La gloria eres tu – Capítulo 1: Aniversario
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Alessandra Sabatini publica su primera novela por entregas en Bandalos, llamada «La gloria eres tu». En este formato, la autora ha decidido publicar su obra por capítulos semanales.
«La gloria eres tu» es una novela humanística que envuelve una historia de amor prohibido en lugares de México, España e Italia. El deseo y la naturaleza se mezclan para desentrañar las vivencias de un hombre «encarcelado» en un matrimonio heterosexual cuando su verdadera orientación era otra. La historia hace reflexionar sobre una realidad que llevan muchos seres humanos. A veces mueren sin revelar sus secretos.
Capítulo 1
Aniversario
Desde temprana edad me he matado la cabeza tratando de entender qué diablos pasa en mi cuerpo varonil y atlético aparentando que muero por las mujeres y obedeciendo pautas de mis padres para ser su orgullo a costa de mi asfixia espiritual. Me apegue a lo que tuve a mi alcance sin que nada pudiera frenar lo inevitable: Matilde y yo nos casamos después de cuatro años de una relación tormentosa plagada de desconfianza: ¿Por qué no llegaste a tiempo? ¿con quién estabas? ¿ponemos una fecha para la boda? ¿te gusta hacer el amor conmigo? ¿viajaremos juntos? ¡Si tienes otra mujer, confiésalo! ¡dime la verdad! ¿entonces estoy equivocada?, ¡perdóname! ¿ésta vez sí nos casaremos de verdad? ¿no te arrepentirás?…
Suspendí las fechas proyectadas para la ceremonia con la férrea esperanza de que no terminara en matrimonio. Disculpa tras disculpa, mentiras, eventos laborales inexistentes, seminarios, cirugías inaplazables y asesorías médicas voluntarias en el extranjero, muy pocas fueron ciertas. No creo en casamientos y mucho menos desde mi orientación de hombre gay. Quise huir del compromiso para toda la vida y de una fiesta de boda con invitados criticones que con la lengua registran desde el color de las servilletas hasta las marcas de vestidos y corbatas. No evité nada, no frené nada, no pude hacer nada. Yo, que me creía libre e incapaz de repetir las decisiones de otros para evadir la realidad, caí hondo, mi boda se celebró en la colosal parroquia de San Agustín en la calle de Horacio en Ciudad de México. Consagramos nuestra unión entre reliquias cristianas y veneradas imágenes escoltados de amigos y familiares y, mientras escuchábamos el coro en medio de la ceremonia, el padre nos entregó una esquela bendecida con la imagen de San Agustín y su conocida enseñanza: “Ama y haz lo que quieras ”, observar el mensaje me sirvió para entender y darme cuenta que no se ajustaba en lo más mínimo a mí: ni amaba a Matilde y menos aún hacía lo que quería, no luché por sacar adelante mi libertad ni asumí con valor mi orientación. No fue posible y aquí estoy de nuevo a punto de celebrar el tercer aniversario de casado con mi resistencia y anatomía de zorro intacta.
Le he pedido a José Luis un barbero dominicano que visito dos veces por mes, que elimine los flequillos y se esmere en un corte clásico que me permita lucir cien por ciento heterosexual y varonil. Me ayuda mucho que no soy amanerado, lo que sí se nota es mi excentricidad andando siempre muy bien arreglado y perfumado. José Luis me divierte con su obsesión por la cultura maya, llegó a México en plan turista y lleva trece años aprendiendo las profecías y explorando el calendario de la civilización antigua que para él es la única a la que se le debe creer y vale la pena seguir. A sus clientes los bautiza con sobrenombres mayas, el mío es Hedía, que significa Dios del Viento. Sus fantasías y verdades refrescan el espíritu y me sirven para irme resignando y aceptar de una vez por todas que públicamente jamás asumiré mi orientación. El dominicano se esmera en cambiarme y transmitirme fuerza mental y espiritual para enfrentar el mundo con su falta de tolerancia y respeto por las personas en general y mucho más por la gente gay. Al menos en México todavía se siente la falta de tolerancia. Mi peluquero, no se había atrevido a hablarme abiertamente sobre mi orientación sexual, sin embargo, un día me preguntó:
– ¿Por qué te casaste? –
– ¡Amo a mi esposa! – dije, tratando de convencerlo
– ¡Si, yo también! – afirmó con tono burlón
Nos reímos y sin preguntar nada más me aseguró que él ya había pasado por mi situación, que también se casó y que el suegro lo persiguió algunos meses con la intención de matarlo. Se vio obligado a huir de República Dominicana y haber llegado a México según él lo reconcilió con la vida. Con sus amigables charlas quería contagiarme del valor necesario para rescatarme sobre todo de mí mismo. Nunca deja de hablar y de inyectarme un positivismo extremo que me hace sentir renovado cada vez que conversamos: No olvides que llegamos al mundo a evolucionar que somos espíritu y no solo cuerpo, somos una luz, se supone que todo es ilusión. Durante meses viene repitiéndome la historia de Juan Carlos un comerciante de Chihuahua que se hizo famoso porque después de diez años de matrimonio le confesó a su mujer que estaba enamorado de otro hombre. La mujer aterrada le pidió que le ayudara a criar a las hijas y que mantuvieran su matrimonio para guardar las apariencias.
Cuando las niñas superaron la adolescencia, el comerciante presentó ante la sociedad a su amante y anunció su divorcio y nuevo matrimonio con el hombre de su vida. Hace poco celebraron en Cancún el cumpleaños de una de las jovencitas, todos felices gozaron el amor del padre y los mimos del “tío Felipe” con el que desde niñas construyeron una consistente y sincera relación. Son muchos los mexicanos que crecemos atraídos por las supersticiones y valoramos a Dios y respetamos los objetos y las imágenes de manera sublime, convencidos que podremos liberar los miedos y retirar el velo sombrío del espíritu porque lo sobrenatural nos seduce. En mi caso no funcionó nada, sigo escondido en el armario más seguro que cualquier homosexual puede llegar a conseguir: un matrimonio glorificado en el nombre de Dios y de no ser que algo milagroso suceda, llegaré a viejo anhelando disfrutar de una vida homosexual, como los miles de gays que consiguen una mujer para guardar las apariencias y evitar que la sociedad los juzgue y los padres se pregunten por qué su hijo después de los treinta, se niega a tener esposa e hijos como cualquier hombre normal. Si me hubiera atrevido a edificar mi vida gay sin hipocresía, ni temor por las críticas del mundo y la familia, quizá habría evitado todo lo que ocurrió. Si me hubiera atrevido a fortalecer mi espíritu y mi mente y no hubiera permitido que mi cabeza se llenara de voces que me reprochaban y exigieran un comportamiento para quedar bien con los demás, posiblemente no estaría ansioso de escapar de ningún closet porque sería un ser humano libre y feliz. Con lamentarlo no resuelvo el daño que he causado y me he hecho a mí mismo, pero quizá, mostrando mi verdad empuje a otros a vivir libres sin necesitar la aprobación de alguien o el apoyo de los padres para vivir la homosexualidad como algo digno y natural. Suele suceder, una cosa es lo que deseamos y otra diferente lo que hacemos para alcanzarlo. Nunca pude dar el paso por mí mismo, la presión que me rodeaba y la inhabilidad para aprender a liberar los miedos, impidieron que me sacudiera el plumaje y me pertrechada entre un ropaje de macho mujeriego sin afrontar mi realidad. Me quedé viviendo a medias, seguí mintiendo, engañando y rezando para conseguir mi libertad. No se pudo por eso ya no creo en milagros ni en rosarios vespertinos o limosnas costosas y mucho menos en oraciones personales para lograr mis sueños. Tampoco creo en la virtud de los artificios que en apariencia sirven para congelar energías y manipular sentimientos al ardor de grandes velas y llamas amarillas. No podemos manipular nada y mucho menos nuestro destino, se supone que todo es aprendizaje y que nada es real. Vivimos fingiendo, haciéndonos fuertes con tal de estar rodeados de gente “amiga” que en apariencia se alegra con nuestros logros y nos acompañan en la “vida perfecta” que representamos. Somos expertos en encarnar lo que no somos y hacer creer que todo marcha sobre ruedas, así fue como me acomodé viviendo de heterosexual siendo gay.