Guylaine Roujol

Mi encuentro con Juan Guillermo Monsalve, el detenido más en riesgo de Colombia.

Todavía está vivo. El testigo clave en el caso Uribe aceptó darme una entrevista en este lluvioso mes de noviembre en el suroriente de Bogotá. Viajé desde Francia a encontrarlo en este complejo carcelario y penitenciario con alta, media y mínima seguridad, más conocido como La Picota, que alberga unos 5.000 recluidos en la vía a Usme.

Había visto reportajes sobre las cárceles de Colombia, pero nunca había entrado a una de ella en este país. Y menos aún para ir a visitar un detenido tan especial como es Juan Guillermo Monsalve Pineda, el preso más protegido y probablemente más en riesgo de Colombia, por su calidad de principal testigo del caso judicial transcendental del país por señalar al expresidente Álvaro Uribe y a su hermano Santiago Uribe como presuntos cocreadores del terrible grupo paramilitar del Bloque Metro. El mismo que actuó en Antioquia, regando masacres y terror de la segunda parte de los años 90 hasta principios de los 2000.

Álvaro Uribe, registrado bajo el número 1.087.985 del sistema penitenciario después que la Corte Suprema de Justicia hubiera ordenado su detención domiciliaria aprobada por unanimidad, por riesgos de obstrucción a la justicia, no obstante, ha recuperado su libertad, o mejor dicho la posibilidad de salir de su finca del Ubérrimo, en Montería (Córdoba), de más de 1.500 hectáreas, el 10 de octubre del 2020.

Esto gracias al cambio de jurisdicción, ya que el proceso que enfrenta desde 2018 en la investigación por su presunta responsabilidad en la manipulación de testigos y fraude procesal, pasó de la sala de instrucción de la Corte Suprema de Justicia a la Fiscalía General de la Nación, luego que Uribe renunciara a su cargo de senador.  Nunca tuvo restricción alguna para el uso de su celular, de internet ni de acceso a las redes sociales.

Por su lado, Santiago Uribe está todavía a la espera de la sentencia por su presunta participación en la conformación del grupo paramilitar “Los Doce Apóstoles” en el Norte antioqueño y por el asesinato de un conductor de bus en 1994 en Yarumal. La delegada de la Procuraduría pidió su condena por concierto para delinquir agravado y su absolución por homicidio en persona protegida.

Una modesta construcción de un piso, encerrada en un chiquito patio rodeado de rejas

Al entrar a La Picota con las debidas autorizaciones obtenidas para visitar a este preso particular, después de haber pasado varios controles de identidad delante y detrás de los antiguos edificios que se ven a lo lejos desde la vía a Usme, de hacernos revisar la cámara y haber dejado el morral y la mochila en un despacho; hacemos una parada en la cafetería de los empleados de la penitenciaría. Ahí, detrás del pabellón donde esperan los extraditables, al opuesto de la zona reservado a los políticos, condenados por corrupción u otros delitos; se encuentra una modesta construcción de un piso, encerrada en un chiquito patio rodeado de rejas. Es la casa fiscal donde vive el que todos conocen bajo el apodo de “Guacharaco”, por haber crecido en la Guacharacas, esta finca cerca de San José del Nus, en Antioquia, ubicada entre el municipio de Yolombó y San Roque, donde llegó a sus 8 años, cuando su papá entró a trabajar de mayordomo. 

Monsalve es el único preso de Colombia en vivir aislado de los otros presos en una casa fiscal, por razones de seguridad. No todos parecen entenderlo. Un mayor que nos acompaña se encoge de hombros y califica esta medida de “locura”. Antes que fuera recluido en La Picota, atentaron dos veces en contra de la vida de este preso tan especial. A pesar de las extremas condiciones de aislamiento y aunque el propio Monsalve autorizó el encuentro, muestra desconfianza tan pronto nos ve.

Nos toca esperar 40 minutos más. A Juan Guillermo Monsalve le gusta arreglarse bonito. Se ducha, se afeita y se prepara para recibirnos. Hablo con dos funcionarios de la penitenciaria delante de un tintico mientras acaricio algunos perros callejeros que irónicamente pelean para ingresar en el complejo carcelario donde comen los restos de la cocina y parecen ser consentidos por el personal.

Seguridad, aislamiento y prudencia

Para ingresar se necesitan dos llaves en manos de dos personas distintas. Por supuesto, el ingreso de celular es prohibido. Lo poco que tenemos con nosotros fue revisado.

Entramos en la pieza principal. A la izquierda, pegado en la pared, está el teléfono azul que le permite al preso hacer llamadas, pero al cual no puede recibir ninguna. Mas allá a la izquierda, una estatua de la virgen de buen tamaño vela sobre un rompecabezas que representa una vista de Italia, cerca de un gran afiche con un cristo que invita a dejarse “abrazar por la misericordia del padre”. Al fondo, la cocina donde él mismo prepara sus comidas. Así le gusta, y me imagino, así prefiere, teniendo en cuenta la paranoia de que lo maten, hasta en esas condiciones. Exceso de prevención, pensé primero, antes de entender más tarde, conversando con él y con otras personas claves de este proceso, de que no es paranoia sino legitima prudencia.

En la conversación, a propósito del tema de la seguridad, me confiaría que según su hija “es mejor ser líder social que llevar el apellido de Monsalve”, opinión que parece compartir.

De la habitación y de los baños, no tendremos ni idea, pero lo que vemos me parece muy lejos de lo que imaginaba después de haber leído un artículo de la revista Semana sobre la lujosa vida con mujeres, licores e invitados; que el quera fue condenado a 40 años de prisión y algunos meses por los delitos de secuestro extorsivo, porte ilegal de armas y concierto para delinquir, supuestamente se da detrás de las rejas. El articulo evocaba “beneficios por medio de sus declaraciones” y una “cómoda casa fiscal”.

Mi entrevista con el detenido se hizo en una pequeña pieza de algunos 10 metros cuadrados, con muros blancos, sin más lujos ni otros muebles que algunas sillas de plástico. También por seguridad, fue prohibido sacar fotos al interior de este “apartamento”.

Las chispas que encendieron los polvos de una historia que todavía no se acabó de contar

“Guacharaco” ve muy poca gente. Durante la pandemia, las visitas de fin de semana -los hombres el sábado, las mujeres el domingo- se cancelaron y, como los otros presos, solamente pudo aprovechar de la visita intima mensual.

Un poco nervioso, moviendo sus piernas y manipulando su bolígrafo, el hombre de al menos 1 metro 90 de estatura, se relajó poco a poco.  Y contó parte de su historia en la hacienda donde se hizo como hombre, en la que una pelea entre Darío Granda alias ‘Gigante’ y Santiago Uribe, opuesto a que se explotara unas vegas de minería en su territorio y en febrero de 1996 la quema de la hacienda cuando Álvaro Uribe Vélez era en ese entonces Gobernador de Antioquia, el robo de ganado y la muerte de un empleado por el frente Bernardo López Arroyave del ELN, fueron según su testimonio, apoyado por varios otros de ex paramilitares, las chispas que encendieron los polvos de una historia que todavía no se acabó de contar.

De las ACCU, Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, del Bloque Metro de Doble Cero, de Luis Alberto Villegas Uribe, de Pedro y Santiago David Gallón Henao, de los hermanos Uribe Vélez y de todo lo que paso ahí durante sus años de juventud, Juan Guillermo Monsalve sabe mucho más aún. Hablar más lo perjudicaría.

Pero el hombre más custodiado del país, padre de 7 hijos, queda firme en que, según él, la base militar del Bloque Metro era en la Guacharacas, que los dos hermanos Uribe Vélez son cofundadores de este grupo y que nunca se retractara a pesar de las presiones que recibió para esto.