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Literatura y Derecho: “A sangre fría” Parte I

Literatura y Derecho: “A sangre fría” Parte I

Cuota:

Un análisis de la obra de Truman Capote (1965) desde el Derecho Penal, la psicopatía y la Neurociencia.

“El factor muerte gravita sobre la vida. Por eso yo bebo champan y me alojo en el Ritz”

Truman Capote

Teniendo como herramienta de trabajo una obra literaria contundente, profunda y precisa en sus detalles sobre las personas y los lugares implicados en la tragedia provocada por la furia criminal de un par de expresidiarios y sobre todo por sus pasajes sobre la anormalidad de los asesinos y el tratamiento legal de la psicopatía, nos pusimos en la tarea de escudriñar en tan magnífico libro para comprobar una vez más cómo una novela como “A Sangre Fría” puede hacer lo que muchos tratados de psiquiatría o del derecho no pueden: incentivarnos a investigar; comprender una figura jurídica en la práctica; entender por qué hay tanta oposición a la pena de muerte y por qué está mal su práctica; revisar asuntos como la libertad de acción en los psicópatas; discutir contando con los nuevos avances de las neurociencias,  y plantearnos preguntas que van más allá del simple y llano entendimiento jurídico práctico. Una obra de tal envergadura es una gran posibilidad para lo que llamamos “Literatura y Derecho”.

Le dijo Capote a Perry: “tengo la impresión de que tu y yo pasamos nuestra infancia en la misma casa, solo que yo salí por la puerta de delante y tu por la de atrás

“ambos compartían muchas semejanzas: su escasa estatura, los dos había tenido una madre alcohólica, la ausencia del padre y hogares extraños. Ambos eran ridiculizados de pequeños, Truman por su afeminamiento y Perry por sus rasgos indios y porque se hacían pipí en la cama. Ambos habían sido criados sin orientación y sin amor lo que había provocado distintos efectos en cada uno, aunque en ningún caso positivos”[1]

Queda en el ambiente la pregunta: ¿qué hace que dos personas mortificadas en un infierno de vida desde la infancia no terminen es la misma espiral de violencia y sistema penal? Bueno, hay que decir que nada es gratuito: Capote se suicidó (1984) y su vida fue marcada por la drogadicción y muchos conflictos en su vida emocional. 

En “A Sangre Fría” se pueden ver descripciones de lo que piensa y hace un psicópata; existe también una crítica al sistema judicial. Describe con lujo de detalles el juicio por homicidio en los tribunales de la lejana Kansas (Garden City), sus matices políticos y hasta religiosos.  Da cuenta de la historia de la pena de muerte en Kansas y se llega a criticar y rechazar esta vetusta y maligna institución que aún subsiste en países del “primer” mundo. 

Lo anterior se hará en varias entregas: en la primera parte daremos cuenta de la historia del libro, sus protagonistas y los interrogantes que arroja Capote sobre: libertad y determinismo, responsabilidad y culpabilidad.  Luego, avanzaremos hacia la psicopatía y la inimputabilidad. 

En la tercera parte, daremos cuenta de aspectos relacionados con los avatares del juicio, de los abogados defensores y de la pena de muerte.

Los Hechos

El libro narra en cuatro capítulos (434 hojas en la edición que trabajamos EDITORIAL ANAGRAMA 2010), a saber, “los últimos que los vieron vivos”; “personas sin identificar”; “la respuesta” y El “rincón”, lo siguiente:

  • la vida de la familia Clutter (el clan era oriundo de Alemania) en su pequeña población Holcomb (Kansas): los adolescentes Nancy (16), Kenyon (15), el papá Herbert (48) y la mamá Bonnie (45).  El matrimonio tenía otras dos hijas mayores que ya no vivían con sus padres.  Sin vecinos en un kilómetro a la redonda, en un pueblo del oeste de USA donde nunca pasaba nada, una madrugada del 15 de noviembre de 1959 fueron asesinados con disparos de escopeta calibre 12 a sus cabezas en sus habitaciones la madre y la hija, y en el sótano de igual forma el hijo y el padre, que además fue degollado[2].  Se narra la conmoción y desconfianza de los habitantes del pueblo y las actividades de investigación a partir del descubrimiento la mañana del 15 de noviembre de los 4 cuerpos de la familia Clutter.  No hubo motivo, pues apenas se hurtaron algo así como cuarenta dólares, unos prismáticos y un radio portátil. Los Clutter No tenían caja fuerte y para toda compra el señor Clutter usaba sólo cheques, nunca efectivo (como todo el pueblo conocía).
  • Intercaladamente se va narrando el encuentro de los dos asesinos Perry Smith (36) y RICHARD Hickcock (33) para cumplir el plan de éste:  robar a los Clutter sin dejar testigos (“-Pan comido -dijo Dick-. Te prometo, encanto, que les vamos a dejar el pelo salpicado a las paredes”[3]), su pasado, sus fantasías, sus familias y su forma de vida; la estadía en la cárcel (Perry por robar una tienda en Texas y Dick por librar cheques sin fondos), la salida de la misma. 
  • Se describe la investigación y las amarguras de Al Dewey por dar con los responsables teniendo solo unas sogas y unas huellas de sangre de dos zapatos (uno de ellos Catpaw); la persecución una vez se dio información por un recluso, Floyd Wells, sobre unas charlas en prisión con Richard Hickcock que nunca pensó fueran a hacerse realidad. Le había contado a Dick sobre el señor Clutter y  sobre unos supuestos diez mil dólares que  tenían para pagar cada semana en la Granja River Valley.  Richard siempre dijo que no dejaría testigos en la casa Clutter. También se compraron cinta y cuerdas para amarrar a más de diez personas, por si las moscas y tenían visita Los Clutter. ¡En todo caso, nadie viviría para contarlo!  Se sabe que fue Perry quien asesinó la familia Clutter, pero también, como lo detalla la obra, nada se habría producido sin la conjunción de este par de sujetos. El plan completo era de Dick (Richard Hickcock). Eran dinamita pura “juntos” (aunque se deseaban matar el uno al otro: “sin testigos es, sin testigos”) y sus acciones fueron esenciales para la obra criminal en conjunto (coautoría impropia, pues solo uno accionó el gatillo y mató):

Dijo Perry,

“Nada de esto habría sucedido jamás si no es por Dick; casi todo fue por culpa suya, pero lo cierto es que fui yo el que mató a los cuatro Clutter”

  • Las peripecias y vagabundeo de Smith (31 años a noviembre del 59) y Hickcock (28 años a noviembre de 59)  por siete semanas (40 días), ambos en libertad condicional (una de cuyas condiciones era no juntarse con exconvictos y en el caso de Perry Smith no volver al Estado de Kansas[4]), hasta por México para regresar absurdamente a las manos de la Policía en las Vegas (30 de diciembre de 1959), poniendo cheques sin fondos, vendiendo botellas, empeñando cosas, tomando autostop y engañando prostitutas.  También nos habla sobre su procesamiento en el tribunal del condado de Kansas (Garden City) en cabeza del juez Tate: los interrogatorios, las defensas de cada abogado (uno más defensor consagrado que el otro), el ambiente del proceso y sus protagonistas judiciales, entre ellos el jurado, los investigadores- en especial Dewey-; finalmente la condena y su estadía en pabellón de la muerte y finalmente el “Rincón” como era conocido el lugar de su ahorcamiento el 14 de abril de 1965 en la prisión de Lansing, tras varios tránsitos en la maraña de legalismos de que está compuesta la ejecución de la pena de muerte en los Estados Unidos.
Truman Capote
  1. PERRY SE PREGUNTA SI ES UN ANORMAL.

“cuando Perry dijo “creo que tiene que haber algo mal en nosotros, estaba admitiendo algo que odiaba admitir. Era muy doloroso imaginar que puedes “no ser normal”, sobre todo si lo anómalo que hay en ti no es culpa tuya sino de algo con lo que has venido al mundo” ¡no había más que fijarse en su familia! ¡en todo lo que había pasado con ella! Su madre, alcohólica, se había ahogado en su propio vómito; de sus hijos, dos chicos y dos chicas, solo la más pequeña, Barbara, había logrado llevar una vida normal, se había casado, empezaba a formar una familia. Fern, la otra chica, se había tirado por la ventana de un hotel de San Francisco (…) Y luego estaba Jimmy, el mayor de los hermanos…Jimmy, que un día había llevado a su mujer al suicidio y que al día siguiente se había pegado un tiro en la cabeza.

“fue cuando oyó que Dick decía:

-a mí déjame al margen, querido. Yo soy normal

“A Sangre Fría” contiene en este apartado una aproximación de boca de sus dos protagonistas criminales al tema de la conexión entre salud mental, anormalidad y psicopatía, entendida como una forma de trastorno de las emociones, como se explicará en detalle. Capote pone sobre la mesa la posibilidad de que al menos uno de estos sujetos reconozca que algo no anda bien en su mente, que no es normal haber hecho sin más lo que hicieron. 

Y es que definitivamente la pregunta que nos hacemos al instante de saber que un ser humano fue capaz de atrocidades sin motivo más allá que la maldad pura -las más de las veces cargada de crueldad y sufrimiento- es: ¿qué clase de desajuste cerebral existe en la base de semejantes atrocidades? ¿es un enfermo mental el psicópata? ¿está determinado a hacer sufrir el psicópata? ¿si está determinado a hacer daño insufrible a sus semejantes, puede hablarse aún de responsabilidad y por ende de reproche? ¿puede controlar sus impulsos el psicópata? ¿puede ser imponible una pena al psicópata si supiéramos que sus actos estaban dictados exclusivamente por su estructura cerebral? ¿entonces, no es una pena sino una medida de seguridad lo que podrían imponer los jueces?

Estos y más interrogantes se expanden tan pronto Perry Smith se plantea la posibilidad de que su cerebro esté dañado, sus funciones, o sus emociones hayan sido alteradas en su propia bioquímica por el maltrato y abandono padecidos en su infancia.  La época es más que propicia para usarnos de “A Sangre Fría” para discutir sobre la responsabilidad penal y las consecuencias de los avances en neurociencia, los cuales a la fecha no presentan tal impacto del que pueda derivarse una alteración del sistema de culpabilidad o ampliación de los márgenes de la inimputabilidad. Se trata en efecto, de un movimiento global que es conocido como neuro centrismo y que pretende según sus palabras derrotar por cuarta vez a los paradigmas de la ciencia.

Luego de Darwin que nos puso al lado de los simios, Freud que halló que la causa última de los actos puede ser el inconsciente, vendría la neurociencia a decirnos algo así como que no somos libres y que en realidad somos nuestro cerebro, punto.

Inmediatamente se encienden las alarmas ante tremenda soberbia cientificista, pues las primeras consecuencias de al menos creer en un determinismo a ultranza es la democracia y las garantías ciudadanas. 

¿Qué gobierno se abstendría que aplicar a sus ciudadanos drogas para cautelarmente controlarlos? ¿Quién no acería en la tentación de mejorar su descendencia para inocular el gen criminal? ¿Quién no sucumbiría ante el encanto de las panaceas científicas de una sociedad de superhombres? ¿Qué no darían algunos sectores de la ciencia por gobernar el mundo a punta de jeringas y pastillas? ¿y se imaginan, también, las super ventas de las farmacéuticas y su poder político ilimitado?

¿y si por este camino volvemos al positivismo fascista? ¿Y si las togas se reemplazan por batas blancas y quirófanos? ¿Perry Smith entonces no debió ser condenado a muerte en la horca sino a tratamiento de por vida en una clínica mental?  ¿se alteraría la estructura de la culpabilidad al admitir que los actos del psicópata no le pueden ser reprochados por estar determinados por fuerzas incontrolables? ¿Aún se podía sostener la conciencia de la antijuridicidad? ¿Ha podido la ciencia llegar a determinar la causa específica de la psicopatía o un correlato en la actividad cerebral de la conducta criminal psicopática? ¿Puede anticiparse o prevenir el accionar de los psicópatas? ¿Se los podría individualizar y clasificar? ¿cómo? ¿puede funcionar el fin retributivo de la pena?

LA LIBERTAD DE ACCIÓN, DETERMINISTAS E INDETERMINISTAS. LAS MODERNAS INVESTIGACIONES DEL CEREBRO Y LA DETERMINACIÓN DE LA VOLUNTAD.

¡No defenderemos ni al determinismo ni al libre albedrío! Porque acaso no es posible una defensa de ninguno. El uno es un mito nacido en la doctrina religiosa, el otro es un mito cientificista y reduccionista: todas las respuestas, dicen los deterministas, se encontraría en el cerebro.

El cerebro es un asunto político global

Una vez derribado el muro de berlín, los Estados Unidos declaran oficialmente la década del cerebro. El congreso de los Estados Unidos en 1989 y George Bush al siguiente año hacen la declaración oficial de inicio de una política de financiamiento y respaldo político a las investigaciones sobre el cerebro.  Como se observa, se trata de un acontecimiento que lleva la impronta de quienes se encuentran expectantes en el tablero de los factores económicos globales. 

Como se podrá entender entran en juego ahora los diversos centros de poder académicos y científicos del mundo a través de seminarios, congresos[5], declaraciones conjuntas, artículos académicos y toda la batería inmensa y pesada de la literatura científica. Se suman en esta carrera los divulgadores científicos, las editoriales, los laboratorios, los farmaceutas, los genetistas que ya tenían toldo aparte, y una variada gama de científicos y seudocientíficos, así como mercachifles que empiezan a llenar las pantallas de su televisor o celular de temas neuro (neuro comida, neuro política, neuro pedagogía y así). Acá definitivamente hay mucho dinero invertido tras este “dorado” de la ciencia: el cerebro. Y es que sería la solución de todo, sería el camino hacia un mundo feliz y mejor, sin crimen ni violencia y por eso no se escatiman recursos para comprobar que el cerebro gobierna todas nuestras conductas y constituye la personalidad in integro (neuro ética con alcances universalistas).

Sería la moral universal de verdad verdad, construida sobre bases neuronales ciertas y determinadas. Nos prometen que eso nos los va a dar el estudio del cerebro (Gazzaniga y Francisco Mora: “la neuroética es o debería ser un intento de proponer una filosofía de la vida con un fundamento cerebral”).  El método empírico de las ciencias naturales es el que se utilizaría para explicar todas las esferas humanas desde el pensamiento a la acción.

De este ambiente han surgido también una religión. Si, en efecto, tiene su dios que son las leyes naturales y sus feligreses que son quienes van por el mundo declarando eufóricamente que han encontrado el lugar del santo grial de la conducta humana (eso sí, nos dicen que el grial no lo han encontrado aún). Todo es medible y la moral también, nos vociferan. 

Desde hace unas tres décadas se vive un elevado interés desde las ciencias del cerebro por el estudio de los mecanismos que subyacen a la toma de decisiones. Se ha intentado penetrar en los entresijos neuronales para dar con el “chiste” de por qué la gente se comporta como lo hace. Y es que realmente, ante la derrota definitiva del dualismo mente y materia, alma y cuerpo, se acrecientan las expectativas en las ciencias del cerebro para dar con las respuestas sobre el proceder de los seres humanos, pues -se entiende por algunos, -de él provendría la totalidad de la naturaleza humana.  Seríamos humanos en la medida que tenemos un cerebro humano. En esa medida es del cerebro del cual provendría y constituiría todo lo que conocemos como “el yo”. 

¡Yo no soy yo, es mi cerebro! Dictan los deterministas neuro centristas tan de moda hoy en día, muy a pesar de que los avances de la ciencia no sean tan demoledores ni tan prometedores, como daremos cuente en este escrito.

Y es que decía Hipócrates:

“la inteligencia, la moral y la locura dependen del cerebro. Es el origen de los placeres, las alegrías, las risas y los juegos; por otra parte, de las tristezas, las penas, los descontentos, las quejas. Y es por él sobre todo que pensamos y conocemos, vemos, escuchamos, conocemos lo desagradable y lo bello, el bien y el mal, sea que distingamos esas cosas por las convenciones del uso, sea que las reconozcamos por lo útil que ellas nos procuran…”.[6] 

Entonces, no es difícil creer que las nuevas tecnologías para investigación cerebral estén sirviendo de música de fondo a un neuro derecho (neuro law), a una neuro ética, al neuromarketing y así como una moda se  van cosechando debates que vuelven del pasado dizque con pretensiones de respuestas científicas ciertas.

Se quiere discutir la libertad y deconstruir la responsabilidad, más por expectativas que por realidades o descubrimientos de la ciencia, y porque se trata de preguntas a lo mejor irresolubles y que terminan remitiendo a la filosofía.  También con claros propósitos que sirven a grupos de poder económico y político.

Por un lado, el libre albedrío:  la voluntad es parte del sujeto que la experimenta y ejerce. El sujeto está sin ataduras para adoptar decisiones, son en este sentido decisiones libres pertenecientes a un sujeto libre al que se le puede castigar porque su libertad consistía en poder siempre hacer algo diferente, en tener alternativas para escoger. Su conducta le pertenece como ser libre, lo hace responsable y merecedor de un castigo.  Solo se libra del castigo quien puede demostrar que no era libre y que estaba determinado (enfermedad mental vr. Gr).  La condición necesaria de todo castigo es la libertad de actuar.

El libre albedrío es como una causa sin causa. Pura metafísica construida a partir de la necesidad de demostrar que DIOS es bueno. Claro, si Dios es omnipotente de él vendría todo. Él es el origen de todo. ¿Incluso del mal? No, dios es esencialmente bueno nos dicen; por ende dió al hombre una capacidad como la libertad que le permite decidir el bien o el mal. No es Dios quien decide, es el hombre, para eso está dotado de libre albedrío. Si no fuera así, pues todos los males provendrían de Dios, y en últimas él sería el responsable, acaso también si dotó al hombre de su naturaleza y si en su naturaleza don de dios está el mal, dios sería creador de éste. Así las cosas, nunca será dios responsable de nada si es el hombre quien tiene libertad de decidir. Serán sus decisiones no las de Dios las que serían buenas o malas. Con esto se mantiene la dicotomía bien y mal, dios y diablo.

Por el otro lado, el determinismo: que nos dice que son esas causas (tampoco entendemos por qué se les llama causas si no han demostrado qué causan) inconscientes en el cerebro las que determinan la acción. Es nuestro cerebro y sus mecanismos los que determinan la conducta humana. La libertad sería experimentada por el sujeto como una sensación. El cerebro le hace creer al sujeto que es libre, dicen algunos extremistas del determinismo. Y Es que podríamos ser -para algunos entusiastas- un simple estado mental del cerebro)[7], y que la libertad, por ende, apenas es una ilusión creada. ¡¿soy yo o mi cerebro?! Se preguntan. 

Debemos advertir en todo caso, que a pesar de los avances científicos en ubicar campos o zonas del cerebro donde operan diversas actividades, sentidos o emociones, todavía los neurocientíficos deberán estar entretenidos por siglos pues a la fecha no se ha descubierto completamente el cómo actúa esa mecánica, conexiones o bioquímica cerebral en la toma de decisiones.

Desde el caso de Phineas GAGE[8], quien fuera atravesado por una barra de metal por su cabeza sin que se afectaran funciones cerebrales como el racionamiento lógico, sino más bien padeciendo graves afectaciones de la personalidad, la neurociencia ha puesto de relevantes a los lóbulos prefrontales como responsables del auto control la empatía, la moral, la autoestima, las emociones sociales[9] también se habla de la glándula pineal etc


[1] ROSARIO DE VICENTE MARTÍNEZ, A sangre Fría. El núcleo duro del derecho penal. CINE/DERECHO. Tirant Lo blanch, México 2012. Pág 37 y 13.

[2] El matrimonio tenía dos hijas más que ya no vivían con sus padres y se salvaron de morir.

[3] A sangre Fría, Ob. Cit. pág. 39

[4] “estar otra vez en Kansas cuando apenas cuatro meses atrás había jurado, primero al comité de libertad condicional del Estado y luego así mismo, que jamás volvería a poner el pie dentro de sus fronteras. Bueno, tampoco se iba a quedar mucho tiempo”. A sangre fría, editorial Anagrama, 2010. pág. 29.

[5] San Francisco, mayo de 2002. Fundación DANA, editora revista Cerebro.

[6] Hipócrates, tratado de la enfermedad sagrada. Citado por DIEGO GOLOMBEK. Cavernas y Palacios, en busca de la consciencia en el cerebro. Edit. Siglo XXI, editores. Buenos aires, argentina, primera edición, 2008. Pág. 52.

[7] “¿somos una función del cerebro? Por si las implicancias de este interrogante no bastaran, todavía cabe la pregunta. ¿somo una más de las funciones de nuestro cerebro? ¿sólo eso, un complejo de inferioridad para llevar a cuestas? Hay quienes afirmaron, y aún afirman, que los genes son los que determinan la estructura y la función de los organismos, lo que equivaldría a decir que somos la más acabada expresión de nuestra genética. Otros no se quedan atrás y afirman que lo que nos hace ser quienes somos -nuestros procesos mentales, nuestra consciencia de ser, entre otras menudencias -no es más que la actividad concentrada de grupos de neuronas en el cerebro”.  DIEGO GOLOMBEK, ob. Cit. Pág. 27.

[8] Existen serias críticas a la propuesta de Damasio, quien también nos habla en su obre “En Busca de Spinoza” del caso de Elliot: “después del accidente, Gage causaba la impresión de sentirse más desinhibido, en tanto que Elliott se volvió más mesurado. Lo que ambos tienen en común, según DAMASIO, es que pese a haber conservado sus facultades cognitivas, perdieron la capacidad de establecer la línea de conducta que más favoreciera a sus intereses. Los dos habrían perdido la capacidad de tomar decisiones social y personalmente sensatas. Partiendo de los resultados obtenidos en el estudio de Elliott así como de otra docena de pacientes afectados de una lesión prefrontal, DAMASIO identifica un patrón de síntomas que ha denominado “la matriz de Gage”. Los pacientes pertenecientes a esta categoría han demostrado tener emociones y sentimientos aplanados, mientras que sus demás funciones cerebrales han seguido intactas” DOUWE DRAAISMA, Dr Alzheimer, supongo. Y otros 11 científicos que dieron nombre a los trastornos de la mente. ARIEL editores. Pág. 86.

[9] En 1848 “Gage, de veinticinco años de edad, estuvo trabajando en la construcción de una línea de ferrocarril en el estado norteamericano de Vermont (…) al caer la tarde del 13 de septiembre, algo salió mal. Gage acababa de verter la pólvora en el agujero cuando alguien le gritó para decirle algo (…) toda la carga explotó en su rostro. La barra atravesó la mejilla izquierda y la base del cráneo -poco faltó para expulsar el ojo izquierdo de su órbita-, penetró la parte frontal del cerebro, salió disparada por el cráneo y finalmente cayó a unos treinta metros”. DOUWE DRAAISMA, Dr. Alzheimer, supongo. Y los otros 11 científicos que dieron nombre a los trastornos de la mente. ARIEL editores, pág. 73.


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