La donación de órganos también puede salvar las vidas de los donantes
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PRINCETON – Jeff Ewers es un abusador sexual. Tras graduarse de neurociencias en la Universidad Vanderbilt, fue arrestado por posesión de materiales que mostraban su abuso sexual a niños. Fue sentenciado a dos años de prisión. Mientras la cumplía, leyó un artículo de Frank Bures acerca de los donantes de órganos vivos. Comenzó a pensar en que esa podría ser una manera de dar un sentido positivo a su vida que tanto había echado a perder.
Después de salir de la cárcel e irse adaptando a la vida normal, Ewers comenzó el proceso de evaluación para convertirse en donante de órganos. A principio fue rechazado porque una lesión a la columna que le había impedido ejercitarse lo suficiente como para estar en forma. Sin amilanarse, fue perdiendo peso y mejorando su condición física, al tiempo que se deshacía de todos los medicamentos. Esta vez fue aceptado tras la evaluación.
Sin embargo, Ewers tenía conflictos con hacer su donación, por creer que su delito implicara que todo lo que intentase hacer terminaría en nada. Había oído de mi trabajo en ética aplicada y se puso en contacto conmigo, con la intención de hablarme de su plan. Le dije que salvar la vida de un niño o niña era en sí mismo razón suficiente para seguir adelante. También que si mostrara un camino de redención a otras personas que forman parte del registro estadounidense de abusadores sexuales -que tiene cerca de un millón de entradas-, podría multiplicar el bien posible de lograr, principalmente para aquellos cuyas vidas fueran salvadas, pero también para los mismos abusadores sexuales.
Ewers ya había pensado de manera similar. Su propia experiencia le había mostrado lo profundamente desmoralizante y enajenante que es la vida en Estados Unidos de alguien que ha cometido abusos sexuales, y lo probable que hubiera otros con las mismas experiencias. Ewers cree que al menos algunas de esas personas son buena gente, cuyas vidas habían perdido el camino pero que, no obstante, apreciarían la oportunidad de salvar una vida. ¿Podría él ayudar a inspirar un poco de esperanza, voluntad y altruismo en ellas? ¿Podría su historia dar origen a una oleada de generosidad que salvara vidas adicionales? De ese modo, Ewers esperaba que de sus peores errores pudiera surgir un cambio positivo a una escala que nunca habría podido lograr de otra manera.
Cada año, en Estados Unidos mueren cerca de 60 niños a causa de la etapa final de la hepatitis, a la espera de recibir un trasplante hepático. Ewers escogió donar un lóbulo del suyo a un niño anónimo de su lista de espera, hizo la donación en agosto de 2022 y el niño se recuperó bien.
El destinatario era un niño de dos años con cáncer hepático, cuya madre criaba tres otros hijos por sí sola. Había querido donarle parte de su hígado, pero los cirujanos se lo negaron. Me comuniqué con ella hace algunos meses, y me contó que su hijo “está viviendo sin cuidados como cualquier otro niño de cuatro años, gracias a la donación de Jeff de parte de su hígado”. Añadió que sabía del pasado de Jeff, pero que “si se trata de la vida de mi niño de dos años, no hay nada que considerar ni razón alguna para dudar de alguien dispuesto a hacer lo que él hizo por nosotros”. En su opinión, “aunque ser donante no te absuelve de tus errores pasados, sí que incide en las vidas de quienes lo necesitan y, posiblemente, en cómo se te percibirá cuando avances en tu vida”.
Sin duda, esa es la respuesta ética adecuada a lo que Ewers ha hecho. Ahora están evaluándolo para ser donante de riñón.
*Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
**Publicado con la autorización de Project Syndicate.