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La gloria eres tu: Cap. 7. «Debilidad»

La gloria eres tu: Cap. 7. «Debilidad»

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Por Alessandra Sabatini

Capítulo 7


Debilidad


Me hice cargo de una niña que vivía en la calle y fue violada y rescatada en condiciones lamentables por la policía. Recién nacida fue regalada por la madre a una de sus hermanas casada con un hombre violento que golpea a la mujer. La niña escapó al cumplir ocho años y llevaba unos meses deambulando por las calles viviendo en la indigencia como miles de niños en México y el mundo. Una noche de frio y lluvia fue brutalmente atacada por un miserable que la subió en su auto y después del ultraje la abandonó en Roma Condesa, una de las colonias más peligrosas de la Ciudad de México donde el crimen se le ha salido de control a las autoridades. Cuando la niña llegó a la sala de emergencias me enfurecí escuchando los comentarios miserables del perito médico legista encargado de examinar a la menor y hacer el informe que sería prueba para identificar y judicializar al criminal. La escena era espeluznante: la niña ensangrentada, llorando con las piernas abiertas mientras el hijo de puta la examinaba diciendo:

– ¡El que hizo esto tiene verga de toro habrá que bautizarlo, jajá! –

Se me saltó el seguro y no pude soportar tanta inmundicia reunida. Me lancé sobre él con fuerza y le di varios puños en el rostro. Cubrí la niña y eché a aquel dúo de malparidos que habían tenido “el buen gesto” de trasladarse al hospital para realizar el examen legal exigido por las autoridades. Desde ese momento acepté la custodia de la niña, resistiendo responsabilidades paternales de una criatura que me tocó el corazón con tal fuerza que varias veces al día iba a monitorear su estado. El acontecimiento espeluznante de la niña me permitiría sin buscarlo recobrar uno de mis tesoros perdidos: mi reputación. En el hospital y en algunos medios se conoció que el señalado medico homosexual que había salvado la vida de una niña indigente, decían que tenía alma de ángel y que ya eran varios los casos en que mis poderes sobrenaturales habían salvado vidas en el quirófano. De villano pase a héroe gracias al gesto de solidaridad y apoyo a una menor indefensa y reducida al vejamen más miserable que puede sufrir un ser humano y de mayores proporciones cuando se trata de un menor. En menos de un mes se incrementó mi imagen y como había regresado a la vida a más de un muerto casi nadie podía dudar que contaba con una especie de fortuna celestial que alimentaba mi habilidad y destreza como cirujano.

Matilde fuera de quicio no podía creer que el hombre que le arruinó la vida estuviera alcanzando destacado reconocimiento. Distanciados, pero no divorciados, quedé desnudo ante el mundo y con salvoconducto para cultivar mi vida gay. Todavía no había hablado con mi madre y mi esposa lo sabía: ¿Ya le dijiste a tu madre que eres gay? ¿Le explicaste que te casaste conmigo para encubrir tu gusto por los hombres? ¿Vas a contarle que mientras eres el valiente que escapaste del closet yo soy la mujer burlada tratando de salir de este hueco de mierda? ¿O acaso mi suegra te alentó a esconderte bajo mis enaguas?

Mientras yo callaba, ella explotaba. A veces se desahogaba apareciendo sorpresivamente para impedir que Luca y yo tuviéramos el camino despejado y disfrutamos de la tranquilidad en el apartamento que habitamos cerca del hospital. Como parte de su venganza no perdía opción en contra mía, iba de las palabras a los hechos, envió una carta a los miembros de la Junta Directiva del hospital sin contar que en esa junta había varios miembros que “cantaban en mí mismo coro”. Por supuesto sus intrigas no tuvieron ningún efecto, los días transcurrían y mi fama se acrecentó por los numerosos pacientes que acudían a mi consulta en busca de mis conocimientos médicos.

Unos días después recibí una llamada telefónica que lo cambió todo, confirmando que había sido escogido por la afamada organización AUM “Agencia Universal Magnus” con sede en Madrid como “Eminencia médica del año” que contaba con un premio de dos millones de euros. Matilde no soportaba la idea de verme triunfar y cuando le pedí el divorcio y anulación del matrimonio su respuesta clara me hizo entender lo que me esperaba:

– ¿Has hablado con tu madre al respecto? – dijo, cínica.

Empecinada en restregarme el temor de enfrentar a mi madre, ejecutaba chantajes que yo aceptaba con tal de dilatar el momento cruel de revelar mi verdad a la mujer que me había dado la vida. Ocultando la inquietud que me producía pensar en ello le dije:

– ¡Con mi madre hablaré cuando lo crea oportuno es una situación que me atañe solo a mí! – aclaré con seguridad.

– ¿Soy imbécil? ¿por qué no se lo cuento? – expresó rabiosa.

– ¡Por ahora lo mejor será que nos separemos de manera amigable! – dije serio y tratando de convencerla.

 Con una mirada fría de decepción quiso hacerme creer que mi propuesta no la tomaba por sorpresa:

– ¡Haremos lo que tenemos que hacer, no lo que tú digas! –

Disgustada e inconforme se rehusaba a dar el sí para el divorcio ¿acaso tenía alguna esperanza?, ¿no pensaba en la repartición conyugal? ¿estaría dispuesta a seguir viviendo con un homosexual? No quería estar en guerra y preferí concentrarme en el honor que me concedió la agencia AUM por mi trayectoria profesional y especialmente por salvar la vida de Andrea una niña de diez años a la que le reimplante una de sus manos. Se le estalló un cartucho de pólvora casera de los que se usan para elaborar rústicos artefactos explosivos utilizados en los enfrentamientos con la policía mientras algunos pobladores exigían agua potable y alcantarillado para su localidad. Andrea, llegó a urgencias acompañada por varios policías que entregaron una bolsa plástica con hielo donde depositaron partes de la mano de la criatura desprendida de su brazo. Sin pérdida de tiempo después de ponerme en manos de Dios, comenzaba como siempre mis intervenciones lleno de energía positiva a enfrentar los retos clínicos de mis pacientes. Salvar la mano de la niña implicaba una delicada intervención que involucra la reparación de articulaciones, lesión de tendones, nervios, vasos sanguíneos, destrozo de músculos y daños en la piel sin contar con la abundante pérdida de sangre que implicaba gran peligro a su vida. Sin embargo, lo que sí pude dar por cierto es que la fe mueve montañas y yo fui un hombre imbuido en ella. Realicé una microcirugía a través del microscopio quirúrgico necesario para tener mejores opciones en la reparación de tejidos, venas y tendones. Fue un proceso largo que requirió otras intervenciones para restaurar las funciones y la sensibilidad de la mano reimplantada. Después de arduas y complicadas horas en el quirófano salvamos la vida de la pequeña.

En la noche, mientras cenaba con Luca, apareció Matilde en el restaurante, tenía la costumbre de perseguirnos a todas partes tratando de incomodarnos y destruir cualquier momento agradable que pudiéramos tener. Aquella noche estaba extraña, la noté un tanto desmejorada, lucía un poco descuidada y algo sucia. Sin maquillaje y con un atuendo inusual en ella. Esa noche, para rehuir algunos ataques verbales que nos dirigía desde su mesa tuvimos que abandonar el lugar sin terminar la cena. Fuimos a parar a un club privado a las afueras de la ciudad donde bailamos y departimos algunas horas. A la madrugada, regresamos a casa y nos encontramos con un episodio horripilante, una escena dantesca donde un pájaro negro muerto colgaba de las patas goteando sangre puesto a propósito por alguien en la entrada de nuestro nidito de amor. Lo arranqué con fuerza, lanzándolo en medio de la calle. Dentro del apartamento encontramos otro pájaro sin vida en medio del salón. Parecía que con su misma sangre marcaron una ruta que automáticamente Luca y yo seguimos. Las manchas de sangre llegaban hasta nuestra cama destendida, tal y como la habíamos dejado después de la pasión disfrutada en la tarde.

El lecho embadurnado de sangre con tierra húmeda daba un aspecto terrorífico que, en vez de amedrentarnos, nos revolvió el estómago. ¿A quién podría ocurrírsele semejante barbaridad? La intención de atemorizarnos era evidente, por supuesto lo primero que pensé fue que Matilde estaba tras de esta nueva atrocidad. Quizá, por eso en el restaurante la vimos desarreglada y sucia, lo más probable es que hubiera asesinado los animales y luego se hubiera ido a celebrar atormentandonos. ¿Era posible que su odio la llevará a traspasar los límites de la razón? ¿cómo había entrado? ¿sufría de una homofobia asesina? Nos dieron casi las seis de la mañana y la celebración por mi elección como eminencia médica del año terminó frustrada.

Al día siguiente

Pasamos la noche en blanco y al entrar a mi oficina, encontré a Matilde con expresión arrogante y una apariencia física excelente. Cualquiera hubiera asegurado que el loco era yo y que la mujer que había visto la noche anterior en el restaurante era producto de mis alucinaciones. Parecía otra persona, estaba bien peinada, maquillada, elegante y con cierta euforia que a mis ojos la delataban.

Me encaminé hacia ella y le pregunté:

– ¿Qué es lo que pretendes? –

Tranquila e impávida y sin el más mínimo ademán de negar o hacer que ignoraba mi reclamo, respondió:

– ¡Te lo advertí que no podrás vivir en paz! – dijo sonriente.

– ¿A dónde quieres llegar? – Me expresé irritado.

– ¿No es obvio? -, respondió casi sin pensar y como si tuviera claro su proceder.

– ¿Obvio? -, le recalqué con enjundia, demostrándole mi completo desagrado.

Y con dejos de dignidad expresó:

– ¿Ahora me vas a golpear? – con tono increpador

Intentando controlar un poco mi reacción le respondí inmediatamente:

– ¡No, claro que no! – dije apretando el puño

Con sorna se acomodó el peinado se sentó y dijo descaradamente:

– ¿Dormiste bien? – Luego, dejó escapar una risita de satisfacción y se quedó mirándome, esperando que yo reaccionara.

 Efectivamente me estaba provocando, quizá en realidad buscaba que yo la golpeara. Y aunque no era para menos, por supuesto no lo hice, confieso que tuve la intención de gritarle delante de todos: ¡asesina miserable, loca! y decirle que esa no era la forma de vengar mi canallada. ¿O…quizá sí?

Su desafiante comportamiento e irreverencia intentando dejar claro que todo lo que hiciera en mi contra estaba justificado porque lo merecía, comenzó a crear un ambiente de enfrentamiento entre los dos. Había una guerra declarada y aunque estuviera en todo su derecho no era justo que siguiera amargando su vida y haciendo que la mía se convirtiera en un infierno. ¿Hasta cuándo? ¿a dónde quería llegar? con su respuesta me dio a entender que fue ella quien entró al apartamento después de asesinar a los pájaros y embadurnar su sangre en la cama donde los maricones hacían sus porquerías.

– ¿Realizaste el ritual satánico en nuestro apartamento?, ¿acaso te has propuesto hacernos la vida insoportable? – dije furioso.

Con desfachatez contestó:

– ¿Qué te parece? – Expresó contenta.

Sin dejarla casi pensar le dije:

– ¿Mataste los pájaros? – indagué frenético.

Como si fuera demente, abrió los ojos y explicó detalladamente:

– ¡Primero les di a beber güisqui para que no sufrieran! ¡se durmieron muy borrachos y ahí les abrí un hoyo en el cuello con una de las espadas de tu colección…y ya está! –

Impactado del cambio rotundo sufrido por la mujer que un día había sido cándida y buena intenté encontrar la manera de aliviar su dolor y de persuadirla para que no realizara más actos de venganza. Era increíble lo que mi traición había producido en ella, parecía otra persona, su actitud agresiva y osada me obligó a amenazarla y marcar un precedente tratando de evitar que repitiera actos de maldad:

– ¿Quieres ir a la cárcel? lo que hiciste es un crimen atroz –

Se río, movió la cabeza de arriba abajo, en ese momento le timbró el teléfono, contestó con seriedad y profesionalismo mientras hablaba, poco a poco se fue levantando de la silla y con un movimiento de mano se despidió y me dejó como un imbécil, con un montón de reclamos atragantados, incómodo  y sin dudarlo desapareció dando un portazo.

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