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Chocó Independiente

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Por Luis Ernesto Olave y Juan Trujillo

Chocó, franja de tierra privilegiada del planeta, donde la vida brota exuberante.

Su basta plataforma marina, sus radiantes amaneceres reflejados sobre dos océanos, sus ríos, humedales y manglares; hacen del Chocó un tesoro de la humanidad. Esos 187.400 km2 conforman la región más rica en biodiversidad de La Tierra, donde cada siete años surge una nueva especie. 

En el territorio confluyen 500 mil habitantes, entre afros, indígenas y mestizos.

Sin embargo, desde la creación de la República hasta el día de hoy, no solo ha reinado el absoluto abandono del Estado, sino que también ha prevalecido el mayor de los desprecios por parte de los colombianos hacia los chocoanos.

Jamás ha existido una política de Estado dirigida al desarrollo económico y social del Chocó, ni a sacar de la miseria a la mayoría de su población, cuya carencia de servicios básicos es la regla en la mayoría de los hogares.

Nunca existió interés de los colombianos en el Océano Pacífico, pues los mayores niveles de pobreza, analfabetismo e inexistencia del Estado se concentran en la región, tratada como si fuera la cloaca del país.

Los colombianos jamás valoraron al Chocó en su potencial como región biogeográfica, como epicentro para el desarrollo de una economía marítima y aérea internacional, que elevara la calidad de vida de sus habitantes.

Mucho menos valoraron el paquete cultural de los chocoanos, que, en medio del mestizaje, conservan una cosmogonía ancestral y sincrética, repleta de mitos sagrados y cultura, en un lugar mágico regido por el poder de la vegetación y del inmenso Océano Pacífico.

Para lo único que les ha servido el Chocó a los colombianos, es para saquearlo indiscriminadamente y repletarlo de violencia, con sus carteles de drogas dirigidos desde Bogotá, Medellin y Cali. También, para el tráfico de armas y alimentar así sus interminables guerras, así como para extender sus rutas de trata de personas que exportan al mundo, tal como sus ancestros lo hicieron con los esclavos que subyugaron en la región.

Ni hablar de la explotación minera que por siglos han llevado multinacionales y empresarios colombianos, saqueado las riquezas sin pagarle regalías a los chocoanos. O del apartheid impuesto en Andagoya, centro minero, donde solamente se permitía la circulación de los negros de la servidumbre, mientras los poderosos empresarios robaban los recursos naturales.

No es un secreto que el Estado patrocina el saqueo y la violencia, que se han intensificado en los últimos años con la presencia de paramilitares y otras organizaciones criminales provenientes de Córdoba y Antioquia.

Ahora ha querido la clase política antioqueña imponer la construcción del Puerto de Tribugá, en Nuquí; bajo su control, administración y usufructo. Y aunque en principio no fue autorizado, cierto es que tanto el derecho fundamental que tienen las comunidades al Territorio ancestral, como el derecho a la Consulta Previa, libre e informada; han sido históricamente vulnerados por Colombia.

La libre autodeterminación de los chocoanos siempre ha sido desconocida.

Mientras que a muchas autoridades locales se les soborna para permitir el saqueo del territorio, a los líderes sociales y ambientalistas el Estado los estigmatiza, procesa y -en muchas ocasiones- se les ejecuta extrajudicialmente.

Como si jamás se hubiera abolido la esclavitud, los chocoanos siguen siendo víctimas del racismo y la discriminación social de forma sistemática.

El desprecio no solo ha venido de los presidentes, sino de todos los sectores del país. El Estado jamás hizo mayor gasto social ni inversión pública. La empresa privada nunca se interesó por desarrollar la industria mercante ni la construcción de prosperas ciudades. Y en general, el pueblo colombiano siempre ha visto a este rincón del planeta con repulsión, complejo y vergüenza.

¿Por qué no soñar con un Chocó independiente… o por lo menos, separado de Colombia?

Soñar con un Chocó que se libere de las cadenas y se proyecte al mundo como un pueblo orgulloso y digno, con derecho a desarrollarse y a establecer nuevos lazos en el concierto de las naciones.

Cuando los hermanos panameños se separaron, Colombia estaba sumergida en guerras civiles heredadas del siglo XIX. Si Panamá no se hubiera separado, habría corrido con la miserable suerte del Chocó o incluso, de San Andrés y Providencia, que también se encuentra en el abandono.

Hoy, en la segunda década del Siglo XXI, continúan las mismas masacres y genocidios. Los colombianos han sido incapaces de consolidar la paz y pensar con un sentido de lo público.

El Chocó tiene derecho a soñar con la prosperidad y el bienestar. A proyectarse con Europa y los Estados Unidos por su mar Caribe. A establecer vínculos con Asia. A cimentar alianzas con potencias interesadas en invertir en aeropuertos, que lo conecten con Tokio y Shanghái. A trazar rutas marítimas con Singapur y Bangkok. A integrarse con Auckland y Melbourne…; a participar del intercambio desde Anchorage a Ushuaia; de Quibdó a Seúl, de Bahía Solano a Taipéi, de Capurganá a Sídney, de Sapzurro a Osaka.  

Como lo hicieron los hermanos panameños, es válido soñar en que Chocó cuente con el respaldo de algunas naciones amigas, que vean con buenos ojos su libre autodeterminación como pueblo, a buscar su propio destino o a anexarse como protectorado de una potencia que la valore.

Chocó es el pulmón de la humanidad y en tiempos de cambio climático, la región se convierte en una zona de altísimo valor e interés mundial, en todos los aspectos.

Soñar con un nuevo actor internacional, que se conserve como el pulmón de todos y que también, se complemente con la querida Panamá.

Con una industria ecoturística que respete y conserve la biodiversidad.

Con una política inmigratoria organizada y controlada, que estimule el asentamiento de individuos y familias, provenientes de naciones desarrolladas.

Soñar con un país alejado de los conflictos de los colombianos, que decida sus propias formas de gobierno, que se estructure autónomamente y de acuerdo al principio de equidad.

Soñar es válido porque Chocó tiene el derecho a vivir con dignidad y a gozar del progreso tecnológico.

El derecho a la educación pública universal, con programas científicos, culturales y artísticos.

El derecho a la renta básica universal, que asegure a todo chocoano el derecho a recibir un ingreso mensual vitalicio.

El derecho al desarrollo, en el que se realicen las libertades fundamentales.

El derecho a establecer relaciones de amistad y cooperación entre los Estados,de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas.

Soñarte como un territorio libre y digno, en el que tu red fluvial cósmica, Atrato, San Juan y Baudó; tus dos mares, tus canales, por Napipí y Truandó; abran rutas de progreso, de esperanza y promisión; y que seas prospera, justa y equitativa.

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