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FIFA: La caída del Imperio

FIFA: La caída del Imperio

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27 DE MAYO DE 2015, 6 A.M. TOC, TOC. “Por favor, vístase y salga con las manos en alto… señor”. Siete ejecutivos sobrealimentados de la FIFA son sacados de sus camas en uno de los hoteles más lujosos del mundo, pagados por el fútbol, y llevados a los calabozos de una estación de policía de Zúrich, provistos por los contribuyentes suizos. ¿Levantarán las manos? Quién sabe… Los líderes de la FIFA no están acostumbrados a obedecer leyes. Ninguna ley. Los policías deben tener cuidado.

Suponía que esto iba a pasar algún día, pero el FBI no me decía cuándo. Más de tres años antes, había entregado a ese organismo los documentos cruciales que dieron lugar al operativo matutino en el hotel Baur au Lac. Tuve que ser paciente. Muy paciente.

Yo sabía que las pruebas recogidas por el escuadrón de Crimen Organizado Euroasiático del FBI, con sede en Nueva York, estaban siendo evaluadas por el Departamento de Justicia en Washington y repasadas por un Gran Jurado en el este de Nueva York. La fiscal federal de Brooklyn, Loretta Lynch, supervisó las investigaciones y tomó la decisión que mañana mismo se difundiría por el mundo.

La evidencia que brindé al FBI en agosto de 2011 reveló que Chuck Blazer, miembro importante de la cúpula de líderes de la FIFA, que vivía en el mismo edificio que una fabulosa en la Torre Trump, estaba robando millones de dólares año tras año de la FIFA y del fútbol mundial. Se había “desaparecido” a sí mismo offshore para evitar el pago de impuestos. 

Descubrió que escondía su riqueza en paraísos fiscales del Caribe. El FBI compartió mis documentos confidenciales con las autoridades fiscales estadounidenses y poco después el grotescamente obeso Blazer fue arrestado en Manhattan mientras se trasladaba en su scooter para personas con movilidad reducida.

Días más tarde, Blazer, ante la posibilidad de pasar el resto de su vida en la cárcel, capituló, se convirtió en testigo de la fiscalía e implicó a docenas de otros maleantes involucrados en la solicitud de sobornos para otorgar derechos de marketing y televisión de sus torneos de fútbol.

Blazer fue enviado a los Juegos Olímpicos de Londres, donde grabó en secreto a ciertos funcionarios de la FIFA y otros malvivientes asociados. Uno de ellos acordó con la Justicia y devolvió la asombrosa cantidad de 151 millones de dólares obtenida en sobornos por contratos de explotación. Estuvo de acuerdo en usar un micrófono y engañó a varios otros gordos, algunos de los cuales fueron arrestados en Zúrich.

Más de un año antes de que yo entregara los documentos sobre Blazer, los federales se me habían acercado para pedirme ayuda para identificar a algunos de los maleantes de la FIFA. Habían visto mis documentales de televisión y leído mi primer libro, que dejaba al descubierto aquella estructura del crimen organizado. Ellos sabían que yo sabía mucho y que tenía fuentes profundamente enquistadas en el corazón de la FIFA. Parecía que estaban investigando una organización de lavado de dinero.

¿UN PERIODISTA DEBERÍA AYUDAR AL FBI? Obviamente sí. Las fuerzas policiales europeas habían cerrado los ojos ante la gran cantidad de pruebas que ya había publicado y mostrado en televisión. Los funcionarios del fútbol británico me habían proscrito; preferían no invitarles que aceptaban que continuara en el cargo el infame Joseph Blatter.

Inesperadamente, me invitaron a Londres a través de un intermediario para conocer a un banquero con quienes resultaron ser agentes especiales del FBI y funcionarios del Departamento de Justicia que se ocupan del delito organizado. Al parecer ellos sí podían cumplir con una tarea que era evitada por todos los demás organismos de aplicación de la ley, especialmente en Suiza.

Mientras leo la espectacular acusación penal de 164 páginas hecha pública por el Departamento de Justicia después de la redada de Zúrich, me doy cuenta de que fue mi evidencia lo que produjo el cataclismo de la FIFA, la noticia mundial del momento.

La nueva fiscal general de los Estados Unidos, quien en ese momento ocupaba el cargo desde hacía solamente un mes, no era otra que Loretta Lynch, que había supervisado durante años la investigación de la criminalidad de la FIFA en Nueva York. Ella anunció: “De ellos se esperaba que respetaran las reglas que hacen que el fútbol sea honesto. En lugar de eso, corrompieron el negocio del fútbol en todo el mundo para servir a sus intereses y enriquecerse a sí mismos”. Como si no hubiera sido suficientemente preocupante para los funcionarios de la FIFA acobardados en Zúrich y el resto del mundo, continuó: “Este Departamento de Justicia está decidido a poner fin a estas prácticas, erradicar la corrupción y llevar a los infractores ante la Justicia”.

¡Ay!

A los detenidos, y a los que temen serlo, les tomará tiempo comprender que hicieron algo malo. Los sobornos y las comisiones ilegales por contratos han sido lo habitual desde que un hombre relacionado con la mafia, João Havelange, asumió como presidente en 1974. El deporte más popular del mundo ha sido cada vez más controlado desde la cima por maleantes sin moral, muchos de ellos con impresionantes trajes de lujo de Jermyn.

El resto del mundo del deporte más allá del palacio de cristal de la FIFA, que está ubicado en una colina por encima de Zúrich, olía la podredumbre y abucheaba al presidente Blatter cuando se atrevía a aparecer en público. Pero no conocían los detalles sucios. Ellos sí: se miraban unos a otros y admiraban a sus jefes, ladrones y corruptos, rodeados de aduladores que le sonreían y le decían que todo iba en su debido curso, extraordinario propósito que unió a Havelange y Blatter para conspirar sucia codicia. Pocos de ellos son delgados: la mayoría se atiborraron durante décadas con langosta, caviar y vinos finos.

*Extracto del libro “FIFA: La caída del Imperio”

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