La gloria eres tu: Cap. 9 – «Venganza» y «Ley de vida»
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Por Alessandra Sabatini
Capítulo 9
Parte 1
Venganza
Matilde ha conseguido embarazarse utilizando el esperma congelado que manteníamos en la clínica de Nueva York, imitó mi firma autorizando la fertilización con la idea de amarrarme con un hijo que no deseo. ¿Tendré que explicarle a mi hijo que nunca quise que viniera al mundo?, ¿qué clase de vida enfrentaremos encerrados en está jaula gay?
Matilde se volvió loca y yo estoy preso de su demencia, me exigió que renunciara a Luca y regrese a su lado.
– ¡Viviremos como una familia y lo haremos con decencia y dignidad! – aseguró,
Mientras hablaba se embadurnaba el vientre con crema de zanahoria y colágeno evitando con suficiente antelación que se le marquen estrías.
– ¿Cuántos meses de embarazo tienes? – pregunté.
Con los ojos inyectados de rabia, respondió:
– ¡Ni pienses que lo abortaré miserable, no seas infame! –
Ni siquiera había pensado en un aborto, no apoyo el aborto como método anticonceptivo, simplemente quería saber el tiempo de gestación. Estoy seguro de que jamás le hubiera propuesto algo así, mis principios me lo impiden.
– ¡Con tal de estar en tu maricada serías capaz de obligarme a asesinarlo! – aseguró furiosa
Preferí relajarme y recomendarle lo más adecuado:
– ¡No vuelvas al hospital! – dije intentando persuadir a aquella mujer indescifrable para mí.
Ella no respondió y aproveché para decirle:
– ¡Un hospital no es el lugar idóneo para una mujer que espera un hijo! – aseguré fingiendo preocupación.
Con una sonrisa resplandeciente preguntó:
– ¿O sea que te has hecho a la idea de ser padre? ¿ya no rechazas a tu hijo? –
Estuve a punto de tomarla por el cuello y hacerle entender que lo que había hecho era un acto de locura miserable e imperdonable, una infamia con ella, conmigo y con la criatura inocente. Preferí evitar un disgusto más y le pedí dejar la plática para otro día. Antes de marcharse preguntó:
– ¿Regresarás a casa? – exclamó teatral.
Olvidando que la mejor estrategia era el control de mí mismo y que con Matilde debería ser prudente y mantener la calma hice todo lo contrario:
– ¡Jamás volveré, aunque tengas una docena de vástagos inseminados! – respondí alterado
Se paralizó, me miró con rabia y dijo:
– ¡Vamos a ver si puedes abandonarnos para irte a vivir entre maricones! – vociferó
Sin miedo, expresé con claridad:
– ¡Ni abandonaré al hijo que te hiciste, ni dejaré a Luca, ni viviré contigo, ni temo a mi madre! – enuncié con seriedad
Me recosté en un sillón y respiré hondo:
– ¿Que piensas hacer ahora? – interrogó satisfecha.
Con una carcajada fingida aseguró:
– ¡Pagaría por ver tanto valor reunido eres un pobre hombre con ínfulas de macho! – dijo insultante
Después, se sentó, me miró de arriba abajo y añadió:
– ¡Tú y yo sabemos que te cagas si tu madre se entera que saliste torcido que me abandonaste por un marica extranjero que está detrás de tu dinero! – afirmó valiente
– ¡Cállate, tranquilízate, pareces una loca! -, dije incómodo.
– Tu madre ya lo sabe- dijo con frialdad
– ¿Qué le has dicho? – contesté curioso
– ¡Que el médico italiano es gay, pero como tú eres hombre no hay por qué temer! – expresó contenta.
– ¡Cada ficha quedará en su lugar! – le aseguré relajado
– ¡No dudo que así será! – dijo ella con sarcasmo.
Apretó los labios y se fue no sin antes dejarme clavado un veneno sin posibilidad de encontrar el antídoto.
– ¡Tengo trece semanas de embarazo, cabrón! –
El taconeo de Matilde por el corredor retumbaba en mis oídos, imaginaba sus piernas vigorosas caminando sin rumbo guiadas por ese odio ciego que la empujaba a destruirme. ¿A qué le tengo tanto miedo? ¿qué me causa horror? ¿por qué para algunos es tan sencillo asumir su orientación con la madre y para otros es imposible? Recuerdo a un chavo que llegó al hospital después de haberse cortado las venas. Sus amigos lo rescataron del baño en el que se encerró para dejarse morir. No quería asumir la homosexualidad ante la familia y odiaba ser gay. Cuando abrió los ojos y vio que sus amigos le habían salvado la vida gritaba enfurecido:
– ¡Pendejos, ¿qué hicieron? ¿por qué me salvaron la pinche vida? –
– ¿El chico me preguntó por qué no me morí doctor? –
– ¡Tienes una misión para Dios y por eso te ha dado otra oportunidad! – dije tranquilo
– ¡Si Dios existiera no me hubiera hecho maricón! –
Yo, que había pasado por esos pensamientos tuve la respuesta:
– ¡Dios ama a todos por igual, una cosa es la iglesia de los hombres y otra muy diferente Dios! – expresé seguro
– ¡Fui un imbécil, he debido cortarme las venas de forma vertical y no horizontal verdad doctor? – escudriñando.
– ¡Estás vivo y vas a salir de esto, yo también soy gay! – dije
Casi se le salen los ojos y respirando profundo respondió:
– ¿No se odia? – interrogó alarmado
-No, ¡me amo y tú también lo harás! – dije tranquilo
– ¡Quién lo hubiera pensado, el doc. maricón como yo! – dijo
El chavo comenzó a reír y por los efectos del calmante se quedó dormido. Siempre que tiene tiempo ha regresado para contarme que anda de novio de un piloto brasilero y vive viajando gratis por el mundo. Asegura que le salvé la vida cuando le confesé que éramos iguales y como es huérfano de madre no tiene el trauma que he arrastrado yo desde que tengo uso de razón. No es que desee la muerte de mi madre, la amo solo que en el caso del chico ya se libró de enfrentar a su mayor verdugo. Después de mi charla con Matilde, comencé a orar para encontrar remedio a mi tragedia, repetí en mi memoria oraciones que creía olvidadas, la oración ayuda, calma el espíritu te hace sentir mejor. Debía tomar una decisión para ponerle el pecho a la obligación moral que la vida me imponía y destaparme ante mi madre y ante las circunstancias que me ahogaban. No estaba dispuesto a soportar a Matilde con su maternidad y su imposición de vida heterosexual. Tenía claro que seguía siendo mi esposa y que el destino se empecinaba en mantenerme encerrado en un calabozo despiadado, pero yo estaba obligado a salir por el bien de todos incluido el del bebe. Me debatía entre el amor por Luca y el lazo con Matilde que insistió en atormentarme con su presencia en el hospital todos los días. Dejé que el tiempo pasara y que mi espíritu se fortaleciera para poder enfrentar con éxito a mi madre. De remaricón inmaduro y pusilánime, en pocos meses fortalecido en el sufrimiento y la presión mental a que estaba sometido, me fui convirtiendo en un hombre prudente, precavido y honesto. Logré ser consecuente con mis gustos y mi orientación sexual.
Hay homosexuales que no quieren dejar de ser “hombres” e intentan vivir entre dos mundos y tranquilizan su conciencia, respondiendo como machos a sus mujeres y disfrutando como varones con sus musculosos amantes. Algunos no abandonan a sus “mejores amigos” y siempre cuentan con ellos en las buenas y en las malas. Lo único que las esposas de esos “mejores amigos” ignoran es que son pareja y no han podido separarse porque se desean, se guardan secretos y son leales hasta que otro amor les arrebata el sentimiento. Los “mejores amigos” significan en la vida de algunos gais de armario un ser especial que está por encima de sus roles de padre o esposo. Además, son especialistas engañando o fingiendo, porque han recorrido un mundo de invenciones que les ha dado experiencia y sabiduría. Se enriquecen y adquieren la destreza de mimetizarse con quién se necesite y dónde se requiera. ¡O me van a decir que no!
A estas alturas estaba dispuesto a convertirme en una especie de “todo terreno” al que podrían aventajar en velocidad, pero no en resistencia. No quería morirme sin realizar mis fantasías y sin convertirme en un hombre consecuente con lo que soy, lo que pienso y lo que siento. Ya no temblaba al visualizar el diálogo con mi madre sentía que era momento de enfrentarla y comprobar hasta dónde llegaba su amor por un hijo y si tendría las entrañas para borrarme de su vida como alguna vez lo aseguró. Pasaron los meses y un día: Matilde me frenó, apareció de pronto vestida con un camisón ancho. Tenía siete meses de embarazo después de un beso en los labios dijo:
– ¡Necesito que hablemos ahora mismo! –
Con un movimiento de cabeza, accedí:
– ¡Ahora, ¿qué quieres?! –
– ¡No quiero ni acepto el divorcio! – dijo muy seria
De repente entró Luca silencioso y Matilde mirándolo y señalándome con el índice, agregó:
– ¡Este hombre es mí esposo y mi hijo necesita un padre, lárgate o juro que te mato! – aseguró amenazante
Luca, observando el espectáculo como si fuera la primera vez que lo sufría y con actitud inteligente, decidió retirarse sin disimular el enorme enfado que le provocaba. Cuando Luca salió Matilde me miraba con aires de triunfo y quiso sonreír burlona, pero al verme correr detrás de Luca se le congelaron cuerpo y alma. En el pasillo lo alcancé para decirle:
– ¡Luca!, ¿hablamos en la noche? –
Dudó y luego habló pausado:
– ¡Si, hablaremos… yo entiendo! –
Mi amor, el hombre por el que debía abandonar a mi esposa, se fue caminando firme y sin mirar atrás. Matilde furiosa y ansiosa, me esperó en el despacho y en cuanto estuve de nuevo sentado con el veneno de siempre, desbordó verdades y crueldades conocidas:
– ¿Cuándo vas a terminar con tu maricada? – dijo furibunda.
– ¡Mi maricada apenas comienza no lo olvides! – aseguré con marcado sarcasmo.
– ¿Ni por tu hijo lo dejarás? – agregó airada y seguramente con ganas de apretarme el cuello hasta asfixiarme.
– ¡Un hijo no cambia las cosas por el contrario las empeora! – aseguré sin retirarle la mirada.
Iracunda, amenazándome otra vez, dijo:
– ¡Juro que pagarás cada lágrima y te veré de rodillas ante mí suplicándo perdón! –
Intenté ignorarla, pasar por alto sus amenazas y palabras humillantes, pero…encontrarme con su estado de descomposición resultaba patético y muy bochornoso sobre todo por su barriga de casi ocho meses. Con un lamento sincero, emanado del fondo del corazón le pregunté:
– ¿Qué piensas hacer para terminar con tanto odio y resentimiento? ¿qué puedo hacer? –
– ¡Nada, jamás cambiarás, aunque tengas una docena de hijos! – dijo, alterada.
– ¡Perdóname Matilde de corazón te pido que me perdones! – dije con sinceridad.
Ella, furiosa añadió:
– ¡Hay hombres que se curan y renuncian a su enfermedad por amor a sus hijos y compasión a su esposa ¿por qué tú no haces lo mismo? – expresó iracunda.
– ¿Quieres que te siga engañando y que siga con la farsa que nos ha hecho tanto daño? – dije tranquilizador.
– ¡Quiero que seas el hombre que aparentaste ser! – Declaró espontánea.
– ¡Ese hombre no existe, en realidad nunca ha existido y el que fingió se ha ido para siempre! – declaré con sinceridad.
Matilde apretó los labios y salió colocándose las manos en la cadera como si la barriga le estorbara para caminar. Su actitud de preñez era ostentosa y desafiante no hallaba la manera de obligarme a rendir culto a una paternidad impuesta. Ella se creía con el derecho de castigarme y atribuir cualquier mala conducta sin importarle que con sus actos de venganza arruinaba su vida y la mía. Estaba fabricando a pulso y ciegamente una existencia miserable para los dos. No pudo meterse en la cabeza que una traición es un enjambre de dudas desenmascaradas que ya no puede hacernos más daño a no ser que nosotros mismos insistamos en ello.
En una ocasión vi a auxiliares del hospital corriendo a comprar platillos de la gastronomía española para satisfacer los antojos de la esposa del director convencidos que haciéndole favores seguramente les iba a quedar eternamente agradecido. Le dio por comer compulsivamente pasteles, chocolates, tortillas, emparedados, ensaladas y jugos de frutas entre muchos otros alimentos. Se le fue perdiendo la figura, a pesar de practicar ejercicio unas tres veces por semana e incluso se dio el lujo de contar con los masajes de un asiático que conoció en el gimnasio aportándole según ella, momentos increíbles y sensaciones de descanso físico y mental. Se sentía bien hasta que se tropezaba con Luca o conmigo, su mantenimiento corporal y espiritual no le eran suficientes para hacerla aceptar una verdad dolorosa. A los ejercicios también incrementó la práctica del Tai- Chi Chuan, que aprendió con Yang un chino visionario que ha vivido en México por más de cinco años desde que escapó de Xinjiang acusado de actividades perjudiciales para el buen orden de la sociedad. Yang se ganó el respeto y credibilidad de turistas y residentes en Ciudad de México con su cumplimiento y precisión, profetizando el futuro y desdichas de su diversa clientela. Matilde y Yang, sagradamente se han reunido a las siete de la mañana para trabajar las técnicas de este arte marcial capaz de mejorar el equilibrio, los dolores, la ansiedad y el estrés. A Matilde no le ha servido nada, cuando me veía se le disparaban las ofensas y hablaba compulsivamente del hijo que haría el milagro de unirnos de nuevo. En el gimnasio, Matilde también ha visto a un adivino que durante años le leyó las cartas y predijo un gran amor en su vida. A pesar de su mala experiencia conmigo, siguió creyendo ciegamente en esos métodos adivinatorios y en los pronósticos de los magos blancos. Durante los dos últimos meses de su embarazo inundó con olor a incienso la oficina y algunos pasillos del hospital tratando de alejar las malas vibras y rescatarme de las garras de Luca. Además, colgó objetos supuestamente magnetizados que servirían para atraer energía positiva, obsesionada en limpiar el aura y evitar que algo malo le llegue al bebe.
Mi vida es un follón, transcurre entre arenas movedizas: de un lado, Matilde queriéndome atrapar con la paternidad y del otro, Luca empeñado en echar cebo al candil, planeando separar una suite en un hotel en Shivpatinagar en la India donde aseguró que podríamos pasar algunos días en la hermosa hacienda colonial donde todos creen que murió Buda y emprendió su viaje directo al cielo. Luca soñó por mucho tiempo con aprovechar un día soleado paseando en elefante recorriendo los bellos bosques del lugar donde la naturaleza se puede contemplar con un mezquino orgullo para borrar de la memoria al menos por unos días, la cruel realidad en que nos debatimos. Jamás hicimos ese viaje.
Ni a punto de dar a luz Matilde pudo condonar mi engaño, por el contrario, se le fue alimentado un enorme rencor y ninguna terapia la pudo ayudar a entender la homosexualidad de su marido. Me pongo en su lugar y creo que debe ser muy complicado eso de que el marido tenga una doble vida y te quiera abandonar por otro hombre. Los últimos meses de embarazo subió de peso ocho kilos más de los que ya tenía, se puso rolliza, se le descompuso la figura y el alma cada vez más resentida. No tuve duda que el cambio físico la condujo directo a una depresión que la hace llorar por todo y sentirse fea y despreciada. Se volvió insoportable y parece imposible controlar los síntomas de su fecundidad. Carga un cepillo en la mano con el que se rasca piernas, brazos y todo lo que le produce escozor. Aunque los médicos creemos que el estado de preñez no es una enfermedad, viendo a Matilde ya no estoy tan seguro son demasiados síntomas y todo parece indicar que a ella le están afectando casi todos los que algunas mujeres deben enfrentar: aumento de tamaño en la mamas, cansancio, sueño, náuseas, vómitos, a veces pequeños sangrados vaginales que obligan atención, olfato de mayor percepción de olores, gana o repudio por ciertas comidas, cambios en la tensión arterial, mareos, desmayos, orinadera, calentura corporal intermitente, aumento del abdomen, dolores o cambios incómodos en la pelvis, flatulencia, hinchazón en las extremidades y dependiendo la mujer se agudizan o disminuyen las señales de un síndrome que a veces dura nueve meses. En apariencia, se trata de algo corriente puesto que la futura madre está dotada por la naturaleza de paciencia y amor para soportarlo todo. Cualidades que la convierten en un ser inmune a preocupaciones exageradas o quejas que se consideran cotidianas de una tarea tan sublime como es la procreación, pero…por supuesto no es así. Si los hombres fuéramos los encargados de traer los hijos a este mundo es probable que la especie humana estaría en extinción o en sus últimos sollozos. Pasó los nueve meses masticando de manera compulsiva bloquecitos de hielo que demolió lentamente con los dientes para mitigar las náuseas y el deseo continúo de vomitar.
Le faltan pocos días para el alumbramiento y está ansiosa y pidiendo atención a gritos. Mi posición es suficientemente clara y creo que contra todo pronóstico me convertiré en padre del hijo que lleva en sus entrañas, me encargaré de su crianza y educación, no seremos una familia como ella lo ambiciona, pero mi hijo tendrá un padre capaz de entender todo lo que deba enfrentar en la vida, seré un fiel amigo.
Nadie adivinaría lo que puede haber detrás del bebe de Matilde, ella ha tenido motivos para odiarme y con su conducta desenfrenada ha demostrado que puede ser capaz de cualquiera cosa, es una mujer competente que puede hacer desaparecer un zoológico completo, sobre todo ahora, a puertas de dar a luz ha cogido bríos creyendo que el niño puede llegar al mundo “contaminado” con el gen de la homosexualidad aportado por su padre. Nada la reconforta ni siquiera saber que ningún humano está exento de nacer con el deseo y la inclinación innata y ferviente de amar a los de su mismo sexo. No se escoge ser gay a no ser que lo ejerzas por interés personal. Esa clase de vida homosexual existe, pero no tiene que ver con la homosexualidad que brota de tu naturaleza.
***
Parte 2
Ley de Vida
Dos semanas después.
Mientras Matilde sufre dolores de parto, mi madre no se despega de ella, quiere acompañarla hasta último momento. Él bebe viene en camino de manera natural y hay tres ginecólogos pediatras asistiendo con más cuidados de los que realmente puede llegar a necesitar. Se le ha tratado como un parto de alto riesgo por su desequilibrio psicológico. Aproveché que coincidimos con mi madre en el hospital y que mientras mi esposa está dando a luz, mi madre espera y puede escuchar todo lo que he debido decir hace muchos años. Sin tanto pensar ni titubear le pregunté:
– ¿Siempre lo supiste verdad? Hablé sin miedo y relajado.
– ¡No estaba segura! – respondió sin vacilaciones.
– ¡Yo siempre lo supe! – dije igual de tranquilo.
– ¡Lo sé! – expresó mirándome con lástima.
Por fin estaba enfrente de mi madre para hablarle de mi
gran verdad. Y sin escoger el día para tener la inconcebible
conversación, la vida estaba escogiendo el momento por mí y
decidió que le abriera mi corazón el mismo día que
se convirtió en abuela. Sus sentimientos de alegría estaban
empañados por una tristeza infinita y una vergüenza que no
la abandonaba. Era pública mi homosexualidad y
seguramente ella se sentía humillada. Sin temblor,
ni sudor en las manos ni miedos que me acobardaron
comencé a enfrentar al gran fantasma:
– ¡Soy un hombre adulto y no puedo seguir preso de mí
mismo, tú eres mi madre y me conoces, sabes que he sido
homosexual desde que tengo memoria. ¡He vivido en el
infierno, sobre todo porque tú lo has querido así! Sin
mirarme y con la vista clavada en el horizonte, no sé si me
escuchaba, no sé si alcanzaba a comprender la
contundencia de mis palabras y especialmente lo
importante que resultaba para mí, que ella por fin abriera su
mente y su corazón para que aceptara a su hijo homosexual.
– ¡Encontrarme como ser humano es lo que deseaba,
necesitaba asumir mi propia orientación sin miedo ni
vergüenzas! – le dije, creyendo que acertaba en mi
decisión de hablarle y remover su amor de madre.
Ella, continuaba perdida en su mutismo, mientras yo,
seguía empeñado en abrir mi alma con la ilusión de que me
aceptara como su hijo siendo homosexual. Le hablé por
largo rato y de pronto dije:
– ¡Mamá tú no lo sabes, pero…muchas veces quise haber
muerto, intenté suicidarme y acabar de una vez con todo! –
– ¡Lo hubieras hecho! – dijo con su soberbia a flor de piel.
Sus reacciones radicales y arrogantes ya no me perturban
ni me afectan. Era claro que seguía siendo la misma
mujer radical en sus posturas conservadoras, moralistas y
oscurantistas. Mi madre era cruel y soberbia.
– ¿Ni siquiera ahora que eres abuela puedes aceptarme? –
– ¡Jamás, reconoceré un maricón como hijo! – dijo furiosa.
En ese momento, se levantó, me miró decepcionada e
inclinó su cabeza para darme un beso en la frente luego
respiró hondo muy hondo para decir:
– ¡No quiero que digas nada más no estaré nunca
dispuesta a aceptar tu enfermedad, eres mi hijo y te quiero,
pero no me obligues a pasar por una vergüenza tan grande!
Un par de lágrimas gruesas bañaron sus mejillas, mientras
me miraba con rabia y resignada por haber perdido un hijo.
Sus pupilas dilatadas en aquel llanto irascible me
anunciaron que jamás volveríamos a vernos y estaba seguro
de que ni convertido en eminencia médica podría amarme y
aceptar mi homosexualidad. Una inmensa decepción me
acompañó no tenía nada más que decir, mi madre jamás
aceptaría mi orientación y mucho menos mi relación.
– ¿Esto es una despedida? – dije con tristeza.
– ¡Si, vive tu vida, yo no existo! – respondió sin mirarme.
Un frío seco y eterno se metió en mi corazón corroborando
que ese día mi madre y yo nos habíamos despedido en vida
para siempre. Me fui a la capilla del hospital y de rodillas
oré, la casa del señor era para mí el lugar más idóneo donde
llorar por la madre que acababa de perder.
De la noche a la mañana me convertí en el padre de un bebe
flaco y despeinado al que Matilde despreciaba por ser el
hijo de un homosexual. Se obsesionó con ser madre y ahora
no quiere ni ver al bebe en pintura, se supone que su
rechazo es momentáneo por una depresión post natal que le
disparó después de dar a luz. Mi hijo se llamará Santiago
nombre que siempre quise tener en honor al discípulo
favorito de Jesús un hombre vehemente, fiel que lo
acompañó en el huerto de Getsemaní y presenció su
reacción cuando Judas lo traicionó. Quiero que Santiago
tenga ese carácter arrebatado, decidido y auténtico. Si mi
hijo fuera también homosexual como su padre lo amaré y
respaldaré por encima de toda presión y obsesión social.
Contemplo esa posibilidad, no porque la homosexualidad
se herede o se contagie sino porque al mundo llegamos
con una orientación innata y única que comienza a
revelarse en la adolescencia. Estoy preparado para quererlo
respetarlo y apoyarlo por encima de cualquier orientación o
circunstancia. Además, tengo a Josefina, mi empleada, mi
mano derecha que se hizo madre en la adolescencia y
aprendió a paladear a punta de lágrimas y bravura a un
recién nacido. La pobre mujer revive sus sufrimientos con
la dedicación que le da a mi hijo. Una entrega similar a la
que le tuvo durante la crianza de su hijo que se fue de este
mundo por una enfermedad mortal que no pudo ser
atendida a tiempo por falta de recursos económicos. Mi
paternidad la vivo y la disfruto, contrario a lo que suponía y
deseaba, “bien dicen que la lengua castiga el culo”, me he
convertido en un padre dedicado, amo a mi hijo y creo que
al final de cuentas seré un buen padre. Ahora, tenemos
crianza compartida con Matilde que durante largo tiempo
ha estado obsesionada en bloquear mi vida con Luca y no
quiso negociar un divorcio amigable, por el contrario,
insiste en alimentar un debate desgastante e incómodo. Al
fin, hemos acordado la protección y cuidados del niño: una
semana ella y otra semana mi pareja y yo. Entre riñas muy desagradables ya han pasado los primeros años.
Santiago lleva una relación muy buena con su tío Luca que
se ha encargado de enseñarle a tocar el piano y platicar
el italiano. Santiago ya se expresa muy bien en esa lengua.
Luca le habla sobre la historia de su país y mi hijo ya sabe
que Florencia fue capital de Italia en el siglo XIX, el niño
se ha obsesionado con ir a conocer el Palazzo Vecchio y el
vaticano. Le advertí a Luca que no le vaya a contar
leyendas acerca del monstruo de Florencia porque todavía
está muy pequeño, tampoco quiero que le hable de la mafia
siciliana en lo que Luca se cree un experto. Al niño le
fascina que le relate leyendas asombrosas de Justiniano el
emperador Romano de Oriente y que le hable de la estatura
del Rey Carlo Magno.
***
Me llamaron para atender el accidente de un hombre que
iba en moto y fue casi aplastado por un camión de carga
mientras viajaba a tempranas horas por el valle de México.
Existe una orden para los transportistas de no transitar
desde las seis a las diez de la mañana, pero siempre hay
alguien que viola las reglas y de paso cobra la vida de
inocentes. Luca ha prometido encargarse de Santiago y lo
cuidará mientras regreso a casa. El niño que ya está en los
seis años goza de la compañía de su tío Luca que le fascina
compartir los paseos y juegos con el niño al que considera
su hijo.
Platican de temas que para Santiago son fascinantes como
los valores y las bondades de vivir sin miedo. Al salir de
casa escuché a Luca lo que estaba diciéndole a mi hijo:
– ¡Llegamos bien al mundo, no intentes cambiar! –
– ¿Qué es ser bueno tío? – expresó el niño.
– ¡Es no mentir, no desear lo que otros son ni tienen, es ser
feliz como eres! – explicó Luca.
– ¡Entonces soy bueno! – respondió Santiago.
Cerré la puerta y me puse a recordar que hemos vivido
Juntos hace más de seis años. Contra viento y marea, contra
todo pronóstico por fin saqué fuerzas y me enfrenté al
mundo, me fui a vivir con mi pareja a gozar la vida que
soñaba.
Muy pocos amigos y conocidos dejaron de frecuentarnos, la
mayoría de personas se adaptaron a mi nuevo rol de
hombre emparejado con otro hombre. Mi prestigio y buen
nombre me ha servido para callarle la boca a muchos, pero
con lo que no estoy de acuerdo, ni podré estarlo es que para
que te acepten como eres y te respeten con tu orientación
sexual diferente a la heterosexual, tengas que convertirte en
celebridad. Luca y yo vivimos en armonía a pesar de los
encuentros desafortunados con mi ex esposa quien se ha
refugiado en la jardinería y en la amistad que cultiva con mi
madre. Se reúnen por las tardes a tomar té cada semana y
no puedo dejar de imaginarlas hablando sobre el fracaso
matrimonial de Matilde y la decepción de madre habiendo
traído al mundo un hijo maricón.
El niño disfruta del cine y los juegos mecánicos que
el tío Luca le costea cada vez que comparten juntos.
A Matilde no le gusta que Santiago se quede solo con el
depravado de Luca, sigue creyendo que puede inocular
con alguna maña homosexual e incluso ha insinuado que
puede hasta violarlo. Ha sufrido mucho con la relación que
hemos construido y jamás pudo rehacer su vida
sentimental. Cuando Matilde se enteró que el niño estaba
solo con Luca, lo insultó y amenazó por si algo malo le
llegaba a ocurrir. Al terminar la cirugía y salvar la vida del
motociclista lo único que deseaba era llegar a casa, tomar
un trago, abrazar a mi hijo y descansar al lado de Luca,
pero Matilde alterada me esperaba afuera.
Ni siquiera pude quitarme la bata de cirugía, escasamente
los guantes porque con su desespero y descontrol
prácticamente me obligó a salir corriendo a rescatar a
Santiago que se encontraba en aparente peligro. Esta
semana le corresponde cuidarlo a ella, asegura que su hijo
la ama a pesar de todo, pero acepta que es fría y poco
detallista con él porque asegura que cuando llegue a la
adolescencia quizá pueda tener la misma enfermedad del
padre: el gusto por los de su mismo sexo y eso la
atormenta, jamás lo aceptaría.
Como es una noche de mucha lluvia, le insisto que el niño
está bien que dejemos que pase un poco la tormenta, pero
ella se enfurece y responde con gritos:
– ¡No entiendes que no quiero ni un segundo a ese hombre
cerca de mi hijo! – exclama furiosa.
Me arranca de las manos las llaves del auto y corre bajo la
Lluvia. En segundos abre las puertas y vuelve a gritar:
– ¿Vas conmigo? – repite con agresividad.
No me deja otra opción: correr tras ella e intentar
tranquilizarla demostrando que Santiago se encuentra bien.
Hablo con Luca para saber cómo está Santiago.
Inmediatamente mi hijo responde:
– ¡Hola Papi estoy en casa con el tío Luca, voy ganando las
carreras!! – dice el niño alegre y muy tranquilo.
– ¡Queríamos saber cómo estas! – repito
– ¡Bien papi, muy bien! – manifiesta el niño
Le repito a Matilde:
¿Ves? todo anda bien! – digo relajado
En ese momento un golpe sordo y letal nos impacta, todo se
apaga todo se acaba.
***
CAPÍTULO 10
Demasiado Tarde
Solo el cadáver de Miguel en mis brazos me hizo comprender que equivocada estuve como madre.
Por encima de su orientación sexual el era mi hijo y un gran ser humano. Ahora su cuerpo helado me habla y me demuestra cuán equivocada estaba. Lo perdí para siempre, nada menos que al hijo que me dio tanto orgullo y al que hasta el último momento de sus días le hice la vida imposible con mi terquedad y ceguera espiritual. Mi apego a valores mentirosos me han dejado vacía el alma. Merezco este doble sufrimiento que me carcome por dentro. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Quién de todas esas personas con las que quise aparentar van a consolarme?
Desperdicie momentos de mi vida con mi hijo amado rechazando su homosexualidad y obligándolo a vivir una vida que no merecía ni le pertenecía. Se fue y nunca sabrá lo arrepentida que estoy. Murió en el hospital, tomado de la mano de su amado Luca en presencia de su
hijo. Matilde falleció de manera fulminante quedó atrapada dentro del coche. Mi hijo se fue de este mundo para siempre sin saber que lo amaba. Ahora que ya es demasiado tarde entiendo su sufrimiento y lo aceptó como homosexual. No me importa que ame a otro hombre.
Pero…es muy tarde la vida ya se nos fue, me siento muerta, aunque respiro y siento un dolor infinito y desesperante.
De Miguel me quedó su mirada en los ojos de mi nieto que tiene siete años y cada fin de semana cuando voy a visitarlo a casa de su tío Luca me recibe con cariño y me cuenta anécdotas sobre Miguel que yo desconocía. Su tío se ha encargado de alimentar los recuerdos y hablarle de su padre al que admira y venera. El niño no ha querido irse de su lado porque siente que, viviendo con Luca, el padre no ha muerto. El día que fui a verlo para explicarle que con la muerte de sus padres debemos estar juntos, se quedó mirándome y dijo:
– ¡Mi papi no se ha ido abuela, aquí está! – Señalando una fotografía inmensa que reposa en una de las paredes principales de la hermosa casa donde mi hijo había formado su hogar con su pareja.
– ¿Dónde? – pregunté curiosa
– ¡Ven, siéntelo tu misma! – dijo el niño tomándome de la mano.
La casa está inundada con los recuerdos de mi hijo y en cada rincón yace una representación de Miguel riendo o hablando en alguna de sus conferencias. El recuerdo de mi Miguel, el hijo que desprecié y rechacé por su orientación homosexual, existe en aquella casa museo preparada en su honor por el amor de su vida, el hombre que amó y que le guarda un luto de viudo como el que yo sigo guardando por mi esposo. Todo lo que fue mi hijo lo ha eternizado Luca, el tío que mi nieto ama como si fuera su padre y que yo quiero como al hijo que desprecié y enterré en vida.
Cada vez que voy a visitar a mi nieto me retumban en el alma las palabras de mí hijo en la conversación que sostuvimos el día que mi nieto amado vino al mundo:
Seguirás creyendo que estoy enfermo y que soy un pecador que debe corregirse porque sufro una aberración que muy probablemente puede curarse con una terapia o con la ayuda de Dios. Madre debes abrir tu mente, pero sobre todo tu corazón. Ser homosexual no es ser peor o mejor es solamente una variable de la sexualidad humana y el testimonio fiel de la diversidad que existe en el universo. Nadie es igual a otro, los homosexuales no tenemos una forma exacta de ser ni una personalidad gay por si misma, somos seres humanos con una preferencia sexual distinta de la heterosexual con la misma necesidad de amar y ser amados, enfrentamos por lo general, persecución, marginación, discriminación y circunstancias de inequidad social y jurídica.
Nuestra opción de vida es una más entre otras tantas y la difícil tarea de salir del armario implica una preparación y decisión que se debe asumir con madurez y mucha confianza. Siempre es más sano salir del encierro por voluntad propia y no obligado por una circunstancia, generalmente vergonzante.
El camino que hay que recorrer para salir a mostrar nuestra imagen gay es casi siempre doloroso. Hay quienes se pasan la vida entera encerrados en un closet sin darse la oportunidad de vivir libres de mentiras o compromisos emocionales o físicos que distan mucho de nuestra verdadera orientación.
La felicidad para cualquier ser humano bien sea lesbiana, heterosexual, homosexual o bisexuales, travestis y demás, es muchas veces esquiva y depende del optimismo, el valor e incluso de la elección de honestidad y libertad que involucremos a nuestra vida.
Alcanzar un crecimiento continuo de nuestra personalidad con miras a convertir en realidad todos nuestros anhelos es una cualidad que se fabrica poco a poco, paso a paso, al fin y al cabo, en eso radica la felicidad para cualquier ser humano. Cuando somos capaces de arrullar la vida con aprecio y la aceptación plena de nosotros mismos, alcanzamos un estado superior permitiendo que el amor inunde nuestra existencia y no le dé espacio al miedo que causa tanta intranquilidad.
En mi caso enfrentar mi homosexualidad ante ti que eres mi madre ha sido el acontecimiento más perturbador de mi existencia.