¿Cómo podría iniciar una guerra nuclear?
Cuota:
Una guerra nuclear podría comenzar como resultado de uno de los siguientes sucesos:
a) Una decisión consciente de una potencia nuclear para desencadenar una guerra nuclear;
b) Una escalada de una guerra convencional;
c) Una falla mecánica de un sistema de armas nucleares;
d) El error del hombre o de las computadoras en relación al control de los sistemas de alerta y descarga;
e) La conducta irracional de los responsables de controlar las armas;
f) La entrega de armas nucleares a un gobierno irresponsable;
g) Uso de las armas nucleares por un grupo terrorista.
Las consecuencias de tal guerra estarían más allá de la imaginación humana. Sin embargo, la doctrina oficial de la OTAN sostiene que es posible la opción de una guerra nuclear y que ésta podría tener lugar en el teatro europeo. Se ha desarrollado la doctrina de la «respuesta flexible». Morton Halperin la enuncia de la siguiente manera: «Nosotros pelearemos con fuerzas convencionales hasta que estemos perdiendo; a partir de ese momento recurriremos a las armas nucleares tácticas, aunque con esto volemos al mundo». El canciller Schmidt, de Alemania Occidental, publicó un libro escrito en 1962 en el que expresó que si 355 bombas nucleares fueran arrojadas en el espacio de tres días, y 268 cayeran sobre terreno alemán, los daños estimados en Alemania Occidental serían de 3 a 4 millones de muertos y de 3 a 5 millones de heridos. La defensa de Europa Occidental con armas nucleares conduciría a la destrucción de lo que debería haber sido defendido.
No obstante, se sostiene oficialmente que las doctrinas militares pretenden prevenir la guerra por medio de la disuasión y se sostiene que la guerra nuclear no puede suceder debido a que es claramente irracional. Ninguna autoridad responsable podría tomar teóricamente tal decisión, ya que implicaría el suicidio colectivo. Con todo, a fin de alcanzar una disuasión verosímil, se tiene que ser capaz de convencer al otro bando de que, si es necesario, realmente existe el propósito de desencadenar una guerra nuclear. Teóricamente los progresos tecnológicos, los nuevos sistemas de armas y las maniobras militares con armas nucleares tienen sólo el propósito de mostrar firmeza y seguridad y jugar un papel estricto de defensa. No han sido diseñados para ser utilizados: su valor se circunscribe a la disuasión.
Existen, no obstante, preocupantes en esta teoría de la disuasión. Primero, es inconsistente, o mejor, es una paradoja en sí misma, ya que, a fin de mantener la disuasión funcionando, es preciso abatir sus fundamentos. En otras palabras: la disuasión está condicionada para funcionar sólo si el uso de las armas nucleares es irracional e inconcebible; pero a fin de obtener eso, es necesario hacer uso de las armas nucleares como una opción política válida.
Recientes adelantos en la fabricación de armas, realmente han hecho de una guerra nuclear una opción válida en las mentes de muchos militares y políticos. Las armas nucleares pueden ser fabricadas tan pequeñas y su poder destructivo es 10 veces mayor a la más grande de las bombas convencionales arrojadas durante la Segunda Guerra Mundial. La exactitud de los sistemas de descarga ha sido perfeccionada notablemente. El Directivo presidencial 59 acepta la estrategia «contrafuerza» ya anunciada en 1974. Esta estrategia sostiene que las armas nucleares pueden ser arrojadas contra objetivos militares y asume que, por lo menos durante la guerra, la destrucción de estos objetivos es una opción racional.
Cuando se habla del «campo de batalla de las armas nucleares», se refiere al teatro de Europa Occidental. Esto es ampliamente conocido, al menos para los expertos, aunque no para el público, ni siquiera el de Europa Occidental. Yo no trataré aquí con la estrategia nuclear soviética, la cual es, en mi opinión, tan irracional como la doctrina de la OTAN. Me aboco a la raíz de las estrategias de defensa en la época nuclear: la conducta de la gente que tiene que tomar las decisiones. Las armas no hacen la guerra; es la gente quien la hace.
La teoría oficial de la disuasión está basada en hipótesis implícitas, particularmente referidas a la conducta humana.
Menciono aquí cuatro de estas hipótesis:
a) Los responsables de tomar la decisión seguirán siendo racionales bajo toda circunstancia;
b) Quedarán en completo control más allá de su propia conducta y de sus fuerzas militares bajo toda circunstancia.
c) Percibirán en cada situación una amplia clase de posibles alternativas y elegirán racionalmente la mejor solución.
d) Tendrán acceso a información completa y verificada.
Antes de que proceda a criticar estas hipótesis, permítaseme señalar, primero, que la decisión para empezar una guerra nuclear podría ser tomada como una decisión racional en condiciones más o menos normales. Este es un peligro creciente, particularmente entre los países tercermundistas.
La decisión de hacer caer una o quizás dos bombas nucleares, podría ser tomada exactamente como aquella decisión adoptada por el gobierno americano en 1945. Uno de los bandos podría encontrarse con la posesión de un número reducido de armas nucleares y las usaría en forma semejante a lo que los americanos hicieron en 1945 sin tener miedo a las represalias.
Pero el principal punto al que quiero atraer su atención es, en todo caso, a que las hipótesis fundamentales de la teoría nuclear de disuasión están equivocadas. No han sido probadas en la realidad. Son simplemente hipótesis, hechas por gente que indudablemente no estudió la conducta humana, en la historia o en la psicología.
Aun en Europa, donde más de 10.000 armas nucleares se han establecido, tienen como blancos a ciudades y objetivos militares en ambos bandos, y donde la perspectiva de una guerra nuclear es claramente irracional, la decisión de empezar tal guerra podría ser tomada. Y, probablemente, esta decisión sería tomada exactamente de la misma manera que dio origen a las otras guerras, no como un paso deliberado, como un medio racional, para un fin definido, como la prolongación de la política por otros medios, sino, simplemente, por una continuación de percepciones erróneas, de crisis y decisiones hechas en condiciones anormales, con incertidumbre, fatiga, y basadas en información incompleta y no verificada. En otras palabras: como el resultado de un proceso que se inicia con decisiones irracionales, con resultados inesperados y progresivamente fuera de control.
La palabra clave es crisis. Las guerras no comienzan sin una crisis, y la crisis de la conducta es la que deberíamos estudiar en primer lugar.
¿Qué es una crisis? Es una situación que amenaza fines de alta prioridad, que limita el tiempo disponible de respuesta, y que sorprende a quienes toman las decisiones. Las autoridades son personas normales, igual que nosotros. No tienen la finalidad de las computadoras. Los efectos de una crisis sobre la conducta de quienes deciden han sido estudiados.
Permítaseme resumir algunos de estos hallazgos:
Las situaciones de crisis tienen, por lo menos, siete efectos importantes sobre la conducta de quienes toman las decisiones:
a) Hay una fuerte tendencia a simplificar el proceso. Los procesos del pensamiento suelen simplificarse entre los individuos que experimentan una crisis, y la valoración de las consecuencias de una situación se hace sin tomar en consideración todos los elementos de juicio.
b) Los factores emocionales e irracionales tienden a producir compulsiones psicológicas hacia la acción o la reacción o, en otras palabras, se significan en una presión para finalizar una situación psicológica intolerable de incertidumbre e influencia y obliga a tomar una decisión.
c) Como la presión se incrementa en una situación de crisis, varios costos y efectos de una opción tienden a ser desatendidos.
d) La crisis afecta a las percepciones de quienes toman las decisiones, particularmente aquellas que se refieren a las intenciones y las alternativas abiertas al adversario.
e) La crisis incrementa una tendencia hacia la rigidez de percepción y del pensamiento.
f) Hay también una tendencia a repetir la conducta anterior (regresión).
g) La complejidad real de la situación está simplicada en términos de que uno tiene sus propias formas de conducta y no se asumen las alternativas o variables del adversario.
La expresión clave en las crisis es la perturbación de la percepción, que es una de las más importantes características del proceso sicológico que conduce a una guerra. La tensión internacional puede desarrollarse a través de un proceso circular de profecías cumplidas en sí mismas, las cuales producen un sentimiento profundo de amenaza en ambos bandos, Ambos están tomando medidas para defenderse —y, honestamente, ellos se proponen hacerlo. Ambos, no obstante, están interpretando las medidas de defensa de unos y otros como movimientos agresivos, distorsionando las perspectivas existentes. Tal proceso circular, frecuentemente, ha culminado en guerra simplemente porque los responsables pierden la visión y el control del conflicto. Ellos se tornan menos cautos ante la complejidad del medio ambiente; percibieron, finalmente, sólo una vía de acción fuera de sus problemas, y escogieron, por ello, desdeñar las consecuencias. Tales procesos son, sin duda, concebibles actualmente. Aún tienen lugar en diferentes niveles repetidamente.
Por lo tanto, lo que se conoce acerca de la conducta humana y, en particular, sobre la toma de decisión política de una crisis, no es compatible con lo que asume el plan de acción oficial sobre la disuación. La teoría oficial de disuasión asume una racionalidad total bajo toda circunstancia. Implica un sólido control de los responsables sobre su propia conducta y sobre sus organizaciones políticas y militares. Asume una completa y veraz información, sin incertidumbre, sin fatiga personal y sin presión.
Una razón importante que tenemos para temer una guerra nuclear en Europa no es que tal guerra podría ocurrir como un suceso racional, provechoso para una de las partes, o que la decisión de dejar caer una bomba nuclear sería tomada como una decisión ponderada. Habrá que advertir lo suficiente que las situaciones de crisis ocurren, y que, en estas situaciones de crisis, la conducta humana llega a ser irracional; que la realidad es tergiversada; que los responsables tienden a volverse rígidos, inflexibles, impulsivos y cortos de visión. En tales situaciones, no es difícil que se precipite una decisión para dejar caer una bomba nuclear -sólo una-. Después de eso, nadie sabe qué sucederá o, mejor dicho, todos conocemos el desenlace.
Sir John Hackett pensó que dos bombas serían suficientes dentro de una conflagración plenitaria en su bestseller sobre la Tercera Guerra Mundial-. La única cosa que se puede predecir acerca de las guerras es que un curso no se puede pronosticar. Después de que una guerra ha comenzado, todo cambia. La conducta normalmente vista como criminal se vuelve normal; matar se convierte en un fin justificado y heroico, y la crisis conductal descrita por mí, entra a una espiral angustiante, dejando al fin una sola alternativa abierta a los líderes: ganar la guerra; todo lo demás, no es digno de consideración. Y se pueden utilizar las armas nucleares porque se va perdiendo o emplearlas cuando la victoria ya está cercana, a fin de evitar pérdidas en el propio bando.
Hay situaciones concebibles en las que los responsables podrán llegar a la decisión de utilizar una, o dos, o, finalmente, 268 armas nucleares. Hasta hoy sin embargo, sólo una verdadera crisis se ha presentado: la cubana de 1962 entre los superpoderes, que ha tenido al mundo al borde de una guerra nuclear. El registro histórico de todo lo que fue erróneo durante la crisis revela que fue simplemente por casualidad que escapamos de ella. No sabemos qué sucederá en la próxima.