La gloria eres tu: Cap. 8 – Primera parte
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Por Alessandra Sabatini
Capítulo 8
PARTE 1
La Homofobia de mi madre
Mi hermano nunca aseguró que iría a la ceremonia de premiación y Carmena, mi madre aceptó complacida la invitación al agasajo donde su hijo sería congratulado. Desde que murió mí padre ha dedicado el tiempo a sacar adelante uno de sus sueños: ¡el diseño de modas! y aunque con la jugosa pensión que mi padre le dejó no necesita trabajar, lo hace para satisfacer su ego y convertirse en referente de alta costura. Abrió una boutique en compañía de mi tía Alicia, también talentosa, vanidosa y sofisticada como mi madre. Ellas ignoran que Matilde y yo estamos separados. Miguel Antonio, mi padre, murió convencido de que la homosexualidad que algún día sospechó que su hijo padecía era producto de una de esas apreciaciones erradas que a veces tienen los padres sobre los hijos.
Poco después de mi matrimonio con Matilde su mente se perdió y las dudas que había sobre mi orientación quedaron sepultadas. No he entendido por qué para que la homosexualidad sea considerada como algo normal es obligatorio destaparse, salir del closet y gritar a los cuatro vientos que se tiene otra orientación sexual. Hasta hoy, no estoy convencido de que sea una razón lo suficientemente fuerte como para estar obligado a hacerlo. No conozco al primer heterosexual haciendo semejante espectáculo y menos aún para lograr que se le respeten y valoren sus derechos como ser humano. Pero en este mundo de puertas cerradas y de discriminación es importante bajarse los pantalones y hacer frente a la homofobia, sobre todo a la de los padres y familiares con la mayor fortaleza posible. Por guardar las apariencias con mi madre tuve que invitar a Matilde a la ceremonia de mi premiación en Madrid y ella agradecida aceptó encantada.
Mi madre y yo teníamos toda una historia que se fue contaminando y que nunca pudimos limpiar por su falta de tolerancia y verdadero amor. El amor de madre no fue lo suficientemente grande para aceptar que había tenido a un hijo homosexual. Para ella fue un impedimento para amarlo como una madre debe amar a un hijo. En mi época de estudiante universitario mi madre compraba calendarios de mujeres desnudas intentando hacerme creer que sus amigas se los obsequiaba y que eran más apropiados para “un hombre”. Asegurándose de que los viera sin falta los “abandonaba” encima de mi escritorio no sin antes abrir la página donde posaba con las piernas abiertas una rubia del mes de abril y sugerir la sensualidad de la morena encargada de exacerbar la pasión masculina en el mes de mayo.
En el fondo ella intuía que ninguna de esas mujeres exuberantes y llenas de atributos físicos sería capaz de motivar apegos carnales que mi instinto probablemente jamás experimentaría. ¡Cómo cambiaban las épocas y cómo cambiaban las madres!. Cuando era niño, mi abuelo me contaba que en su habitación no podían faltar los almanaques en los que el paso del tiempo se contemplaba observando la imagen divina de Jesús en el mes de enero o la de San Judas Tadeo en el mes de febrero y así sucesivamente hasta llegar a diciembre con la representación del niño Dios en un pesebre. En cambio, yo, desde bien joven estuve obligado a desdoblar mi personalidad contando los días en almanaques con mujeres desnudas o semi-vestidas que nunca despertaron en mí apetencias sexuales ni estimularon los deseos carnales propios de los “hombres”. Confiada mi madre en afirmarme el gusto por las mujeres, compró durante varios años esos calendarios eróticos y provocadores para revolverme el instinto masculino. Sospechando que la estrategia no le estaba funcionando, optó por exigir el gusto hacia las mujeres asegurando que “a todos los hombres les gusta ver y hacer obscenidades con chicas en bola y yo no iba a ser la excepción”.
Un día la escuché discutiendo con mi padre acerca de mi poco interés por las mujeres.
Mi padre le reclama diciéndole:
-¡Si sale maricón es tu culpa lo consientes demasiado!
-Ella respondía furiosa:
– ¡Si resulta maricón, prefiero verlo muerto! –
Luego de un silencio incomodo mi padre replicó:
– ¡Si fuera ladrón no me importaría, pero nunca mariposa! –
Aquella conversación plagada de expresiones contundentes y posturas radicales de mis padres retumbaron por muchos años en mi mente. La inmadurez y mi inseguridad alimentaron miedos internos sobre todo conocer la opinión de mis padres, afectó mi forma de tomar decisiones especialmente en el tema de mis relaciones personales con mujeres. No fue posible salir a mostrarse como homosexual en una región machista y conservadora teniendo la entereza de soportar burlas y juzgamientos. Nunca tuve el valor de descubrirles mi verdad y explicarles que había llegado a este mundo diferente. No me atreví a mostrar el hombre sin maldad dispuesto a hacerle frente a mi orientación de manera digna y responsable. No era nada fácil hacerle frente a esa realidad después de haber escuchado sus razones por aborrecer un hijo homosexual. Al enfermar mi padre y Sebastián estar en el seminario, el dominio de mi madre sobre mí fue total. Me chantajeó todo lo que pudo con la enfermedad de mi viejo, recordando que no se le podía dar ningún disgusto y que si me casaba y formaba un hogar lo haría el padre más feliz del universo. Se atrevió a decirme que si me quedaba soltero me culpaba de su muerte porque vivía angustiado con la idea de que me quedara maduro, sin rumbo fijo. Para ellos tener a un hijo sin una esposa que borrara toda duda los avergonzaba, varias veces los escuché decir: soltero maduro maricón seguro. Mi cobardía y mi proceder de complacencia me llevaron a salir del armario de mi madre para esconderme en el armario de mi esposa. Fue tanta su autoridad sobre mí que me convenció de contraer matrimonio con la hija de una familia cercana a mis padres para dar tranquilidad a mí viejo ausente y casi moribundo y permitirle a ella, difundir la noticia con orgullo entre amistades y familiares. Mi decisión de matrimonio fue forzada, incluso mi madre llegó a pagar mucho dinero en avisos en páginas sociales de prensa para que se hablara de las fotografías de mi boda con Matilde. La última vez que nos vimos tuvimos una seria discusión porque intentó presionar para que embarazara a mi esposa y de paso la hiciera la abuela más feliz del universo. Me negué y le dejé claro que me había casado con Matilde por satisfacerla y darle un motivo de felicidad a mi padre. Un día, siendo un estudiante universitario me llegó por correo un folletín de preguntas y respuestas para aprender a destapar la homosexualidad ante los padres donde se explica paso a paso lo que se debe hacer para salir airoso de esta situación. Así, comencé a dudar preguntándome si en realidad, estaba listo para presentar ante mi madre mi faceta de marica con toda la responsabilidad y seguridad que se debía. El método implicaba responder algunos interrogantes y colocar en frente las respuestas:
¿Está seguro de su orientación homosexual?: Si claro que si, ya no tenía duda
¿Se acepta y se ama sabiendo que es homosexual?: a veces,
¿Tiene amigos u otros familiares que apoyan su orientación?: muy pocos,
¿Por qué quieres destaparte?: ni puta idea, por Matilde, me extorsiona.
¿Depende económicamente de sus padres?:No.
¿Es fuerte la relación afectiva con sus padres?: ¿cuál relación?
¿Está decidido a hablar con ellos por voluntad propia o porque una circunstancia particular lo empuja?: porque necesito vivir una vida auténtica y honesta.
Casi todas mis respuestas iban en contra del método sugerido para destaparse ante los padres de manera que si fuera un poco más cuerdo y menos impulsivo desistiría de enfrentar a mi madre y dejaría las cosas como están. Descubrí que ella había enviado el folleto por correo con el propósito de evitar que yo me atreviera a contarle mi secreto, lo hizo ver como si hubiera llegado dentro de material de estudio universitario.
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