En defensa de los activistas climáticos que atacan obras de arte
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El pasado mes de julio, dos activistas de “Just Stop Oil” ingresaron a la Galería Nacional de Londres y se dirigieron a La carreta de heno, una pintura icónica de John Constable que muestra la Inglaterra rural de hace 200 años. Después de cubrir el cuadro con una imagen de destrucción ambiental, pegaron sus manos al marco de la pintura y se quedaron en el lugar a la espera de su arresto.
Tres meses más tarde, otro par de activistas fueron a la Galería Nacional y arrojaron sopa de tomate a Los girasoles de Vincent van Gogh. En los Países Bajos, un activista pegó su cabeza a la obra La joven de la perla de Johannes Vermeer, mientras otro vertía algo rojo encima de dicho activista. En Viena, miembros de “Last Generation”, una organización llamada así para señalar que somos la última generación capaz de evitar un cambio climático catastrófico, vertieron un líquido aceitoso negro sobre el cuadro Muerte y vida de Gustav Klimt. Y en Potsdam, otros untaron puré de patatas en Los pajares de Claude Monet.
En todos estos incidentes, los activistas eligieron pinturas protegidas por vidrio, llamando la atención porque son grandes obras de arte, pero no llegaron a dañarlas. En el caso de La carreta de heno, el mensaje que se quiso emitir fue que si no dejamos de usar combustibles fósiles, escenas como la que pintó Constable desaparecerán para siempre.
El título de la obra de Klimt nos recuerda que el cambio climático es un tema de vida o muerte. Los activistas usaron la obra La joven de la perla para cuestionar nuestros valores, ya que preguntaron a los sorprendidos espectadores que se encontraban en el lugar cómo se sintieron cuando vieron que la hermosa pintura aparentemente había sido arruinada. “¿Se sienten indignados?” preguntaron, y luego respondieron a su propia pregunta: “La indignación es el sentimiento correcto. Pero, ¿dónde está ese sentimiento cuando ven que el planeta estás siendo destruido ante sus propios ojos?”
Valoramos el arte, pero lo que podemos perder debido al cambio climático es incomparablemente más significativo. Todo lo que valoramos en este planeta está en juego, incluida la continuidad de la vida humana y de la vida no humana. Por lo tanto, ¿por qué muchas personas apoyan el objetivo de una acción más enérgica contra el cambio climático, pero se oponen a las acciones tomadas por “Just Stop Oil” y “Last Generation”?
Esto ya ocurrió anteriormente. La “Carta desde la cárcel de Birmingham” de Martin Luther King, Jr. es una respuesta a ocho clérigos blancos quienes escribieron en un periódico de Birmingham, Alabama y expresaron que si bien estaban de acuerdo con los objetivos de King, no estaban de acuerdo con sus acciones “extremas” (las cuales fueron completamente no violentas). Instaron a King a esperar pacientemente “un momento más oportuno”. King les respondió que encontraba esta tibia aceptación “más desconcertante que el rechazo absoluto”. Los eco-activistas pueden experimentar un desconcierto similar cuando reciben críticas de personas que dicen que comparten sus objetivos, pero a su vez se oponen a sus intentos no violentos, mismos que, al ser cuidadosos en cuanto a impedir daños al arte, buscan crear conciencia sobre la importancia de evitar los combustibles fósiles.
Honramos a muchos manifestantes, pasados y presentes, que violaron las leyes para promover una buena causa. Las sufragistas apuntaron a grandes obras de arte en su lucha por obtener votos para las mujeres y, a diferencia de los eco-activistas de la actualidad, ellas cortaron deliberadamente las pinturas. Hoy, sin embargo, las consideramos como heroicas feministas pioneras. En Estados Unidos, el cumpleaños de King es un feriado federal. Apoyamos a las valientes mujeres de Irán en sus protestas contra la teocracia en su país. Y, sin embargo, ¿por qué no damos nuestro apoyo a las protestas no violentas contra las políticas gubernamentales que son manifiestamente insuficientes para lograr el objetivo, encarnado en el acuerdo climático de París de 2015 que pide limitar el calentamiento global a 2º centígrados, y preferiblemente a 1,5º C, por encima de los niveles preindustriales?
Al solicitar la condena de las personas que pegaron sus manos al marco de La carreta de heno, el fiscal trató de diferenciar las acciones de las sufragistas de aquellas perpetradas por las activistas que estaban siendo enjuiciados al decir que las primeras “no contaban con los medios democráticos a través de los cuales hubiesen podido promover su causa”, mientras que hoy en día “tenemos una democracia establecida”.
Sin embargo, los activistas que promueven la causa del cambio climático tienen una poderosa respuesta a esta explicación. Hoy en día, aparentemente es evidente que la democracia exige que se permita que las mujeres voten; sin embargo, apenas hace poco más de un siglo los conservadores argumentaban que las mujeres no tenían necesidad de votar debido a que sus intereses ya estaban siendo protegidos por sus esposos o padres. En la actualidad nos reímos de esa explicación, pero podemos estar igualmente ciegos ante las graves falencias de nuestras propias democracias.
Pregúntense quién sufrirá más si no logramos evitar un cambio climático catastrófico. La respuesta es: los más jóvenes y aquellos que aún no han nacido. Estas dos categorías de personas no están representadas en nuestros sistemas políticos. En Justice Across Ages, Juliana Uhuru Bidadanure, profesora de la Universidad de Stanford, cita estadísticas que muestran que incluso las personas con edad suficiente para votar que tienen entre 18 y 35 años no se encuentran representadas en las legislaturas. En Estados Unidos, este prejuicio contra los jóvenes está incorporado en la Constitución, que restringe la membresía de la Cámara de Representantes y el Senado a aquellos que tienen al menos 25 y 30 años, respectivamente, y el presidente de Estados Unidos no puede ser una persona que tenga menos de 35 años.
En el caso de los países que no tienen barreras constitucionales que eviten que se elijan legisladores más jóvenes, Bidadanure sugiere un remedio. Siguiendo el ejemplo de los países que tienen cuotas para garantizar la voz de los pueblos indígenas u otras minorías, se podría tener cuotas para los más jóvenes. Thomas Wells, del Leiden Institute for Philosophy, ha sugerido elegir representantes que sirvan como fideicomisarios de los intereses de las generaciones futuras. Y, por supuesto, podríamos bajar la edad para votar a 16 años o incluso a menos.
En ausencia de tales medidas, los eco-activistas pueden afirmar de manera correcta que su desobediencia civil no violenta está justificada debido al fracaso de nuestras democracias para mostrar suficiente preocupación por los intereses de las generaciones futuras. Al igual que ocurrió con las sufragistas de hace más de un siglo, los jóvenes de hoy no tienen voz.
Peter Singer, Professor of Bioethics at Princeton University, is Founder of the nonprofit organization The Life You Can Save. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.
Publicado con la autorización de Project Syndicate.