Con motivo del estreno del documental «Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia» de la cineasta inglesa Mags Gavan, Bandalos ofrece una serie de artículos que recorren la vida y la lucha de Jorge Lara, a través de charlas y entrevistas de nuestra periodista Guylaine Roujol con el tercer hijo del Ministro de Justicia asesinado en Bogotá el 30 de abril de 1984. Encuentros que tuvieron lugar en Bogotá y París, en 2021 y 2022, el último cinco semanas antes de su fallecimiento, el 9 de marzo de 2022, en la capital francesa.

Episodio 1: El hijo de un héroe

De Jorge Lara, los colombianos que conocieron los años ochenta, o aquellos más jóvenes que estudiaron esa historia, recuerdan el rostro contorsionado por el dolor del niño que aún no había cumplido los 7 años. Vestido con una camisa celeste, congelado por la eternidad, boquiabierto como para dejar salir la desesperación que de repente lo invadía en ese momento. Los ojos entrecerrados de dolor, inclinado sobre el ataúd del entonces ministro de Justicia, cubierto con una bandera nacional, apenas acababa de comprender que este funeral era el de su padre.

La sola mención de esta fotografía, ilustrando el trauma que cortaría definitivamente su existencia en dos, revivía atrozmente el dolor del ahora adulto, cuyo nombre muchos han olvidado o tal vez nunca conocieron, al igual que el de Paulo, su hermano menor. De la familia Lara, los colombianos están más enterados de los dos hijos mayores, ambos de nombre Rodrigo, y de Nancy, viuda con apenas 28 años.

Jorge no quería volver a ver esta imagen, ni comentarla, como si recordarla reviviera el tremendo dolor que había sentido entonces. Había un antes y un después del día de la tragedia. “Vivimos en un narcoestado que se ha construido en los últimos 30 o 40 años. El crimen de mi padre fue cometido por estas personas, y permanece impune hasta el día de hoy. Para mí, es inconcebible», me dijo durante nuestras primeras conversaciones telefónicas, mientras filmaba en el barrio Pablo Escobar de Medellín, para el documental de Mags Gavan que nunca vería, y que fue transmitido por primera vez en Nueva York el 18 de octubre de 2024. Luego añadió, en un perfecto francés y con la delicadeza que lo caracterizaba: “Tengo muchas cosas que contarte, con todo el gusto del mundo”. Tres semanas después, nos reunimos en Bogotá.

Una lluvia de tiros que dejó solo una víctima

Después de un cuarto de siglo de exilio en varios países europeos para huir de la violencia, de regreso a su país natal, el segundo hijo de los hermanos Lara Restrepo pasaba casi desapercibido en esta amnésica sociedad colombiana, donde una tragedia viene tras otra, haciendo que el país caiga en el olvido desde tiempos inmemoriales. Algunos incluso descubrieron su existencia el día de su muerte.

De los cuatro hijos del exministro, no era él quien más se le parecía físicamente, en los albores de sus cuarenta años. Pero sí había puesto todas sus fuerzas en la batalla, con determinación y valentía, defendiendo dignamente el legado moral y las convicciones de su padre, prematuramente convertido en un ícono en la sangrienta historia de Colombia. Su mandato, cuya duración era inversamente proporcional a su notoriedad, fue truncado el 30 de abril de 1984, solo nueve meses después de su nombramiento al ministerio por el presidente Belisario Betancur. El diluvio de tiros que cayó sobre el Mercedes blanco en la calle 127 al pasar, después de la Autopista Norte, de regreso a su casa de ladrillo rojo, en el barrio Recreo de los Frailes en el norte de Bogotá, cobró milagrosamente una sola víctima: el ministro de Justicia, quien había desenmascarado a Pablo Escobar y denunciado la permeabilidad del dinero sucio del narcotráfico en todos los estratos de la sociedad y de la política, contribuyendo a la transformación de Colombia en un narcoestado.

“Por ahora, solo tengo una misión”

Durante nuestro primer encuentro, en Halloween, Jorge había desenredado generosamente el hilo de su infancia, no sin antes haber planteado su situación actual: «Hace cuatro años me divorcié. Lo último en lo que estoy pensando en este momento es en tener una pareja. Tal vez algún día vuelva a saborear la dulzura del amor. Pero por ahora, solo tengo una misión”.

En realidad, su objetivo era triple:

1. Destrabar la estancada investigación sobre el asesinato de su padre y desenmascarar pública y legalmente a los autores intelectuales de este atentado que, en su momento, sacudió al país.

2. Denunciar —para luchar mejor contra ellas— las situaciones dramáticas de las que era testigo, recorriendo las zonas más deprimidas del país en su furgoneta, llamada Jaimes, convertida en su casita, donde dormía, acompañado de Natas, su fiel perrito criollo.

3. Establecer una Casa de la Cultura Rodrigo Lara Bonilla en el barrio Pablo Escobar de Medellín, para cambiar el curso de la historia, como un poderoso signo de reconciliación. Un término al que había dado su pleno sentido cuando se acercó al hijo del capo acusado de haber dado la orden de matar a su padre. La trayectoria de Sebastián Marroquín, que se había convertido en un amigo fiel y verdadero, y la suya tenían extrañas similitudes.

En la tercera caja, el maletín del ministro

Tres facetas de la misma promesa que se había hecho a sí mismo, al descubrir, a su regreso a Colombia a finales de la década de los 2000, un panorama que se parecía en todos los aspectos al que había pintado el difunto Ministro de Justicia desde 1984, firmando su sentencia de muerte al negarse a entrar en las filas de los políticos comprados y corruptos.

Seguir los pasos de su padre. Para ello, tenía la fe de quienes están convencidos de que están librando una batalla justa… y un descubrimiento inesperado. “Un día recibimos unas cajas que llegaron del Huila, la región de donde nosotros venimos, con cosas antiguas. Eran tres cajas grandes. Le dije a mi mamá: ¿qué hago con esto? Y ella me respondió: son cosas viejas, mira a ver qué sirve. Y si no, pues botémoslas. Las dos primeras cajas eran puros chécheres antiguos, cosas ahí dañadas.” Pero en la tercera caja estaba el maletín del ministro. Adentro, su billetera, sus mancornas “todavía con manchas de sangre” y sus tres agendas, con apuntes del ministro, sus dudas, sus sospechas, y las investigaciones que pretendía iniciar.

Continuará en el Episodio 2: “Una infancia desarraigada”.