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La gloria eres tu: «Examen de conciencia». Cap. 4

La gloria eres tu: «Examen de conciencia». Cap. 4

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Por Alessandra Sabatini

Capítulo 4


Examen de Conciencia


El silencio lo envolvía todo, tal vez a Sebastián le pareció extraña mi propuesta y ninguno de los dos comprendía por qué resultaba tan difícil aceptar que quería liberarme espiritualmente y haciéndome la situación más difícil, añadió:

– ¡Es conveniente que tengas claro que una adecuada confesión requiere de un examen de conciencia, debes recordar y arrepentirte de los pecados que has cometido desde tú última confesión, ¿supongo que fue cuando te casaste?

Afirmé con un gesto mientras él, continuaba explicando las pautas a seguir para escuchar mis revelaciones:

– ¡Confesarse implica dolerse de los pecados, arrepentirse de haber ofendido a Dios, por tanto…!

No le permití concluir la frase y lo interrumpí para decirle:

– ¡Con eso vamos a tener ciertos problemitas…pues dudo mucho que mis actuaciones sean en realidad faltas graves al Señor, al menos para mí! –

Hermético y asumiendo una actitud solemne en su condición de confesor, continúo diciendo:

– ¡El que tiene la desgracia de pecar está obligado como buen cristiano a arrepentirse, no intentes convencerme de que no sabes si lo que haces va en contra de la ley de Dios o no! –

Y evitando que me arrepintiera de abrir mi cajita de pandora donde escondía mis secretos y según él las grandes ofensas al Señor, prosiguió:

– ¡La iglesia posee la capacidad de otorgar el perdón a los que han sido bautizados y han pecado, como su representante puede encaminar tu reconciliación con Dios, claro está, si de corazón anhelas que Jesús ahogue tus graves faltas en el elixir del perdón! –

Apreté el puño sin decir ni una palabra, estaba dispuesto a enfrentarme a él y, especialmente a mi mismo, pues con la disculpa de confesarme iba a evaluar hasta dónde podía llegar y los aparentes límites que estaba sobrepasando a la vista de los demás, especialmente ante los ojos de mi hermano.

Sebastián siguió exponiendo sus pautas:

– ¡Confesarse implica poseer la firme resolución de no volver a pecar y acatar la penitencia con plena conciencia y compromiso! ¿para qué quieres confesarte? – exclamó con algo de sarcasmo.

Como creyente y hombre de fe comprendía que la confesión era un medio idóneo para aumentar el conocimiento de sí mismo, quería y requería un examen de conciencia que me ayudara a esclarecer y fortalecer el interior de mi voluntad.

Después de otras recomendaciones, dijo al fin:

– ¡Vamos allá! -, señalando una de las mesas más alejadas y ubicadas en la esquina de la terraza que en ese instante constituía parte del universo celestial que me torturaba y a la vez podría convertirse en el paraíso al que quería y necesitaba aferrarme.

Bajo el cielo un tanto opaco que cubría la ciudad de Roma el obispo había aceptado mi propósito de enmienda, abriría mi corazón y arrancaría la carga que mortificaba mi conciencia y me había torturado por tanto tiempo.

Verlo dispuesto a escuchar sin prejuicios y sin la desconfianza de que se atreviera a juzgarme me dio fuerza espiritual pues, al fin y al cabo estaba bajo confesión y, como bien había dicho, nadie está libre de pecado. Resolví confiar mis culpas al todopoderoso a través de Sebastián y revelar secretos de mi conducta con la mayor sinceridad. Hasta ese momento mis secretos torturaban y trastornan mi interior. Con devoción y diligencia comencé a abrir mi corazón y expresarme como nunca lo había hecho:

– ¡Debo comenzar por decir que no estoy muy seguro de que en realidad haya pecado pues claramente no aborrezco lo que soy, no siento que he ofendido al Señor por haber tenido relaciones sexuales con algunos hombres! –

Sebastián tenía la mirada hundida en mi alma, no había duda que lo había deseado alguna vez, igual que yo. Estaba ocurriendo lo que por muchos años soñé: revelarle mi gran secreto. Movió la mano derecha para pedirme que siguiera:

– ¡No puedo arrepentirme porque siento que no es una falta contra Dios. El amar a otro hombre para mí es la más bella manifestación de mis sentimientos y de mis deseos y por eso, reconozco que he disfrutado los momentos íntimos con hombres con los que he compartido! –

El obispo cambió de color y su rostro impecable de repente se volvió púrpura. Con un movimiento medio torpe, acercó un sorbo de agua para pasar el trago amargo que yo le estaba provocando. Sentí algo de vergüenza, al fin y al cabo era mi hermano y eso pesaba más en mí que su condición de obispo. Sentí pena por él, pero había prometido decir la verdad, estaba en plena confesión, “era mi oportunidad de limpiar faltas y purificar mi alma”. Continué con mi boca bien abierta, intentando desahogarme y barbotando mis emociones más claras y honestas:

– ¡Anhelo encontrar mi libertad y vivir a plenitud una vida homosexual, quisiera desprenderme de la atadura de mí matrimonio con Matilde y sueño con poder unir mi vida a la de un hombre que me ame y que sea capaz de luchar por nuestra felicidad! –

El patriarca de la iglesia se mantuvo hermético, escuchándome con especial atención sin demostrar siquiera con un leve gesto su aceptación o rechazo a mis palabras. Confesarle mis ilusiones y mis pensamientos más íntimos era como empezar a deshacerme de una deuda millonaria. Continué abriéndole mi corazón a Sebastián en su calidad de apóstol. Sin duda demostró una vez más, ser un gran ser humano y un valioso ministro celestial. Estaba preparado para soportar el más incontenible de los vendavales. Ahí, estaba yo, corriendo el velo que cubría mi vida, reconociendo por primera vez que era un homosexual viviendo en pecado, de acuerdo a mi religión habiéndome casado con una mujer a la que engañaba y no podía amar como siente un hombre por una mujer. Le estaba reconociendo mi infidelidad, mi gusto por los hombres y que me revolcaba con mi mujer de vez en cuando por la obligación conyugal que juré ante un altar. Con la emoción, había subido el tono de mi voz y Sebastián con un gesto amable me indicó que la mermara:

– ¡Si es pecado creer que la homosexualidad no es un error biológico, ni un tercer sexo y mucho menos una aberración, reconozco que he pecado y lo seguiré haciendo, no puedo sentir diferente es más fuerte que cualquier oposición o creencia! El obispo me interrumpió con cierto disgusto para decir:

– ¿Confiesas tus pecados o estás buscando que apruebe tu tendencia? –

Con una franqueza inusual en mí y como si toda la oscuridad que me había envuelto a lo largo de la vida se hubiera desvanecido me arriesgué a reconocer:

– ¡Es la verdad que guardo en mi alma, necesito que la conozcas y que la interpretes es la inclinación innata atrapada en mi ser! –

Sebastián, impenetrable me observaba con un poco de asombro mirándome con crueldad, agitando aún más mi espíritu revuelto. La expresión de sus ojos era suficiente para saber qué estaba tan disgustado con mis palabras que su temperamento de hierro solo entendía que mi realización como hombre y ser humano era pura perversión. Ahora, estaba completamente seguro de que él jamás, respaldaría mis sentimientos y mucho menos vería con buenos ojos que luchara por mi felicidad en una relación homosexual.

Con dejos de nostalgia y queriendo ablandar el corazón le repetí francamente:

– ¡Quiero que sepas que por sobre todas las cosas busco mi felicidad como cualquier ser humano y lo que quiero es dar rienda suelta a mi instinto sin dañar a nadie! –

– ¡No seas sinvergüenza…cómo dices que sin dañar a nadie? – dijo con contundencia.

Lo miré atónito diciendo:

– ¡La desdicha se ha apoderado de mí, te juro…que no soy el hombre que tú crees, siendo creyente he tenido que ocultar mis sentimientos porque ante la sociedad y la iglesia de los hombres soy un ser inmoral e infractor de la ley divina! –

Sebastián, pestañeó rápidamente y cruzó los brazos con un evidente gesto de desaprobación y mortificación.

– ¡Confieso que he conocido homosexuales con roles importantes y me gustaría seguir muy cerca de esas mentes brillantes e ingeniosas! –

– ¿Para qué? – añadió, furioso

– ¡Saber que existen individuos homosexuales que actualmente gobiernan el mundo y que ostentan cargos de ministros, senadores, jueces, abogados, artistas, sacerdotes y hasta presidentes me ayuda a reafirmarme interiormente! –

– ¡Ahora si…te volviste loco…no entiendo nada! – agregó, igual de alterado.

– ¡Ya no me siento solo como hace algún tiempo que me creí el único homosexual sobre la tierra! –

Y como si en realidad mi confesión pudiera darme el salvo conducto que mi alma necesitaba para hallar mi libertad, continué contándole los más íntimos pensamientos al Señor obispo.

– ¿Dime por qué y aunque estén inundados de homosexuales, la iglesia nos sigue condenando? –

Con una evidente mueca de objeción, Sebastián me daba su respuesta y aunque guardé silencio por unos instantes, invitándolo a que hablara y expresara su opinión se mantuvo muy callado y no dejaba de mirarme. Tomé un poco de agua helada y continué:

– ¡Quiero que tengas en cuenta que además del homosexual está bajo confesión también el médico, el hombre que durante años ha vivido en contacto con seres humanos a quienes no solo alivio físicamente sino a los que escucho, apoyo y conozco interiormente! –

En ese instante Sebastián añadió bastante disgustado:

– ¡Eso está bien claro para mí! –

La confesión se tornó prácticamente en un discurso con el que quería hacer entrar en razón al obispo que los homosexuales también podemos construir nuestra felicidad donde se reivindiquen los valores del ser humano y la libertad de amar sea una de las características inviolables de las nuevas generaciones. Extrañado con mis puntos de vista y con el cúmulo de ideas, Sebastián, se recostó de nuevo en la silla, tratando de intimidarme con su mirada acusadora. Por un momento sentí que su estupor lo obligaba a abandonarme y dar por terminada una confesión que debió ser espeluznante para él. Sin embargo, respetuosamente continuó escuchándome, yo diría que con demasiada cortesía y consideración sin pestañear como queriendo demostrar que cada una de mis palabras no resultaban extrañas para él y que por más que yo le expusiera una faceta humana, no era suficiente, nunca se conmoverá, jamás me entendería.

– ¡En estos últimos años que he salido al “ruedo” es decir al mercado del sexo puedo asegurarte que conozco más de lo que imaginas y que me resulta muy difícil seguir unas enseñanzas en un mundo con individuos que en la noche o en la clandestinidad son más farsantes de lo que puedo ser yo! – Sin pensarlo dos veces, Sebastián preguntó:

– ¿Y cuándo vas a aplicar los valores inculcados en la familia? ¿los principios y consejos que te di por tantos años? –

Con total honestidad le respondí:

– ¡Esas virtudes aprendidas son las que me han dado la fuerza necesaria para abrirte el corazón, no quiero que el encuentro de mí mismo sea tan solo un ideal o un sueño imposible de alcanzar! –

Y tratando de transmitirle todo el cariño y respeto que le profesaba añadí:

– ¡Mira, querido hermano una cosa es lo que aprendes y otra muy distinta es la que construyes en tu interior cuando te independizas y creces como adulto! –

Me pasé la mano por el rostro sudoroso y le dije:

-Es inconcebible para mí que desde la iglesia aún se persista en condenar a quienes preferimos ser honestos con nosotros mismos, tú lo has dicho, nadie está libre de pecado y mi orientación no la fabriqué, es mi naturaleza.

Sebastián respondió tajantemente:

– ¡Creo que te estás desviando de tu propósito de enmienda y que debes centrarte en tu intención de arrepentimiento, la función primordial de la sexualidad dentro de una pareja hombre mujer que se aman, se respetan y se unen privadamente dentro de la alcoba matrimonial es la procreación, el placer no es la finalidad sino más bien un medio para llegar a metas dignas y elevadas! –

Y sin permitirse un tiempo de pausa ni mucho menos intentar guardar algo de prudencia para que no se le fuera muy hondo el filo de su lengua y lograra herirme, continuó:

– ¡A los homosexuales en el seno de la iglesia los apreciamos como una equivocación de la naturaleza que engendra males sociales muy profundos! –

Estupefacto con sus palabras guardé silencio y con un gesto de reprobación y movimientos de cabeza rechacé  sus absurdas creencias. Entre tanto, continuaba desahogándome y hablando sobre mi condición de hombre y colocando otra de sus cartas sobre la mesa dijo:

– ¡Afortunadamente existen formas de cambiar la orientación sexual mediante terapias de conversión donde con acierto los homosexuales logran asumir la heterosexualidad y se alejan de las costumbres aberrantes que vienen practicando! –

Sus palabras tuvieron el mágico efecto de hacerme comprender que entre el obispo y yo, entre la iglesia y yo, es decir entre la iglesia de los hombres y los millones de homosexuales del mundo hay un abismo que nos mantendrá divididos. Por fortuna el desacuerdo no es  entre homosexuales y la devoción y amor por Jesús nuestro señor.

Valen mierda los cuarenta años de investigación científica que demostraron que la homosexualidad no está relacionada y mucho menos conectada a desordenes emocionales de las personas ni a errores del comportamiento social. El prejuicio, los parámetros religiosos del oscurantismo y la discriminación arraigada en las costumbres continúan persistiendo en ver a la homosexualidad como una distorsión humana que requiere de terapia y control para poder ser erradicada. A pesar de que organismos internacionales y la Asociación Americana de Psiquiatría reconocen que no hay conexión alguna entre las enfermedades mentales y la homosexualidad y que más bien debería aceptarse como una variante de la sexualidad humana, la iglesia y el mundo homofóbico, aunque en su seno habiten miles como nosotros, nos seguirán tachando de inmorales e incluso hasta de pervertidos.

La mano de Sebastián sobre la mía me apartó de mis pensamientos, trayendo de nuevo a la realidad y con su pacífica reacción tuve la sensación de que prefería no seguir escuchando mis elucubraciones en confesión porque era evidente que jamás podríamos estar de acuerdo. Su frase en tono burlón me interrumpió y me desilusionó:  

– ¡Mientras consigues aceptar que la homosexualidad es un error que te esclaviza, lo mejor es que trates de buscar una gran disculpa para separarte de Matilde, ella no merece sufrir, lo más honesto es que anules el matrimonio, ¡tú penitencia empieza por ahí! –

– ¡Estoy de acuerdo creo que es en lo único que tienes razón sobre mi conducta! –

Me miró con una serenidad envidiable y añadió:

– ¡Cuando estés listo puedo conciliar ante la Santa Sede para que anule tu patraña! –

Continué escuchando sus consejos y la penitencia que me estaba impartiendo:

– ¡Visitarás la casa del Señor con frecuencia, debes elevar tu alma a Dios y arrepentirte no solo por ser un homosexual que vive en el pecado sino por la soberbia con la que intentas imponer tu naturaleza! ¡Quiero que por último contactes a la organización CG! –

– ¿CG?, dije sorprendido.

Mentalmente creí que se refería a uno de esos grupos clandestinos que se dedican a hacer tratamientos a los homosexuales a base de pastillas o choques eléctricos para “aliviarles la enfermedad” que padecen. – ¿CG? ¿Cardenales Gay?, dije en voz alta: no sería raro… en la iglesia católica desde la Edad Media son famosos los bacanales entre las diferentes vertientes sexuales bien sea orgías heterosexuales o desmanes homosexuales… ¿o quizá, se trata de una organización exterminadora de maricas? – 

Sebastián, tomó de su maletín una tarjeta larga de color gris que en la parte inferior traía el símbolo de la bandera gay, luego me la entregó diciendo:

– CG es un grupo de homosexuales que han decidido renunciar a la carne, CG quiere decir: celibato gay, su sede principal está en Madrid, es un grupo católico y su trabajo se enfoca en demostrar que la homosexualidad es un desorden de la naturaleza y como tal se debe enfrentar-

 Solté una carcajada, mi hermano pretendía que yo, renunciara a vivir mi vida homosexual únicamente por vergüenza a la presión social o las directrices religiosas de una naturaleza humana que así ¿lo ordenan? Creo que a pesar de mi acto de contrición y el anhelo de que el obispo como representante de Dios en la tierra pudiera apreciarlo de una manera diferente, nunca se daría. Jamás, aceptaría que la homosexualidad de su hermano era legítima. Después, de reír con desparpajo le dije francamente:

– ¡No pretenderás que después de todo lo que te he confesado me convierta en un fogoso monje reprimido y triste que se flagela para salvar su alma y continué diciendo:

– ¿Es eso lo que está haciendo la iglesia con los sacerdotes y obispos violadores de niños en el mundo? – Furioso dijo:

– ¡Y tú no pretendas que yo te dé la bendición y esté de acuerdo con tu doctrina gay! – añadió enfático, ahí sí, que se le salió el sebo que tenía atorado. Con evidente mal humor y quizá totalmente decepcionado, completó:

– ¡Rezaré por ti, eres un hombre de fe y donde hay fe hay milagro! –

– ¡Suena bueno hermanito si solo fuera asunto de fe! – dije

Y añadió más razones personales y eclesiásticas:

 -La fe es capaz de penetrar en la confianza, en la felicidad, en los sentimientos, en la conducta y en la inspiración de vida, quiero que sepas que, aunque me avergüenzo te sigo queriendo entrañablemente como mi hermano y las sandeces que has dicho las he escuchado en sagrada confesión. A pesar de que aseguras no arrepentirte ni querer cambiar en el nombre de Dios, te concedo la absolución a tus gravísimas ofensas, siempre y cuando prometas no seguir faltando a Dios y cumplas al pie de la letra tu penitencia-.

Mantuve mi boca bien cerrada vislumbrando una despedida definitiva. De inmediato sacó del maletín un folleto con la intención de hacerme entrar en razón, luego lo puso en mis manos diciendo:

– ¡No perderás tu tiempo y recuperarás tu vida, léelo! –

 El título lo decía todo: “La Iglesia y la homosexualidad”.

– ¡Gracias, de una vez te digo que esto no va cambiar nada!- Por respeto miré el manual y su tabla de contenido que me impresionó, confirmaba que Sebastián y yo pertenecemos a dos mundos opuestos y solo el respeto y el cariño sincero que nos teníamos era lo que nos hacía coincidir en la vida. El folleto contenía los siguientes temas:

-La homosexualidad no es una sexualidad alternativa del hombre.

– La homosexualidad no es complemento afectivo ni sexual.

-La homosexualidad es un pecado grave y contrario a la castidad.

-Los homosexuales no pueden ser admitidos a las órdenes sagradas.

– Existen solo dos identidades sexuales: la masculina y la femenina.

-La homosexualidad es una tendencia y no una orientación.

Cerré el fascículo milagroso con el que Sebastián pretendía que yo aprendiera a deshacerme de mi orientación y sin decirle ni una palabra nos despedimos afectuosamente. Debió irse con la sensación de que yo estaba endemoniado y como hombre y hermano seguiría siendo una irreparable pérdida. Sin embargo, me abrazó con cariño con la misma alegría que nos habíamos saludado el día anterior y antes de subir al auto, que lo esperó todo el tiempo mientras desayunábamos en la terraza, dijo con efusividad:

– ¡Recuerda que somos sangre y siempre estoy atento a tus noticias, no dejes de llamar! –

El auto arrancó y esquivando a uno que otro peatón se perdió en instantes bajo la leve lluvia. Desde entonces no he vuelto a verlo, lo llevo en mi corazón con respeto, consideración y cariño como se debe amar a un hermano.

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