La Metamorfosis electoral
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Muchos de nuestros políticos se parecen a Gregorio Samsa, que una mañana despertó de un sueño inquietante y se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto. Al igual que Gregorio, ellos se despiertan boca arriba, aterrados de cómo sus numerosas patas, de una delgadez deplorable, vibran desvalidas ante sus desorbitados ojos.
Y es que el proceso de metamorfosis lo experimentan los políticos-insecta, que con la salida del sol sufren cambio radical de comportamiento, ideas y partidos. Algunos comienzan como simples larvas, que se arrastran de voluntarios en sedes de campaña y otros como babosas, que se pegan a sus muros en las redes sociales, con los trinos de los grandes invertebrados.
De lo más peligroso es la langosta, que, por cierto, es una plaga muy temida en la agricultura: utiliza los dineros de los campesinos para destinarlos a sus propios proyectos inmobiliarios.
También se ve entre la maleza al saltamontes de montaña, que salta de partido en partido y de ideología en ideología, según su insaciable apetito. Mientras ayer era funcionario insignia del gobierno, hoy posa de acérrimo contradictor de las políticas que él mismo lideraba.
Y claro está, el saltamontes de cabeza ancha, que en elecciones se le ve brincando en tarimas al son del vallenato, amenizando parrandas con chirriante voz de grillo y arrastrando al populacho a la peor de sus borracheras.
Pobre suerte la del piojo, que con la ayuda de la langosta ha devastado el campo, para luego ser vendido por aquella y terminar triturado en el pico del Águila.
Las libélulas hembras dan bruscos giros de 360 grados en pleno vuelo de campaña. Antes de caer la noche acusaban y encarcelaban a uno que otro piojo, pero al amanecer ya se han convertido en militantes aguerridas del mismo partido de los perseguidos. Y eso si, a la colmena de abejas tampoco le importa la voltereta de la libélula: tres votos suman.
Entre moscas y gorgojos resulta muy visible el alacrán, que antes de clavarse solito la ponzoña, se florea entre pasillos y barrotes, haciendo firmar hojas en blanco.
Ni qué decir de las avispas, que hunden su aguijón a cualquier testigo -verdadero o falso- que de papaya.
Pero las más feroces son las cucarachas, las que están detrás de la red del poder, que después de liberar la Madre de las Guerras y tenernos a todos por muertos, son ellas las únicas que sobreviven.