinato de mi padre me afectó mucho. Y de los 7 a los 12, solo sentía ganas de venganza”, suspiró mientras seguía relatando su infancia.
“Además, Colombia es un país violento, donde te enseñan que si alguien mata a un ser querido, tienes que ir a vengarlo. ¡Esa es la lógica colombiana! Tienes que ser macho, tienes que vengar a tu papá. Y eso te lo meten en la cabeza. Tenía la cabeza tostada”. Cambiar de lugar constantemente también fue traumatizante, a pesar de todo el amor de su madre.
Jorge llama a Natas, quien se había alejado un poco, inclina la cabeza, hace una pausa y añade, mirándome a los ojos: “A los 12 años tenía tanta rebeldía que intenté asesinar a Juan Pablo”.
Un día de septiembre, en Friburgo (Suiza), un amigo le cuenta que, en un colegio de Lausana, a menos de 80 kilómetros, había llegado un colombiano. Jorge se emociona. ¿Un colombiano? ¿De pronto trajo Condoritos o chocolatinas? Piensa todavía como niño. Su imaginación se pone en marcha. Podrían conocerse, seguramente tendrían cosas en común. Pero el suelo parece abrirse bajo sus pies cuando descubre su nombre.
“Intenté asesinar a Juan Pablo Escobar”
El colombiano es de apellido Escobar. “Para mí, solo había un Escobar”. Aunque el apellido es común, si era él: Juan Pablo Escobar, el hijo de quien había ordenado matar a su padre, también huyendo de la violencia. Inmediatamente, Jorge quiere vengarse. En su visión ya romántica, imagina que esta es la oportunidad de defender el honor de su padre y vengar su muerte. Más aún, su deber.
“Tengo que cobrar venganza. Sé que mi país me lo va a perdonar y me recibirán como se debe”, explica Jorge a su amigo. “Vamos y lo matamos. ¿Cuándo? Mañana. Salimos del colegio, nos vamos a Lausana. Lo busco, lo mato y regresamos”. Así de sencillo.
Esa noche, cuando llega a casa, mete un destornillador y un martillo en su maleta. Y, si no lo logra así, planea “terminarlo con una cuerda y limpiar la sangre con la camiseta al final”. Al día siguiente empieza la clase. “Lo tenía claro; ese día me porté muy bien. Salimos del colegio a las 4:00 p.m. y llegamos a la estación”. En lugar de coger el tren para regresar a casa, intentan tomar el que va a Lausana. Pero no tienen el pasaje ni el dinero suficiente para pagarlo. Los controladores de billetes vigilan. Se esconden y esperan otros trenes. La operación fracasa.
“Lo matamos mañana”, asegura Jorge. “Pero al otro día seguramente salimos, fuimos a jugar Street Fighter, dos en las maquinitas, y fue pasando el tiempo… fue pasando el tiempo”, recordando al niño travieso que había sido. “Estaba tan descarrilado que, más adelante, mi mamá decidió enviarme a un monasterio en Inglaterra”.
El poder restaurador de una madre responsable
“Mi madre me envió con los curas, en medio de la nada, en Inglaterra, a un internado muy estricto”. En 1992, el austero mundo del instituto inglés no era para nada del agrado de Jorge. El castigo corporal aún no estaba prohibido, y a Jorge lo pillaron fumando, lo que, por supuesto, estaba prohibido. A sus 14 años, era todo un adolescente y pensaba en las chicas que extrañaba.
Pese a todo, siente que todo esto fue reparador para él, pues no habría sido fácil para su madre tener por sí sola la autoridad suficiente frente a esta situación. Cada vez que menciona a Nancy, lo hace con términos dulces y llenos de amor, eternamente agradecido por la forma en que crió a sus tres hijos.
“El gobierno colombiano dijo que nosotros siempre seríamos pupilos del Estado. Teníamos becas, pero después de dos años en Inglaterra, nos quitaron las becas”.
Finalmente, a los 16 años, llegaron a Francia. “Ya es otra etapa de la vida”.
Continuará en el Episodio 3: «El curioso destino paralelo de Jorge y Juan Pablo Escobar»