La gloria eres tu: «Luca Varecci». Cap. 2 – Parte II
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Luca Varecci
En aquel lujoso hotel conocí a Luca Varecci el amor de mi vida, mi pareja, el culpable de mi desenfreno y motivo de mi rompimiento matrimonial con Matilde. Luca, esperaba el ascensor mientras yo reclamaba la llave de mí habitación. Subimos al mismo piso los dos y experimenté una emoción que parecía compartida. Su mirada me perturbó y la mía lo confundió, no podíamos ocultar que estábamos dispuestos a entablar conversación. Después, de unos segundos me di cuenta de que no me había equivocado, antes de abandonar el ascensor, Luca preguntó:
– ¿Che ora e?-
Con una sonrisa intencionada le respondí:
-Sono le sette.-
-Ora ideale- contestó sonriendo
Con guiño placentero, Luca replicó:
– ¿Davvero? –
El ascensor se estacionó en la tercera planta y Luca colocó la mano en la puerta evitando que se cerrara. Mirándome fijamente movió con suavidad sus hermosos labios para decir:
– ¡S’accomodi!-
Queriendo decir: ¡pase por favor!
Salió arrastrando una maleta un poco más grande que la que yo llevaba de mano y como si nos conociéramos de siempre nos colaboramos para identificar las habitaciones asignadas. El universo conspiraba para que Luca y yo estuviéramos juntos, los dormitorios estaban uno al lado del otro, separados por una angosta y frágil pared. Después de cruzar los nombres y unas breves palabras, se despidió con ternura sin disimular que yo le gustaba. Probablemente le inspiraba dulces apetitos, así como él los inspiraba en mí.
– ¡Arrivederci! –
Cuando di la vuelta para entrar a la habitación se regresó hacia mí, impidiendo que el momento mágico, acabara:
¿Questa sera usciamo a cena assieme? –
Después lo dijo en español.
– ¿Esta noche vamos a cenar juntos? –
Doble sorpresa, hablaba español y me invitaba a cenar. Aunque estaba cansado de tanto caminar, obviamente acepté, sin dudarlo. Nunca le creí que fuera tímido como aseguraba, pues, aunque afirmó varias veces que le costaba entablar conversación con quien le atraía; conmigo jamás demostró cobardía ni temores. Por el contrario, desde el primer momento estuvo decidido a la conquista y yo a dejarme llevar por el gusto que me daba saber que podía inspirar un arrebato en un hombre tan hermoso como él. Esa noche, fuimos a cenar y durante algunas horas reímos y nos encargamos cada uno de proyectar nuestra mejor faceta. A la madrugada regresamos al hotel y al despedirnos para ir cada uno a dormir se acercó tiernamente y me besó muy cerca de la boca. Me dejé llevar por las copitas de vino y acaricié sus labios con dulce gusto y pasión creyendo él que del beso ardoroso seguiríamos a la cama y aunque la emoción me impulsaba a revolcarme con aquella hermosa conquista italiana, recordé que el obispo estaba en Roma y que lo más conveniente e inteligente era no meterme en líos ni sucumbir en aquel deseo feroz que Luca me inspiraba… No pasó nada cada uno a su camita.
***
El estilo de vida y la acogida de la gente italiana son fascinantes, bajo los primeros rayos de sol Sebastián se apareció a las ocho y treinta de la mañana en mi habitación, listo para probar su segundo alimento del día, temprano había comulgado. Estaba más protocolario que de costumbre con sus finos y afectuosos modales me invitó a subir al mirador del hotel para desayunar y aprovechar la vista maravillosa. Los dos nos cautivamos con el panorama único desde donde se aprecian más de dos mil años de historia de una ciudad y un país inolvidable. Nos deleitamos con las exquisitas viandas ofrecidas y servidas con riguroso glamour y nos perdimos en una repentina y fogosa conversación acerca de la aprobación del matrimonio gay en España. Su posición de obispo me merecía todo el respeto, pero yo tenía clara mis opiniones y mi orientación sexual. No puedo saber si me puso nervioso por ser mi hermano o me intimidaba su condición de confesor interrogando. Siempre había ejercido autoridad en mi vida por ser el mayor y después como sacerdote. Sebastián, con solemnidad aseguró:
– ¿Una breve modificación en el Código Civil español y asunto resuelto no? –
Su frase contundente se refería al famoso artículo 44 en el que efectivamente tan solo se añadió: “El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”.
– ¡Así es! – le respondí
Apoyándome en mis conocimientos intenté rebatirlo y hacerle entender que el matrimonio gay en España, al menos para mi, era un acierto por parte del gobierno. Sabía que incluso, algunos homosexuales no estaban de acuerdo con la aprobación legal del matrimonio gay y que piden tan solo, que se les permita heredar o ser beneficiarios como viudos, después de la muerte de sus parejas. Otro sector es indiferente, escoge no debatir al respecto manteniéndose al margen de cualquier comentario. Lo único cierto, es que, para todos, la medida resultaba justa, siempre y cuando se admitiera a los homosexuales la posibilidad legal de recibir herencias o derechos estipulados en los testamentos de sus compañeros con los que vienen compartiendo trabajo y vida.
Casi de inmediato, completó su frase diciendo:
– ¡Y no suficiente con permitir que las parejas del mismo sexo contraigan matrimonio, también les han aprobado la adopción! –
Volví a incorporarme e instintivamente clavé mi mirada en sus ojos tercos y penetrantes:
– ¡Mira, Sebastián, la homosexualidad hace muchos años fue considerada un delito, una enfermedad mental e incluso una perversión, pero actualmente con cierto grado de entendimiento debe ser vista como una variante de la sexualidad humana que merece todo reconocimiento y respeto! –
Sin pasar casi saliva y mostrando un evidente disgusto, mi hermano añadió:
– ¡La naturaleza es sabia y el matrimonio entre un varón y una mujer es complementario! –
Quise rebatirlo, pero…levantando la voz me interrumpió para decir:
– ¡La unión del hombre y la mujer comprende esencialmente la dimensión sexual donde el alma y el cuerpo se unen y se comunican, así es como se convierten en una sola carne! –
Para bajar el calor de la conversación le ofrecí un poco más de jugo de naranja, pero…lo rechazó negando rotundamente con un movimiento de cabeza y, mirándome con ímpetu como si intentara apabullarme con ademanes autoritarios y palabras contundentes preguntó sentenciando:
– Si es tu circunstancia quiero saber si ¿ fuiste capaz de meterte en un armario sagrado? –
Sentí que el obispo con su aseveración me estaba no solo restregando mi gran verdad en pleno rostro, sino que me apretaba de los guevos con el único propósito de imponer su condición de clérigo y su poder como hermano mayor. Bebí varios sorbos de café y con un gesto de aceptación le dije irónicamente:
¡Sí, debía esconderme, no tenía otra opción… lo que Dios ha decidido el hombre no puede rechazarlo! –
¡Cuidado, no traspasemos los límites del respeto querido hermano, dijo Sebastián, añadiendo:
– ¡Sabes que te quiero por encima de cualquier situación y recuerda siempre que no hay nadie libre de pecado! –
En ese momento intenté dar un giro a la conversación y limar el momento, ahondando en lo personal. Aproveché para hablarle acerca de mis deseos y de las ideas que se habían ido arraigando con fuerza en mi vida, tenía claro que para poder realizarme como ser humano homosexual debía tener valor para cargar dignamente mi supuesto “desvarío”. Le conté que estaba en Madrid participando en un seminario sobre “Mitos de la homosexualidad”.
En seguida percibí su sorpresa pues él creía, según dijo: que me encontraba en España en asuntos relacionados con mi profesión de médico. Le expliqué que, siendo gay, algunas organizaciones que lideran la lucha de reivindicación de derechos para los homosexuales se esmeran por difundir los logros alcanzados. En la terraza del hotel quedábamos solo los dos, las mesas ya estaban vacías y los huéspedes habían desocupado el lugar. Uno de los relojes colgados en la pared marcaba las diez y quince de la mañana. Respiré lo más rápido que pude y súbitamente me atreví a pedirle:
– ¡Quiero hablarte en confesión! –
Sorprendido, pero intentando encajar el impacto de mi propuesta, Sebastián, se limitó a acecharme con sus ojos penetrantes, mientras se daba tiempo de analizar su resolución. Sentí que mi pedido a lo mejor le resultaba escabroso al tener que escuchar las verdades que seguramente sospechaba de un homosexual que para colmo de males era su propio hermano, pero como ministro de Cristo no pudo negarse.