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La gloria eres tu: «Caos». Cap. 4

La gloria eres tu: «Caos». Cap. 4

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Por Alessandra Sabatini

Capítulo 4

Caos

Desde temprano recorrimos hermosos parajes de la capital italiana  impregnando nuestro momento, poco a poco de leyendas y anécdotas increíbles de la historia de la humanidad. Sin darnos cuenta nos convertimos en turistas deslumbrados de los que no se quieren perder ni un detalle de la Fontana de Trevi en donde Luca insistió seguir la tradición para asegurar un próximo reencuentro en Roma, lanzando una moneda dentro de las aguas del imponente monumento del que brota Neptuno el señor de los mares, Poseidón para los griegos. En esa fastuosa fuente, Neptuno demuestra su infinito poder desplazándose por los océanos en una carroza tirada por enormes caballos. Ante aquella fachada del Palacio Poli, prometí volver a Roma siguiendo la leyenda y logrando, además, que ese instante maravilloso de mi vida transcurre lento para evitar que mi mente algún día lo borrara. Nos sentamos frente a las figuras acuáticas, observamos a cientos de turistas gozando del sin igual momento y de las maravillas talladas a la perfección haciendo parecer que aquellas hermosas estatuas eran en realidad un conjunto de efigies vivientes. Saboreamos un helado exquisito y plasmamos en fotografías nuestra dicha desbordante.

Sumidos en el bullicio de la capital italiana aluciné, creo que me estaba enamorando de Luca y muy en serio, sobre todo, por su manera de tratarme y hacerme conectar a un país encantador por su gente y su hospitalidad. Se empeñó en presentar la mejor cara de Roma y fuimos a lugares maravillosos, comimos en un restaurante muy cerca de la Piazza de Venecia y seguimos celebrando la alegría de estar juntos. A media noche salimos a caminar a los alrededores de un símbolo macabro: el Coliseo romano construido desde el siglo I con sus inmensas paredes que acopian una historia lúgubre de sangrientas festividades paganas realizadas por más de cuatrocientos años y recordadas aún por el bárbaro gozo de los aficionados que hace miles de años disfrutaron en aquel anfiteatro imperial las luchas a muerte de fieras y gladiadores y el sacrificio de cristianos con el cruel fallecimiento de cientos de ellos. Aquella noche hablamos del episodio histórico de su inauguración con celebraciones que se prolongaron por más de cien días en las que miles de personas perdieron la vida en la arena de uno de los escenarios de muerte más deplorables de la humanidad. Frente al imponente coliseo el alma se confunde y se inunda de melancolía y soledad por tanto sufrimiento que se vivió y por los que sacrificaron su vida con valor.

Entrada la madrugada llegamos al hotel y al subir Luca no hizo siquiera el ademán de ir hacia su habitación, probablemente seguro de que yo cedería a la pasión y al gusto compartido, por eso quizá, quedó helado cuando con voz pausada le expliqué:

– ¡Nos estamos conociendo, me gustas mucho pero no soy tan puto como parece! –

Sonrió y respondió:

– ¡Dejarnos llevar por los sentimientos y la pasión, no quiere decir que seas regalón! –

Y alentado por la euforia acumulada y por los tragos que bebimos le dije con picardía:

– ¡Me voy mañana lo más saludable es no quemarnos en una hoguera! –

Con el deseo a flor de piel, pasó su brazo por encima de mis hombros y susurró:

– ¿Es que no te gusto? –

Sin pensar aclaré:

– ¡Eres la cosita más bella que he conocido! –

Y con un gesto cómplice repitió:

– ¿Estás seguro? –

Sin poder disimular el gusto que sentía por él intenté explicarle:

– ¡Preferiría algo más duradero contigo por favor no matemos esta magia! –

Creí que lo alejaría con mis palabras, pero me equivoqué, mirándome fijamente dijo:

– ¡La vida es una sola, no te arrepentirás jamás! –

Su mirada apasionada y sus labios repitiendo una propuesta tan tentadora, derrumbaron la débil oposición que pudiera estar fingiendo y sin dudarlo, lo dejé entrar. La puerta se cerró y ambos permitimos que una desenfrenada lujuria se apodera de nosotros.  ¡Que italiano tan cabrón!

A la mañana siguiente subimos a desayunar y aprovechamos mi último día en Roma visitando la Basílica de San Pedro antes de mi regreso a Madrid en un vuelo nocturno. No había olvidado la penitencia impuesta por el obispo y más que nunca debía obedecerla sobre todo ahora que sin de pronto andaba literalmente con “el pecado en la boca”. Parecía que estaba condenado a seguir faltando muy gravemente era muy probable que hubiera hecho méritos para ganarme “el fuego eterno”. En la terraza donde me había confesado la mañana anterior con el obispo desayuné con Luca y mientras disfrutamos agradables panecillos nos mirábamos con complicidad. Sin pensarlo le solté mí secreto:

– ¡Soy casado! –

Sorprendido, replicó:

– ¿Tienes otro hombre? –

Levanté la mirada y claramente le dije:

– ¡Tengo una mujer maravillosa que me espera en casa! –

Luca palideció y expresó con cierto sarcasmo en su perfecto español:

– ¡Casi todos están casados y con hijos! –

Sonreímos, me alcanzó mermelada, queso y café y como si mi revelación no tuviera la menor importancia dijo muy animado:

– ¡Estoy listo para acompañarte a la Basílica! –

Media hora después ingresamos al vaticano: una gran potencia con el territorio más pequeño del planeta y su significante monumento de fe y mi tormento como homosexual. Sin arrepentimientos por el pleno disfrute con Luca y sin asumirme pecador era obvio que la noche anterior yo había comenzado un proceso de revelación social e íntima de mi homosexualidad.

Después de caminar un buen trayecto tropezamos de frente con la majestuosa fachada de la Basílica vaticana con sus místicas e inmortales representaciones de los doce apóstoles que en realidad son once porque Pedro reposa en la planta baja a la altura de la cúpula donde están las tumbas de los Papas. Me sentí cómodo en aquel ambiente sacro donde se puso a prueba mi vigorosa consagración a Dios al sobrevivir sin daño el prejuicio cruel que el mundo cometía sobre mí, porque antes que gay, yo era un hombre creyente y piadoso, aunque la iglesia de los hombres me rechazara. Por mi complejo de culpa es probable que me hubiera convertido en un fanático religioso fervoroso de Jesús, el que peca y reza empata, en eso estaba yo, seres humanos que sufrimos por sentir diferente y transgredir una fe aprendida desde la niñez.

Crecí con la idea de que todos los seres humanos descubren el propósito de su vida cuando se ciñen a las enseñanzas del Señor. Un mundo de amor que se convirtió en martirio cuando descubrí que era homosexual y estaba obligado por mi entorno familiar a guardar las apariencias y caminar recto por el sendero de la virtud y la decencia. Maldije cientos de veces mi instinto gay y quise erradicarlo, me sentía como si portara una contraseña hacia el infierno. En su coche deportivo Luca me llevó al aeropuerto de Fiumicino donde nos entretuvimos cenando en un restaurante y soñando con vivir algún día juntos. Pasadas las siete de la noche nos despedimos de prisa, estuve a punto de perder el vuelo.

No tenía duda de que Luca y yo teníamos muchas cosas en común y comencé a sentir vibraciones cada vez más fuertes por las enormes coincidencias: éramos médicos, también a él le apasionaba ayudar a los demás, teníamos la manía de leer diariamente el horóscopo: él era Acuario y yo Tauro, coincidimos en muchas cosas, los dos disfrutamos una conversación, una película o una visita a algún museo. Me quedé con su abrazo eterno e inolvidable.

Desde ese momento planeamos su viaje para que trabajara conmigo en cirugía reconstructiva en el hospital que yo dirigía en México. Luca me platicó acerca de AUM una agencia dedicada a respaldar profesionales voluntarios que donan su tiempo y trabajo en beneficio de personas de escasos recursos que padecen enfermedades y deformidades físicas. Unos meses después, Luca se encargó de hacer mi presentación ante AUM para incluirme a dicha obra social.

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