¿Somos responsables de nuestras elecciones?
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Desde la antigüedad, muchos pensadores se han preguntado si elegimos libremente lo que hacemos o, por el contrario, si nuestras acciones están determinadas por fuerzas que escapan a nuestro control.
En el libro ‘Decidido: una ciencia de la vida sin libre albedrío’, Robert Sapolsky, neurocientífico de Stanford, sostiene que el libre albedrío es una ilusión. Imaginemos a un ‘José’ que decide seguir una dieta sana. Se encuentra en un café con un amigo, que pide un trozo de un pastel particularmente apetecible e insta a José a hacer lo mismo. Pero José resiste la tentación. Pensará tal vez que ha ejercido su libre albedrío y merece elogios. Pero Sapolsky lo niega: que haya podido optar por no pedir el trozo de pastel es atribuible a sus genes o quizá a la educación que recibió; en cualquier caso, factores sobre los que no tuvo control.
En opinión de Sapolsky, al estar nuestras acciones determinadas, no tenemos responsabilidad moral por ellas y no merecemos elogio ni culpa por lo que hacemos. Lamenta que en cada lugar y en cada momento, en los tribunales y en las aulas, en las entregas de premios y en los discursos fúnebres, nos aferremos con “feroz tenacidad” a la creencia en el libre albedrío.
Pero el error de este argumento no es afirmar que todo tiene una causa, ni creer que el universo (incluida nuestra conducta) está determinado. Es concebible que alguien que conociera a la perfección nuestros genes y el entorno que nos rodea fuera capaz de predecir nuestro comportamiento. El defecto en el argumento de Sapolsky (y muchos otros antes que él) es no reconocer la distinción entre conductas que son resultado de elecciones que realizamos y conductas que no.
Imaginemos a dos personas, Jorge y María. Jorge está enojado con su vecino porque no lo saluda cuando se cruzan en la calle. Sabiendo que cada mañana el antipático vecino toma el tren en la estación cercana para ir a su trabajo, decide aprovecharse de esa circunstancia para librarse de él.
De modo que sigue a su vecino hasta la estación y se queda detrás de él junto al andén, a la espera de una oportunidad para empujarlo a las vías cuando llegue el tren. Varios días el vecino se queda demasiado lejos del borde, y Jorge no puede ejecutar su plan. Pero persevera hasta que un día el vecino se acerca lo suficiente al borde para darle un fuerte empujón; el vecino cae bajo las ruedas del tren y muere.
María toma el mismo tren para ir a trabajar. Una mañana llega justo cuando el tren está entrando a la estación; corre a subir, y en su prisa no ve un bolso que alguien ha dejado en el andén. Tropieza con él y golpea a un vecino que está de pie en el borde; este cae bajo las ruedas y muere.
De Jorge podemos decir con razón que eligió por voluntad propia matar a su vecino y es moralmente responsable por su muerte; pero de María no podemos decir lo mismo.
¿Deberíamos abstenernos de pensar que Jorge es responsable por la muerte de su vecino y merece ser acusado y castigado por ella? ¿O considerar de algún modo a Jorge y María igualmente responsables por la muerte de sus vecinos?
Seguro que no. En todo el mundo la gente hace distinciones como esta, e incluso Sapolsky señala que hay animales que lo hacen. Describe estudios con chimpancés y otros simios, donde reaccionan en forma diferente frente a una persona que pudiendo darles comida no lo hace, respecto de otra que no puede: prefieren estar cerca de la segunda.
La respuesta de Sapolsky es: «Caray, hasta los chimpancés creen en el libre albedrío». Pero el estudio no demuestra que los chimpancés crean en el tipo de libre albedrío que es incompatible con la verdad del determinismo. Si creen en algún libre albedrío, es del tipo compatible con el hecho de que nuestras acciones estén determinadas, así como la diferencia en nuestras opiniones respecto de Jorge y María es compatible con el hecho de que estén determinadas las suyas.
En relación con el delito, Sapolsky rechaza las teorías penales retributivas y cree que deberíamos tratar de reducir los males sociales que llevan a algunas personas a tener conductas antisociales. Estoy de acuerdo: considero que el objetivo de la sanción penal no debe ser castigar a las personas por ser malas, sino prevenir el delito. Aunque el determinismo sea correcto, eso no altera el hecho de que las personas toman decisiones y deben ser consideradas responsables por ellas.
*Publicado con la autorización de Project Syndicate.

Peter Singer
