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García Márquez y el cambio de paradigma psiquiátrico. lenguaje, locura y los derechos de internados en instituciones

García Márquez y el cambio de paradigma psiquiátrico. lenguaje, locura y los derechos de internados en instituciones

Cuota:

“Sólo vine a hablar por teléfono” cuento de García Márquez (1978).  llevado al cine en 1979 (México)[1] como “María de mi corazón”[2]

“Algo sucedió en la mente de maría que le hizo entender por qué las mujeres del autobús se movían como en fondo de un acuario. En realidad, estaban apaciguadas con sedantes, y aquel palacio de sombras, con gruesos muros de cantería y escaleras heladas, era en realidad un hospital de enfermas mentales. Asustada, escapó corriendo del dormitorio, y antes de llegar al portón una guardiana gigantesca con un mameluco de mecánico la atrapó de un zarpazo y la inmovilizó en el suelo con una llave maestra. María la miró de través paralizada por el terror”. GGM

Resumen

El relato de García Márquez -uno de los representantes literarios del realismo mágico- es analizado en primer lugar como parte de las manifestaciones artísticas que confrontaron y denunciaron al poder psiquiátrico y sus prácticas violatorias de derechos humanos.  sin embargo, aunque fueron los años 60 los que erupcionaron en modificaciones legales revolucionarias como las leyes antimanicomio, desde los albores de la psiquiatría sus críticos no cesaron en protestar desde muchas aristas contra la degradación humana que se escondía en dichas instituciones.  Ahora bien, entre literatura y locura, existen relaciones existenciales inocultables que nos llevan a pensar si ha sido el poder psiquiátrico quien ha despojado a la literatura de su lugar de privilegio para enfrentar la locura. Si la literatura es el verdadero lenguaje de la locura, o si la literatura en sí hace parte de la locura. ¿Es posible, entonces, servirse de la literatura para darle expresión a la locura? ¿De qué manera el poder psiquiátrico fue silenciando a la locura hasta su eliminación? ¿Puede jugar algún papel la literatura en las definiciones legales acerca o sobre la locura? ¿puede jugar algún papel la literatura en las decisiones judiciales cuando en los hechos aparece la locura? ¿De qué forma la literatura podría auxiliar al juez o dotarlo de capacidades emocionales para discernir quién es o no inimputable, y sus efectos o consecuencias, por ejemplo? ¿Quién debe ser internado y quién no? Hablar de la literatura y el lenguaje en la locura, nos acerca al problema del silenciamiento de la palabra del paciente, del reo afectado mental, del internado involuntario.  El vínculo que proponemos de literatura, psiquiatría y derecho penal se refiere a dos puntos:  empieza con devolver la palabra al paciente (consentimiento informado) como restitución de los derechos violados por el sistema psiquiátrico, y pasa por el reconocimiento de la expresión de decisiones libres en el proceso penal del “enfermo mental”.  Restituir la palabra implica restituir sus posibilidades comunicativas en todo sentido: mediante el arte, en la relación con el médico, en la conformación de un diagnóstico, en su tratamiento. Restituir la palabra es personalizar, individualizar y no monstrificar (monstruo, de mostrare, de señalar al diferente) al individuo que está internado en el sistema de control psiquiátrico institucionalizado. En todo caso, decimos que a modo de prueba tenemos a Freud, a quien se propone más como escritor o literato que como médico o científico.  El psicoanálisis es una forma de antipsiquiatría. A María, la del cuento, se le silenció y se le quitó hasta el nombre[3] en la institución psiquiátrica.

Palabras clave

Realismo mágico, psiquiatría, anti psiquiatría, literatura, locura, lenguaje, derechos humanos, arte, manicomios, internados, poder psiquiátrico, consentimiento informado, capacidad procesal del enfermo mental, vaguedad normativa.

  1. Los “anti-psiquiatras” de todas las épocas  

Dijo Michel Foucault[4] que la crisis de la psiquiatría se inició cuando se descubrió que Jean Martin Charcot (1825-1893)[5], el dueño de la locura[6], se interesó por la histeria en 1870. Del antiguo hospital (1656) y sus ampliaciones se dedicó un pabellón entero para albergar y tratar a toda suerte de mujeres denunciadas, casi siempre, por sus esposos y padres. Las actividades oscuras y polémicas de Charcot en el hospital de La Salpêtrière y directamente relacionadas con la histeria fueron el alimento de la antipsiquiatría, rótulo que se ha usado peyorativamente para agrupar a todo aquel que ha denunciado tanto a la epistemología problemática y paradigmática de la disciplina psiquiátrica, así como a sus prácticas violentas. En todo caso fue el mismo Foucault el que declaró que no existe una antipsiquiatría, sino anti-psiquiatras, ora porque la psiquiatría, a pocos pasos de ganar prestigio y apoderarse del lugar de la razón en el hospital -espacio instrumental para desarrollar la confrontación médica con la locura- tuvo que empezar a discutir y explicar sus oscuras prácticas, por los ecos que provenían, principalmente, de la literatura, la pintura, el cine, el periodismo y de algunos psiquiatras “apóstatas”.    Siempre hubo reacciones negativas desde la literatura y el arte, al encierro y sus prácticas, y específicamente -a más que con mucha fuerza- al poder psiquiátrico en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, luego de la decepción y la vergüenza que produjeron los choques eléctricos y la lobotomía (cirugía psiquiátrica) o las dosis fatales de drogas. 

De igual manera la locura dejó de expresarse, o mejor, se le silenció, paulatinamente, hasta su anulación completa en el siglo XX. Se culmina un proceso de proscripción de la palabra del loco. Los rastros de su personalidad son apenas notas a renglón del médico, pero nada proveniente de sí mismo como modo de expresión. Dicha psiquiatría institucional eliminó el lenguaje de la locura al silenciar su palabra en todos los momentos de la relación médico paciente. La negación de su mal (no estar loco) se transforma es su propia confesión. La relación médico paciente no permite, en psiquiatría, ni el diálogo ni el monólogo como expresión del lenguaje de emociones, vivencias, carencias, pensamientos del catalogado enfermo mental. Además, en segundo lugar, la psiquiatría despojó a la literatura como posibilitador de aproximación al fenómeno. Llegar a la locura, o al menos, visualizarla, siempre ha sido asunto de la literatura, no de la ciencia.  Se justifica así un retorno a la literatura para los fenómenos de la locura y sus consecuencias jurídicas.

La experiencia del encierro general del siglo XVII y XVIII, tuvo como resultado una abultada serie de manifestaciones artísticas y de calibres más mundanos para comidilla de público vulgar, que exponían si no los horrores de lo que ocurría en esos depósitos de muertos vivientes, entonces las historias que se encontraban detrás de cada individuo que terminaba sus días en dichos lugares. En Inglaterra, a diferencia de Francia, se hablaba de los manicomios no como si fueran asunto del poder omnímodo del Estado al que había que temer. Las razones de temores eran caer en desgracia con la familia o la sociedad, y se erigieron los manicomios como lugares para dejar hijos pródigos y gastadores de fortunas, prostitutas, sifilíticos, vagos, y esconder a los locos de cada familia inglesa. De estos retratos, se destaca la serie de pinturas de William Hogarth, “el progreso de un libertino” (1733) que muestran la reclusión involuntaria de Tom Rakewell en Bedlam por gastarse el patrimonio familia en prostitutas.

Para cuando se llega al encierro específico de enfermos mentales, alienados, incapaces mentales, o locos, esto es, en el siglo XIX, las voces de protesta no se hicieron esperar:

Se notan experiencias como las de Ebenezer Haskell, fugado del hospital para enfermos mentales de Pennsylvania demandó a la institución y publicó sus memorias de tan amarga estancia (1868). Otro caso en el que la locura no se dejó silenciar, o en el que se permitió a un paciente interno expresarse, fue la serie de pinturas que realizara el condenado por la decapitación de sus padres, Richard Daad (1863). Van Gogh también pintaría su drama personal y a quienes lo atendieron en su confinamiento en Arles. Se cita también a la literatura de Jhon Perceval (1803-1876) quien luego de una crisis terminó recluido voluntariamente para al final contar sus miserias vividas en un reclamo conmovedor (a narrative of the treatment experienced by a glentleman Turing a State of mental derangement 1838-1840) sobre la impronta de la palabra cercenada al internado (silenciamiento o instrumentalización) y que es eje central de este artículo, al igual que en cuento de GGM:

“me amarraron a una cama, se me dispuso una dieta magra que, junto con los medicamentos, se forzaba en mi garganta o en la dirección contraria; mi voluntad, mis deseos, mis repugnancias, mis hábitos, mi delicadeza, mis inclinaciones, mis necesidades, nada de esto se consultó nunca, podría decirse que ni siquiera se reparó en ellos. Ni siquiera encontré el respeto que se suele dar a un niño”.[7]

Fueron famosas las disputas judiciales y mediáticas entre sir Edward Bulwer -Lytton y su esposa Lady Rosina, las cuales terminaron con denuncias en contra del esposo por maltratos que minaron el prestigio del Sir hasta hacer que furioso hiciera todo tipo de trampas legales para mandar a su exmujer a un hospital psiquiátrico. La andanada de escuetos relatos sobre sir Edward fueron publicados en el Daily Telegraph y prácticamente liquidó la carrera de Bulwer-Lytton y denunció las prácticas de dichas instituciones psiquiátricas.

  • Locura, literatura y poder psiquiátrico

Obviamente la historia del manicomio debe remontarnos al hospital y sus orígenes. En el siglo XVIII, el hospital tuvo como funciones las siguientes: primero, era el lugar privilegiado de la observación, es decir, un “macroscopio” a la manera de un zoológico, o un jardín botánico; segundo, el hospital era el epicentro creador de la enfermedad, porque sólo en el hospital era que realmente hacia su aparición, luego del caos del padecimiento ignorante; a través de la observación se descubre y se crea a la enfermedad, esto es, hace su aparición definitiva y pública.  La hospitalización psiquiátrica y por ende las instituciones que internaron a personas bajo condición de pacientes en el siglo XIX, son producto de una transformación cultural y científica que pretendió una nueva concepción de la locura, como objeto observable y apropiable sometido a una técnica que primariamente es reclusión, ora porque fuera del hospital no había tratamiento posible. Este artefacto es moderno y sirve al propósito de discernir la anormalidad, aislarla y definir la locura: “será definida a principios del siglo XIX no como un juicio perturbado sino como un trastorno en el modo de actuar, de querer, de experimentar pasiones y sentimientos, de tomar decisiones, etc. La locura dejará de inscribirse en el eje verdad-error-conciencia, para inscribirse ahora sobre otro eje completamente diferente: el de la pasión-voluntad-libertad”.[8] Pasó de ser un asunto subjetivo, a un tema objetivo, público e importante para el Estado del siglo XIX, pues antes de que la locura fuera capturada era pura quimera, sueños y confrontación con la realidad, un simple error que siempre fue tolerado, únicamente relevante si había alta peligrosidad.  De la locura se ocupaba la literatura y a nadie se le encerraba por estar loco. Cuando la sociedad inicia la práctica de recluir locos (bajo el rótulo de alienados o enfermos), lo que se transparenta es una nueva visión cultural y un silenciamiento sistemático y generalizado de la locura, que tiene un lenguaje propio. Digamos entonces que trataremos de preguntarnos en este artículo, sobre las intrincadas y profundas relaciones que existen, en un ida y vuelta, entre locura, literatura, psiquiatría, para llegar a un punto específico dentro del derecho penal que es el de su “enfrentamiento” con la locura, lugar donde se reflejan dos  problemas: 1.  vaguedad en el lenguaje de las normas jurídicas sobre locura e imposibilidad absoluta de resolver mediante una ficción jurídica: quién está loco para el sistema judicial y qué consecuencias debe haber. 2. Silenciamiento de la locura en el tratamiento o terapia ante el médico, y ante la administración de justicia.  En estas dos cuestiones el lenguaje, sobre todo el literario, tiene mucho que responder.  Ahora bien, se puede agregar un tercer problema: si los jueces se podían nutrir más de literatura sobre la locura, que con manuales de psiquiatría ininteligibles para ponderar quién es o no inimputable. Para todo ello es vital no cercenar la palabra del enfermo, es decir, la primera literatura que se debe atender es esa, así como comprender que la literatura es la que mejor nos dice muestra y describe la locura. La poesía, por ejemplo, permitiría sentir la locura y el relato de cualquier demente nos puede acercar a su psiquis más que las palabras de una etiología pseudo científica.  

La psiquiatría le arrancó la locura a la literatura, o mejor, cercenó su lenguaje apropiándosela a través de la creación de un lenguaje técnico (en un marco epistemológico) que pretendió alejar a la locura de su lugar predilecto: la metáfora, las hipérboles, los vericuetos de las letras. Sin embargo, se advierte que fue Freud quien devuelve a la locura a su sitio natural, pues la hace literatura valiéndose para ello del simbolismo, el romanticismo y el naturalismo. A más ello, el psicoanálisis pone a hablar al “paciente”, es todo lo contrario a la psiquiatría institucional: no silencia las palabras del paciente en una relación de poder con el médico.  La verdad de la enfermedad, así las cosas, se empezó a producir exclusivamente en el hospital, pues antes de dicho momento, el tratamiento posible para la locura se parecía más a un “retiro espiritual”: en los siglos XVII y XVIII se recomendaba descansar, distanciarse del ruido de la ciudad, de la lectura, etc. Incluso recuerda Foucault que el propio Esquirol[9] (uno de los padres de la Psiquiatría) al describir sus nuevos hospitales los había planeado con un jardín abierto a pabellones. Se proponía al Teatro para escenificar al enfermo su propio drama demencial y empujarle a la realidad. Todo esto se trastocó cuando la psiquiatría marcó las líneas fronterizas entre lo normal y lo anormal, lo sano y lo patológico, la razón y la sin razón, para silenciar, como objetivo esencial, a la locura en cualquiera de sus manifestaciones. De igual modo para recluirla, gestionándola, administrándola, diciéndole qué decir y cuándo decirlo, definiéndola, capturándola y clasificándola, para expropiar así los terrenos de la literatura, dejando tras de sí un desierto compuesto de un lenguaje artificioso que mata a la metáfora, la exageración, la excentricidad y el exceso de la literatura que siempre ha descrito y significado a la locura.

El problema fundamental y originario en el tema planteado de las ciencias de la psiquis, es evidentemente un problema acerca de la manera como se universaliza o localiza la verdad como expresión de una fuente que es interpretada por sabios, sean estas las pitonisas del oráculo de Delfos o los médicos que empiezan en un momento de la historia a agenciar el asunto de la vida y la muerte. El nacimiento de centros de producción y publicación de la verdad psíquica no podía dejarse al garete del relativismo espacial y circunstancial, y por ende la verdad debía brotar en un ritual centralizado que llama Foucault “tecnología de la verdad” y cuyo elemento distinguido es el hospital:

“Pero si se plantea el problema precisamente en términos de “tecnología de la verdad, con qué ritual, práctica y procedimiento hacemos estallar la verdad, nos encontramos evidentemente con el problema del hospital. Hablemos del hospital, y no me refiero solo al hospital psiquiátrico, sino al hospital en general”[10]

  • La crisis de la psiquiatría

La crisis de la internación psiquiátrica acompañó siempre a la disciplina y es Foucault quien hace un símil muy diciente: en su momento, Pasteur y sus descubrimientos hicieron sonrojar a los médicos, pues sus inmaculadas manos de sanador pasaron a ser vulgares transmisores de bacterias ocultas. De sanador a vehículo de los males del cuerpo, dicho descubrimiento cimentó las bases de un hospital que ya no debía ni tenía por qué ser fábrica de enfermedades. Así fue como se denunció en el campo de la psiquis, que Charcot creaba a sus locos, a sus propios enfermos, y la antipsiquiatría (si hay algo que se llame así) vino a hacer las veces de Pasteur que mandó a los médicos con mucha pena a usar guantes. Además, desde que se involucró a las mujeres en esta relación de poder con la histeria, se inició una crisis de la psiquiatría que no se detiene hasta el día de hoy.  En esta crisis se combinaron expresiones literarias, científicas, artísticas y musicales, y desde la propia investigación se gestó un activismo político sin precedentes en los años 60 y termina por transformar la psiquiatría y las leyes sobre internaciones psiquiátricas, llevando en esto Italia[11] la vanguardia con la ley 180 de 1978 y catalogada, incluso, por Norberto Bobbio “la única reforma auténtica realizada en Italia”.[12] Se dice que la psiquiatría tiene dos dimensiones: una terapéutica y otra de claros contornos biopolíticos, esto es, gestión y control de poblaciones para un problema de salud que rebasa lo privado para ser de dominio público e interés general. La locura partía de considerarse un peligro en sí, es decir, se la tenía como intrínseco peligro latente y cuya respuesta necesaria debía ser el manicomio; a partir de los años 60 del siglo XX, el cambio de paradigma en la psiquiatría hace que se inventen nuevas terapias, se abran los manicomios al público y al control del Estado, se revisen sus cuentas y presupuestos, se alteren las relaciones médico-paciente, se visibilicen los maltratos a los internados y la degradación de su dignidad. Son las épocas de los hippies, del uso de drogas para abrir las puertas a otras dimensiones, son las épocas en las que las estructuras jerárquicas entran en seria discusión y bajo ataques letales provenientes de la contracultura. Obviamente, mayo del 68 es el punto culminante y explosivo, pero no se olviden desde el otro lado del mundo los aportes de Goffman con su investigación “Internados, ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales” del año 1961. Es la misma época en que se dio cacería a Eichmann y se lo juzgó en Jerusalén, sirviendo de telón de fondo para dirigir la mirada a esas otras instalaciones sombrías que internaron seres humanos con un método seudo científico, prestigioso, dependiente de inmensas redes burocráticas donde se silencio la palabra de los “enfermos” para todos los efectos, incluyendo la posibilidad de negarse a un tratamiento.  Lugares muy cercanos a los que administró Eichmann, con elementales similitudes por la despersonalización de los individuos hasta volverlos cifras o números.  1961 también es el año de la publicación de “El mito de la enfermedad mental” de Szasz.

 “La historia de la locura en la época clásica” (tesis de 1961) es considerado un clásico de la antipsiquiatría, pero la tarea fundamental del pensador francés fue hacer una especie de arqueología del saber a través de la experiencia de la locura y para ello se sirvió, entonces, de sus estancias en hospitales psiquiátricos, el saber médico, la historia, el arte y la literatura. La locura para Foucault nunca fue objeto válido de ninguna ciencia o conocimiento, sino más bien un constructo social de exclusión y dominación que inicia con un encierro general: a partir del siglo XVII, locos, vagabundos, hijos díscolos, libertinos, mujeres desobedientes, y homosexuales quienes fueron depositados en los antiguos leprosarios.  

Por ahora, en palabras de Foucault, hay varias clases de antipsiquiatrías: una que desde adentro de las ciencias y los conglomerados farmacéuticos ataca el elemento de producción de la verdad que vimos el epicentro era el hospital. Este ataque enriquece la relación de poder entre médico y paciente para desequilibrarla aún más, bajo la órbita de la química farmacéutica y su publicidad desmesurada y carente de ética, pasando por neurocirugía. Se presentan como la alternativa a la internación, pero bien sabemos los alcances de todo cientificismo exacerbado que se soporte en intereses multinacionales.  Dichos objetivos son el silenciamiento aun más dramático del paciente, internado o no, pues todo diálogo o indagación se elimina para sustituirse por una dotación mecánica de un medicamento. Ante una dolencia, una pastilla, sin que deba mediar diálogo alguno, ni interés por las palabras del paciente. Estas dos tendencias son la apoteosis del cientificismo por su control utópico de la conciencia, la voluntad y la conducta del individuo o el grupo de individuos humanos. la posibilidad de la neurocirugía en el tema de la locura viene progresando con dirección al eje de la conducta humana en los lóbulos prefrontales. Se trata de puro reduccionismo.

“En la psicocirugía y en la psicofarmacología se pretende, en cierto modo, “pasteurizar” al hospital psiquiátrico, obtener en el manicomio el mismo efecto de simplificación que Pasteur había impuesto a los hospitales. Se trata de articular directamente, uno sobre otro, el diagnostico y la terapia, el conocimiento de la naturaleza -o del origen o del soporte orgánico- de la enfermedad y la supresión de sus manifestaciones”. [13]

En esta tipología de la antipsiquiatría que hace Foucault, la segunda especie de anti psiquiatría es el psicoanálisis o las terapías de tipo psicoanalítico, ya por cuanto lo que se propende es  desestructurar la relación vertical de poder entre paciente y médico, esto es, se suprimen con el psicoanálisis todas las formas coercitivas para quedarse con una relación libre, consensuada, de participación activa del lenguaje del paciente y que hizo retornar la literatura a ocuparse de la locura, como siempre había sido. Digamos que, en esto, aprovechamos las palabras de Papini[14], quien en un relato fantasioso sobre una visita a Freud a en Londres, éste se describió a sí mismo como un escritor más que como un médico. Podemos entonces avizorar que la locura habita en la literatura, la literatura es el lenguaje de la locura, o si se quiere la literatura es una forma de locura, su forma expresiva que no la coarta ni la suprime. Freud propone una relación privada y contractual, mediando pago y silenciando al médico para que sea el paciente en el diván el que sea oído, concebido a partir de su propio relato, descubridor de sus entresijos psíquicos y portavoz de su propio yo.

En la ficción de Papini, este Freud libre de hablar a alguien que no era un paciente, se confiesa como un escritor, más que un médico; un descubridor de historias y documentos humanos, más que un científico, y se revela ficticiamente juntando los simbolismos traídos de sus amplios conocimientos de la Grecia antigua, más la influencia de Zola y los franceses que conoció mientras trabajaba con Charcot.  Este Freud de Papini reivindica a la literatura que había sido poseída y silenciada por la psiquiatría digamos convencional o institucional.  En esta segunda especie de antipsiquiatría, dice Foucault, la relación de poder y de autoridad heterónoma se modifica para “invisibilizar al médico”.  

“en el psicoanálisis se encuentran y se compendian, expresadas en la jerga científica las tres mayores escuelas literarias del siglo XIX: Heine, Zola y Mallarmé se unen en mí, bajo el patronato de mi viejo Goethe. Nadie se ha dado cuenta de este misterio que está a la vista y no lo hubiera revelado a nadie si usted no hubiese tenido la óptima idea de regalarme una estatua de Narciso”. [15]

Una tercera y muy particular antipsiquiatría es la de Laing y Cooper[16], pues ya no se trata de una confesión donde mediando pregunta o silencio del médico, sino que opera como una tarea que el paciente debe cumplir y se fundamenta en criterios médicos de la antigüedad, toda vez que se insiste en cierta teatralidad para que la locura aflore de manera voluntaria, que encuentre su propia naturaleza. Existe igualmente una ficción, a través de una ilusión del personaje médico que no es tan importante como otros dentro del escenario de la teatralidad de la locura: la familia, los otros con autoridad. No es eje central la figura del médico, porque hace parte de un entramado: “no es la oposición enfermo-médico, anomalía-conformidad, loco-no loco donde representan un papel, sino más bien en el interior de la locura misma. Y, por otra parte, permanecerán siempre en los límites de la locura como cómplices que son-en cierto modo testigos- y que, por su comprensión, actitud, capacidad de analizar y verbalizar lo que ocurre, autentifican y validan lo que está pasando ante los ojos de aquel que vive esta terrorífica experiencia, confiriendo una autentificación a la experiencia en curso”[17]

En esta tercera antipsiquiatría encontramos una des medicalización, una explícita ilusión del poder médico, un marco de teatralidad y ficción, y se aparta al médico del espacio donde la locura se produce. La relación de poder, entonces, es nula.

El cuarto tipo de antipsiquiatría, según Foucault, es la más extrema: nos dice que las relaciones de poder han creado al enfermo y han construido a la locura. La misión de la antipsiquiatría es denunciar romper esas relaciones de poder y por tanto es lucha de activismo político. Están acá Basaglia, el líder de la reforma anti-manicomio de Italia, Guattari el Francés y definitivamente Thomas Szasz el húngaro.  Luego de la experiencia de Gorizia[18] -que fue el lugar donde Basaglia inicia sus investigaciones, llegando a ser director del hospital psiquiátrico- empieza su revolución con el desmantelamiento y apertura del manicomio de Trieste; es indudable que Basaglia habiendo dado lectura a la historia de la Locura de Foucault y revisando sus notas sobre microfísica del poder como parte de su militancia por el cierre de los manicomios, cimentó sus investigaciones que llevaron finalmente a la promulgación de la ley 180 de 1978 (sobre salud mental).

En las raíces de la teoría psiquiátrica (Pinel) y de sus mecanismos legales, sociales y culturales (el encierro general, el hospital, el asilo), encontramos un disfraz altruista que propugnaba por el bienestar de estos pobres seres que otrora deambulaban a su merced, y la manera de ofrecerles humanidad, consideración y consuelo era ubicarlos en el plano de los enfermos, separándolos así de los delincuentes o las bestias salvajes.  La enfermedad mental, así las cosas, fue el acta de fundación de un sistema de poder cuyo objetivo primigenio y básico era el apartamiento, la exclusión, la marginalidad y el silenciamiento de quienes habían perdido la razón. Se entiende que al no poderse definir qué era locura, se empezó a conceptualizar sobre quiénes no lo eran, o qué conductas, mejor, no eran parte del universo de la sin razón. Por ende, en este discurso, y devenir histórico parejos, aparece la figura del médico, del hospital, de la enfermedad mental y el manicomio.  Con esta asignación de lugar en el mundo de las patologías médicas, se inició un crecimiento acelerado y vertiginoso del poder psiquiátrico ahora garante de definir, clasificar, organizar, diagnosticar y “humanizar” al loco como un enfermo que merece tratamiento y rehabilitación.

  • La literatura como locura y el lenguaje de la locura[19]

La perspectiva que usaremos para referirnos a la locura tiene como eje central a la literatura: lenguaje connatural de la locura como manifestación a su vez de la irrealidad expresada a través de la palabra, poniendo patas arriba el universo de las reglas fijas y haciendo ver de otro color el mundo. La literatura, entonces, es en esencia locura, sino la forma más vital de la misma. Ahora bien, la locura se expresa y ha concebido una literatura desde su interior, una literatura que la describe y la sublimiza[20].  La literatura es trasgresión, revolución, puede ser la negación de todo y albergar todo. Es la literatura la mejor forma de acercarnos a la locura sin derruirla o silenciarla, y a través de la ficción o la descripción de la realidad nos permite la idea de la locura despojada de las amarras del pretendido concepto encapsulador del fenómeno.

“Me parece señor Doat, que esta escena que acabamos de oír nos da la razón a ambos, lo cual no es para sorprenderse demasiado, ya que el Rey Lear es sin duda la muy rara, la muy solitaria expresión de una experiencia plena y cabalmente trágica de la locura”. [21]

Foucault, a partir del Quijote, de “El rey Lear” y otras obras, observa cómo hablan los locos y qué locura manifiestan, a dónde se dirigen sus delirios y sus razonamientos y de contera la manera como la sociedad entendía y se relacionaba con la locura. Sus diferencias de espíritu dan cuenta de los diferentes e infinitos matices de la locura. La locura del Quijote se acaba cuando él muerte, y muere cuando se percata de su propia locura. Conciencia de locura y locura son -dice Foucault- como la vida y la muerte: cuando la una aparece la otra se esfuma.  Estas profundas relaciones permiten entender por qué se acude al dato literario para encontrar la genealogía de un concepto o un edificio intelectual. 

Es la literatura las que nos puede decir más sobre la locura y podría, por qué no, catalizar el derecho penal para rescatar lo jurídico, perdido en la maraña del criterio científico. Toda la gama de la psiquis en el derecho se perdió en las categorías médicas y pensamos podría darse un giro hacia la literatura para rodear con más cercanía al fenómeno del loco frente a la ley penal. En síntesis, pensamos que la literatura por su propia naturaleza permite describir y observar mejor la locura y sus efectos en el derecho penal. La narración que de la mente de un criminal hace un escritor, la ficción literaria que nos ubica en la mente alienada, en los pasillos de un manicomio, son la fuente de la que debería beberse por parte de los jueces al momento de recrear los hechos puestos bajo su consideración. Ficción, teatralidad, pasión, metáforas e hipérboles dan cuenta mejor de la locura como fenómeno al menos entendible, reconocible y complejo.  Es tentativo pensar cómo el derecho a través de la literatura puede alcanzar una mejor comprensión de la locura y sus posibles efectos jurídicos, así como rescatar la juridicidad perdida entre tratados de palabras y significaciones técnicas, nosologías, etiologías o epónimos que no describen absolutamente ninguna realidad visible (esquizofrenia Vr.Gr.) como es sabido que nadie ha visto en el cerebro (o parte alguna del cuerpo en específico) de nadie a eso que llaman locura.  Todo en psiquiatría consiste en clasificar y observar conductas humanas anormales. No existen el microbio de la locura, ni el germen de la maldad, ni la bacteria del síndrome mental. La fantasía literaria es una ventana vívida hacia ese horizonte inabarcable e inaprehensible que es la locura, como lo es la belleza, el dolor, la maldad. La mejor idea nos la puede traer de vuelta la literatura, esto de cara a la normatividad y las decisiones judiciales donde los hechos indican la presencia de la locura. En todo caso, el peor escenario es dejar todo a la medicina, para que los diagnósticos clínicos reemplacen las sentencias judiciales.  ¿Lo dicho, escrito, retratado, descripto, escenificado, que a ojos de algunos es irracional, demencial, alienado o grotesco, puede ser literatura? Lo que sabemos es que La literatura no se ajusta, parece ser, a un patrón de normalidad o conformidad. La literatura en sí, es locura.

¿Es la literatura una locura? Responde Foucault:

“todo hombre que habla se sirve, al menos en secreto, de la absoluta libertad de estar loco; y, a la inversa, todo hombre que está loco y que parece, por eso mismo, haber llegado a ser completamente ajeno a la lengua de los hombres, pues bien, creo que ese hombre también está preso en el universo cerrado del lenguaje”. [22]

  • Gabriel García Márquez como parte de los movimientos literarios y artísticos que llevaron a las leyes anti-manicomio. [23]

El interés literario por los manicomios y el poder psiquiátrico tiene una larga tradición que recorre la historia del arte y la literatura. Particularmente queremos concentrar nuestra atención en la literatura que, a partir de los años 60, y posterior a los sucesos del mayo parisino denunciaron los abusos en todas las instituciones que, como artefactos tecnológicos del poder, se encargaron de administrar a la anormalidad: los manicomios, hospitales psiquiátricos o los asilos.  Aquí encontramos figuras como Hemingway que fue recluido en 1960 y recibiendo terapias eléctricas dejó testimonio en vida de su deterioro a causa de estos procedimientos. Sylvia Plath en la campana de cristal (1963) da testimonio literario internada por depresión. Alguien voló sobre el nido del cuco de Ken Kesey en 1962[24]

García Márquez recoge en el cuento “Sólo vine a hablar por teléfono” los elementos que definieron la crítica general al poder psiquiátrico institucionalizado, y lo hace con la visión de un latinoamericano emigrado al viejo continente. Además, con la mirada de un escritor que enfatiza en su relato la capital trascendencia de la palabra para definir quién es loco, así como para edificar inmensos edificios discursivos de saber que sirven de armazón a las relaciones de poder y subordinación y de igual manera diagnosticar.  el cercenamiento de todo significado y el vaciamiento de contenido de la palabra que se da en el escenario del internamiento y el tratamiento que como actos inhumanos y contrarios a la dignidad humana fueron proscritos en diferentes países que acogieron leyes de reconocimiento de personificación y garantías a los más olvidados de los seres humanos: los locos internados forzadamente, o sea por cuenta de una decisión judicial y en el marco de una actuación criminal y la ejecución de medidas de seguridad.

“Sólo vine a hablar por teléfono (1978), es un relato que hace parte del compendio denominado DOCE CUENTOS PEREGRINOS, que agrupa escogidos relatos escritos en el trascurso de 18 años (desde 1974) hasta 1992 y que tienen como hilo conductor al emigrante en distintas ciudades de Europa y todo lo que le puede suceder, “macondianamente” hablando, a un extranjero latinoamericano.  Estos cuentos son una unidad en muchos sentidos (Europa, extranjeros latinoamericanos, peripecias propias del realismo mágico y varios fueron guiones de cine y otras notas de periódicos).  El absurdo y fantástico suceso de caer en una institución “psiquiátrica” le ocurre a una actriz joven, bonita y mexicana, María de la Luz Cervantes. 

La frase que recorre el cuento y le da su nombre nos dice de la trascendencia de poner la palabra como basamento de discusión sobre el poder psiquiátrico institucional: sólo vine a hablar por teléfono. Hablar, suplicaba María y habló, pero lo que habló la hizo loca, lo que habló fue transformado en su propio diagnóstico y ya internada su palabra fue parte de su conducta y por ende un elemento de su patología. 

La narración del nobel nos permite por una parte analizar el contexto de creación de la obra para confirmar la hipótesis de que en verdad se trata de una obra literaria que hace parte de ese conjunto, que principalmente desde el periodismo, denunció la falta de bases epistemológicas y las graves violaciones a los derechos humanos a las personas internadas en las instituciones psiquiátricas.  Igualmente, el cine, la televisión y en general, el arte y la generación de nuevos intereses económicos y políticos, fue el impulso de un cambio de paradigma[25] y de renovación legislativa mundial que llevó al cierre definitivo de los manicomios desde mediados de los años 60 hasta el presente (no se ha logrado definitivamente el objetivo). 

  • María de la Luz Cervantes, sólo quería hablar…por teléfono.

“Esa identificación de lo humano por la capacidad del habla, es bastante justificable. En la experiencia de la Europa antigua, ningún animal articulaba palabras, salvo el ser humano[26]. Aristóteles había definido a éste como “zóon lóguikon”, que puede ser traducido como “animal racional”, pero también como “ser vivo que habla” (y para el filósofo estagirita, el lenguaje era algo muy digno de interés y estudio). El destacado profesor de filosofía de la Universidad de Atenas Leonidas Bargeliotes hace una muy atractiva síntesis de ambos conceptos, traduciendo la idea como “comunicarse racionalmente”[27]. La expresión latina “infans”, que diera en castellano “infante” e “infancia”, etimológicamente significa: “el que no habla” (del verbo arcaico “for”).”[28]

La segunda cuestión, es si la propia narrativa del cuento, en especial, la frase que palpita constante y que le da su nombre, “Sólo viene a hablar por teléfono” nos permite abrirnos a discutir sobre la palabra, el lenguaje, la comunicación en el marco de la relación de poder psiquiátrico y en algunos de los diversos escenarios que lo componen: la estructura seudocientífica no epistémica de la psiquiatría, la institución, el consultorio del psiquiatra, en la construcción del diagnóstico, en el tratamiento, en el proceso penal si el escenario es de un delito.  Así las cosas, podemos incluso dar cuenta de la importancia de la metáfora[29] como contrapartida a la necesidad de certezas del mundo, incluso en las ciencias del hombre, pues partimos de la idea que dicha pretensión irrealizable desconoce los efectos históricos de concebir la vida y a los humanos (y a todos los seres vivos o inertes) como parte de un determinismo causalista definitivo.

“La esperanza trocó en el miedo disciplinario que instituye el manicomio. En la filosofía de Spinoza las pasiones del miedo y la esperanza permiten comprender diferentes problemas éticos, religiosos y políticos. cuando lo cuestiona se enfrenta al poder teológico-político que dominaban los Estados del siglo XVII. El miedo es enemigo de la razón; la esperanza justifica la espera (de la cual etimológicamente proviene la palabra “esperanza” de un salvador y permite la resignación y la obediencia. Cuando el miedo y la esperanza dominan la imaginación y la incertidumbre transforman al sujeto en un ser pasivo al servicio del poder”[30]

 En todo caso, queremos deconstruir la obra de García Márquez desde el acto comunicativo (poderoso-sometido), en el contexto de este momento de ataque al sistema psiquiátrico, que resultó en alteraciones absolutas de conceptos, tratamientos, eliminación de instituciones centenarias, garantías y personificación de seres humanos. La eliminación de la palabra como acto de comunicación, o lo que es peor, su desconfiguración hacia la nada, al sin sentido del “paciente”, hace de esta obra un instrumento para penetrar en este sistema de poder, su “evolución”, estructuración y finalmente desconfiguración. De igual manera analizar las formas en que la palabra del paciente fue haciendo su aparición a partir precisamente de una transformación inmanente del sistema psiquiátrico tradicional e institucionalizado que la había silenciado o manipulado durante siglos, y que no pudo acallar más por cuenta de la proyección de los derechos humanos a esos lugares oscuros llamados manicomios a donde la dignidad humana no había llegado.  

La propia expresión de la protagonista del cuento se refiere a hablar, al acto de comunicar, que es lo único que quiere y expresa: hablar por teléfono a su esposo mago que la espera.  Por ende, la palabra es lo que ponemos en el centro del análisis, es decir, El acto de comunicación en el contexto de la enfermedad mental, el internado, el paciente mental, el incapaz procesal o el inimputable.

Esto nos lleva a varios asuntos que comprometen más directamente al derecho penal y constitucional (por supuesto convencional y supranacional):

  1. El consentimiento informado del paciente internado en la institución, y más si se encuentra en el marco de un proceso penal en cumplimiento de lo dispuesto como medida de seguridad y por su agencia en la comisión de un punible.  Reato, que incluso, puede ser de aquellos calificados brutales y de alto repudio social. Dicho aspecto propicia interrogantes de orden ético y comprometen dilemas punitivos resolubles sólo a partir de la eficacia de los derechos humanos.  ¿cómo y en qué circunstancias de puede y se debe hablar de una autorización expresa del interno forzado (con medida de seguridad) para la toma de medicamentos u otros tratamientos invasivos o no invasivos de su corporeidad? ¿de dónde surge la juridicidad de la reclamación y entrega de información a personas internadas por condiciones psiquiátricas y en cumplimiento de una medida de seguridad? ¿es factible iniciar tratamientos involuntarios a declarados inimputables y en cumplimiento de una medida de seguridad? ¿siempre y en toda circunstancia al afectado mentalmente internado y sometido a tratamiento se le debe brindar la información en idénticos términos que a una persona sin padecimientos mentales? ¿podemos hablar de un nuevo estatuto de derechos humanos del loco en cuanto protagonista de un proceso penal? ¿qué tiene que ver en todo esto, el cambio de paradigma en materia del poder psiquiátrico? ¿cuáles las implicaciones en una nueva era de psico farmacología y otro tipo de tecnologías neuronales? ¿aún se admite en algunos casos y por qué, la medicación forzada?

“La recomendación Nro. 2 de 1983, en su artículo 5, establece que el paciente tiene derecho a recibir el tratamiento y asistencia adecuadas, bajo las mismas condiciones éticas, científicas y ambientales que cualquier otro paciente (…)” [31]

  • García Márquez, en este diálogo entre literatura, derecho y cine nos transporta a todos los debates y los contextos históricos en los que se visibilizó la brutalidad de las instituciones psiquiátricas y se originaron reformas legales en todo el mundo para proteger a este sector vulnerable de la población que son las personas internadas forzadamente (contra su voluntad) en una institución psiquiátrica, o con padecimientos mentales? Se reconstruye con la ayuda del relato macondiano el trasegar de la lucha de los movimientos antipsiquiatría que terminaron con el cierre definitivo de los manicomios, en lo que sin duda ha sido una de las grandes gestas de la humanidad en contra de las certezas y los modelos dogmáticos de la ciencia que siempre han propiciado o aupado genocidios y exterminios de todo tipo. El universo macondiano nos introduce, en el trayecto que va del encierro general hasta las terapias no violentas, al reconocimiento del diálogo con el paciente, al respeto a sus decisiones y su no cercenamiento de sus vínculos familiares como parte de su reconocimiento universal como sujeto de derechos y persona vulnerable en el marco de sistemas de poder.  García Márquez da cuenta de la protesta contra todos los métodos físicos y de aislamiento que eran comunes en la psiquiatría del siglo XIX y durante casi todo el siglo XX.

García Márquez y la importancia de la palabra del individuo internado, nos lleva a escenarios procesales en donde se discute la capacidad para adoptar y expresar decisiones, incluso en los procesos penales (aceptar cargos, negarlos, confesar); nos conduce a analizar al derecho a ser oído a pesar de tenerse por loco o incapaz.   

Partiendo de la esencialidad (núcleo) del derecho fundamental derivado del debido proceso, a ser oído[32] en su causa o actuación, se ha dispuesto que mediando la enfermedad mental puede haber restricciones[33], pero nunca que afecten los ejes axiales de la protección. en la medida que su padecimiento se lo permita podrá hablar y expresar sus criterios de contradicción, oponerse a la imputación, negar su participación en los hechos, todas expresiones que tendrán validez procesal prima facie. La asistencia procesal a su actuación debe ser completa, permanente, atenta, propiciatoria de su conocimiento, adecuada a su padecimiento, con asistencia interdisciplinaria para mejoría de la actuación de jueces, fiscales, ministerio público fiscal, etc.

De igual manera, tomar como eje al acto de comunicación nos permite referir la conformación de los diagnósticos irregulares (por no decir violatorios de derechos humanos) como rezagos de la confesión inquisitorial.  Sobre el particular y desde la óptica de la antipsiquiatría (Szasz) se ha elaborado un paralelismo entre las prácticas inquisitoriales de obtención de la confesión y los métodos psiquiátricos tradicionales que han despersonificado el sujeto tratado o diagnosticado, empezando por la instrumentalización absoluta de su palabra o acto de comunicación. Todo bajo el ropaje de una falsa benevolencia que apiló muertos anónimos en los botaderos de humanos que fueron durante mucho tiempo los manicomios o los lugares de aislamiento, disciplina y curación del cuerpos y mentes “enfermas”. Se puede históricamente ver cómo la Iglesia en sus penitencias permite la penetración de la medicina porque siempre fue una constante la identificación del pecado con la enfermedad. Como se advierte que dichas técnicas fueron transformadas en el examen y medicalización posterior:

“Creo que la instauración dentro de los mecanismos religiosos de este inmenso relato total de la existencia es lo que está, en cierto modo, en el segundo plano de todas las técnicas de examen y medicalización que se verán a continuación”. [34]

María de la Luz Cervantes, cae en dicho lugar porque nadie le da sentido a su palabra; permanece allí, igualmente, porque nadie le da sentido a lo que sale de su boca (un querer, un ruego, una necesidad), no significa para el hospital psiquiátrico sino un síntoma de su patología mental, cuyo nombre específico, es lo de menos. De cualquier cosa le diagnostican al llegar al hospital y siempre apareció en registros que su arribo había sido un misterio.

Una actriz varada en su automóvil, en la mitad del desierto de Monegros, que en un aguacero termina subida en el bus de las locas del manicomio por ir a buscar un teléfono para avisar a su marido del suceso con su coche.  Y es que sólo quería un teléfono para hablar, pero confundida con otra más de  acabó sus días como un elemento más del hospital psiquiátrico.  El absurdo de García Márquez, que no es otra cosa que la realidad que a veces parece mágica ayuda a entender cómo el manicomio puede ser la aparición del infierno de dante en la tierra.  Y también comprender que no es cierto que se deba estar loco para llegar allí, o que jamás pueda ser clasificado como tal y terminar bajo el poder psiquiátrico. Sé que las cosas han cambiado, pero ciertos indicios permiten sostener que la medicalización vía fármacos puede ser, por ejemplo, un futuro bien distópico.


[1] Se encuentra integra en la plataforma de youtube https://www.google.com/search?q=pel%C3%ADcula+maria+de+mi+coraz%C3%B3n&sca_esv=568238426&source=hp&ei=f8QRZemcJJqrqtsP5Le1uAk&iflsig=AO6bgOgAAAAAZRHSj261ht9aTLGe0gR5Xnr1uu4Kd8NA&ved=0ahUKEwip2M_kpcaBAxWalWoFHeRbDZcQ4dUDCAk&uact=5&oq=pel%C3%ADcula+maria+de+mi+coraz%C3%B3n&gs_lp=Egdnd3Mtd2l6Ih5wZWzDrWN1bGEgbWFyaWEgZGUgbWkgY29yYXrDs24yBxAuGBMYgAQyCBAAGBYYHhgTMggQABgWGB4YE0jNTlAAWPVJcAd4AJABAJgB1QGgAdgtqgEGMC4zMi4zuAEDyAEA-AEBwgIFEC4YgATCAgUQABiABMICCxAuGIAEGMcBGNEDwgIEEAAYHsICBhAAGB4YCsICBxAAGB4Y8QTCAgkQABgFGB4Y8QTCAgkQABgeGPEEGArCAgsQABgeGA8Y8QQYCsICBRAAGKIEwgIKEC4YExiABBjUAsICBxAAGBMYgATCAgoQABgWGB4YDxgTwgIJEC4YDRgTGIAE&sclient=gws-wiz#fpstate=ive&vld=cid:a182c0be,vid:KJcpn1c9jFM,st:0

[2] Dirigida por Jaime Humberto Hermosillo (Aguascalientes 1942 Guadalajara 2020. Entre otras “Crimen por omisión del 2018, “juventud” de 2010 y “El Edén” 2013. Producida por la Universidad Veracruzana y 120 minutos. Guion GABRIEL GARCÍA MARQUEZ.

[3] “El nombre, en los seres humanos, se presenta como un dato personal que simboliza una autoconstrucción, es decir, a un existente, a una persona. La problemática de la relación entre ese símbolo y su simbolizado, la plantea magistralmente William Shakespeare en las famosas palabras que pone en boca de la enamorada Julieta. Refiriéndose a Romeo, desde el balcón se lamenta: “Es sólo tu nombre que es mi enemigo; tú eres tú mismo, pero no un Montesco. ¿Qué es Montesco? No es una mano, ni pie, ni brazo, ni cara, ni ninguna otra parte perteneciente a un hombre. Y lanza la profunda pregunta: “¿Qué hay en un nombre?” RICARDO RABINOVICH-BERKMAN, DEL GOLEM A ANDREW MARTIN (androides ficticios, derechos y condición humana)

[4] Conferencia del 9 de mayo de 1973 en “¿Faut-il interner les psychatres? (¿hay que internar a los psiquiatras?) inédits, cités, num. 2010. VALENTÍN GALVÁN (coord.) El evangelio del diablo. Foucault y la historia de la locura. Biblioteca nueva (grupo editorial Siglo XXI, 2013. Pág. 27.

[5] Se habla del efecto Charcot: al describir la enfermedad mental la produce por sugestión. Sobre Charcot, en especial la pintura “lección clínica en la Salpetriere de 1887 de Pier Andre Broullet, musée d historie de la medicine, universidad Descartes de Paris (Francia).

[6] Se le atribuye pasar el Parkinson al terreno de la psiquiatría al atribuirse causas psicológicas (angustias o sobresaltos). Los posteriores hallazgos que al parecer ubican a la enfermedad en deterioro de áreas productoras de dopamina, regresó a la neurología.  Se debe decir que el epónimo “Parkinson” fue suyo, para darle nombre a una enfermedad antes conocida como paralysie agitante (1876). Hay una docena de epónimos en neurología que se le atribuyen, así como el descubrimiento de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA).

[7] ANDREW SKULL, locura y civilización, una historia cultural de la demencia, de la Biblia a Freud, de los manicomios a la medicina moderna. Fondo de cultura económica de México, 2019, pág. 243.

[8] Historia de la Locura y la antipsiquiatría, Ob. Cit. Pág. 33.

[9] Jean Étienne Dominique Esquirol (1772-1840). Alumno de Pinel.

[10] Historia de la locura y la anti psiquiatría, conferencia de Michel Foucault el 9 de mayo de 1973, Ob. Cit. Pág. 30.

[11] En Francia se había creado primero el GIP (grupo de información sobre las prisiones) y en el año 1971 el GIA (grupo de información sobre el manicomio) y se pusieron en tela de juicio las prácticas de los asilos, las estructuras epistemológicas fueron puestas en entredicho y se denunció a la psiquiatría institucional concebida por la ley de 1838.  En dicha ley estaba consagrada una policía psiquiátrica para internar personas sin pasar por donde un juez de la república.

[12] Foucault y Basaglia, historia de una recepción “menor”. PIERANGELO DI VITTORIO, el evangelio del diablo. Michel Foucault y la historia de la locura, Valentín Galván, Coordinador, pág. 91. Grupo editorial siglo XXI, biblioteca nueva, 2013.

[13] Historia de la Locura y la Antipsiquiatría, M. Foucault, OB. Cit. Pág. 38.

[14] “el primer impulso para el descubrimiento de mi método nace, como era natural, de mi amado Goethe. Usted sabe que escribió Werther para librarse del íncubo morboso de un dolor: la literatura era para él catarsis ¿y en qué consiste mi método para la curación del histerismo sino en hacérselo contar “todo al paciente” para librarle de la obsesión? No hice más que obligar a mis enfermos a proceder como Goethe. La confesión es liberación, esto es, curación. Lo sabían desde hace siglos los católicos, pero Víctor Hugo me había enseñado que el poeta es también sacerdote, y así sustituí osadamente al confesor. El primer paso está dado”.  GOG, Giovanni Papini, circulo de lectores, España, 1969, pág. 90

[15] GIOVANINI PAPINI, Gog, Visita a Freud, pág. 92.

[16] Se le atribuyen las primeras prácticas anti psy en el año 1962 en Inglaterra cuando establece el pabellón 21, unidad experimental para la esquizofrenia. Pacientes y tratantes no usaron camisas de fuerza, lobotomías, electrochoques, baños de agua fría, las drogas de receta química. Autor del lenguaje de la locura 1978.

[17] Historia de la locura y la antipsiquiatría, Ob. Cit. Pág. 41

[18] Ciudad de la frontera con Eslovenia donde Franco Basaglia inició sus investigaciones y su activismo en pro de la lucha de los derechos de los internados en manicomios u otros establecimientos.  Allí en su hospital desde 1961 intentó humanizarlo, siendo director entre 1971 y 79.

[19] La fuente del tema es Michel Foucault, una serie de entrevistas radiales entre el 14 de enero y el 4 de febrero de 1963 en el programa “el uso de la palabra”. Publicadas bajo el título La gran extranjera, para pensar la literatura, editorial siglo XXI editores, Argentina, 2015.

[20] La literatura demencial y revolucionaria de Sade: “esto significa que su obra tiene la pretensión, tuvo la pretensión, de ser la supresión de toda filosofía, de toda la literatura, de todo el lenguaje anteriores a él, y la supresión de toda esa literatura es la trasgresión de una palabra que profanara la página así vuelta a la blancura”. M. Foucault, la gran extranjera, ob. Cit. Pág. 81

[21] MICHEL FOUCAULT, La gran extranjera, editorial siglo XXI, pág. 37.

[22] Michel Foucault, la gran extranjera, Ob. Cit. Pág. 54

[23] La ley de salud mental 26657 de Argentina, ley 180 del 1978 Italia,1616 del 2013 Colombia

[24] Llevada al cine con Jack Nicholson en atrapado sin salida de Milos Forman de 1975, ganadora de 5 premios de la academia. Reparto de lujo con Danny de Vito, Louise Fletcher, Christopher Lloyd.

[25] “Para Kuhn (Thomas, la estructura de las revoluciones científicas), la ciencia normal flota sobre las creencias consensuadas, y a menudo no examinadas, que él llama paradigmas, hasta que algún descubrimiento, algún problema insoluble, hace estallar esas mismas convicciones fundacionales. Ve el cambio de paradigma como la agitación que causa las revoluciones científicas”.  SIRI HUSTVEDT, los espejismos de la certeza, reflexiones sobre la relación entre la mente y el cuerpo”. Editorial Planeta, Seix barral, Colombia, 2021. Pág. 45.

[26]  Los loros no eran conocidos en la antigüedad europea, por su área original de distribución. Tampoco hay evidencias de que se reconociese nivel de idioma a alguna forma de comunicación sonora entre animales no humanos (delfines, ballenas, simios, etcétera).

[27] Bargeliotes, Leonidas, 7 Relevant Hellenic factors favoring effective dialogue and peaceful coexistence, en The American Journal of Echonomics and Sociology, enero 2009, Cap II

[28] RICARDO RABINOVICH-BERKMAN, DEL GOLEM A ANDREW MARTIN (androides ficticios, derechos y condición humana).

[29] “asimismo, es crucial reconocer que el lenguaje que usamos para reflexionar sobre la naturaleza, que muchos creen que comprende una mente natural, no sobrenatural, desempeña un papel importante en lo que se puede ver, descubrir y manipular. Aunque el deseo de Hobbes de purificar el lenguaje de todas las metáforas y reducirlo a definiciones precisas sigue vivo en las ciencias (…)” ibidem, pág. 43.

[30] SPINOZA, militante de la potencia de vivir. Colección fichas para el siglo XXI. ENRIQUE CARPINTERO. TOPIA editorial, Buenos Aires, 2022, pág. 127. Capítulo 7 “La incertidumbre como búsqueda”.

[31] MARÍA FLORENCIA HEGLIN, los enfermos mentales en el derecho penal. Contradicciones y falencias del sistema de medidas de seguridad. Colección tesis doctoral, 6. Editorial del puerto, Buenos Aires, 2006, pág. 251.

[32] artículo 12 convención sobre los derechos de las personas con discapacidad: “Los Estados parte aseguran que en todas las medidas relativas al ejercicio de la capacidad jurídica se proporcionen salvaguardias adecuadas y efectivas para impedir los abusos de conformidad con el derecho internacional en materia de derechos humanos. artículo 8 de la CADH y pacto internacional de derechos civiles y políticos 14.1.

[33] fallo WINTERWERP DEL 24 DE OCTUBRE DEL 1979. Tribunal Europeo de Derechos Humanos. citado por Florencia Higglin, LA CAPACIDAD PROCESAL para estar en juicio, el derecho de defensa y las medidas de seguridad- DELITO CULPABILIDAD Y LOCURA, derecho penal, año II, nro. 5. Ministerio de Justicia, República Argentina, pág. 195.

[34] FOUCAULT, los anormales, Fondo de Cultura Económica. 2000, México, pág. 177.

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