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Por el corazón del Guayabero

Por el corazón del Guayabero

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Nueva Colombia es una vereda del municipio de Vista Hermosa, en el sur del departamento del Meta. Esta es una de las siete veredas que componen el núcleo de la región del Guayabero, junto a Caño Cabra, Caño Cabra Alto, Caño San José, La Reforma, El Silencio y Tercer Milenio. Desde el mes de mayo y hasta la fecha en la región del Guayabero se han venido adelantando procesos de erradicación forzada en los cultivos de coca. En este momento la Fuerza de Tarea Conjunta OMEGA hace presencia en las veredas de La Reforma, Caño Cabra y Nueva Colombia.

Desde hace más de un mes llegaron a la vereda fuerzas del estado a cumplir con labores de erradicación, y de igual manera, los pobladores de la región vienen realizando allí el proceso de resistencia campesina más largo en los últimos meses, donde el foco de la erradicación ha sido en Nueva Colombia. La crisis humanitaria que denuncian los campesinos allí va desde injurias provenientes de los soldados al decirles que son «guerrilleros vestidos de civil», señalarlos como narcotraficantes e incluso abusos como el vivido el ocho de agosto cuando tuvieron retenidos a varios campesinos que fueron torturados, calumniados, insultados y golpeados durante varias horas a manos de miembros del Ejército Nacional.

En medio de una región cuya historia ha sido escrita con balas, terror y sangre, los campesinos de la región del Guayabero esperan que el panorama cambie para ellos. Constantemente piden garantías para poder dejar atrás el «maldito legado de la coca» como algunos mismos dicen, pues esperan poder llegar a acuerdos con el Gobierno nacional y articular trabajos con la Gobernación del Meta.

Sin embargo, para muchos es inviable poder empezar con la erradicación voluntaria, cuando además de ser invisibilizados, están en medio de las presencias hostiles de disidencias de Las FARC-EP y tropas del Ejército Nacional. Esto ha traído una oleada de incertidumbre y constante sensación de inseguridad a la región. Temen pueda agravarse y que, como en otras regiones del país, empiece a conocerse el Guayabero por titulares de tragedias en diarios y noticieros.

20 de Agosto

Para llegar a Nueva Colombia el camino es, como dirían los abuelos, largo y culebrero. Por donde se quiera ir, la comodidad es un factor desconocido y la inmensidad de la espesa selva de la Amazorinoquía es una constante que no deja de maravillar a los ojos de aquellos que pretenden llegar hasta estas tierras remotas llenas de fauna, flora e incertidumbre. Desde San José del Guaviare son seis horas por tierra hasta Puerto Nuevo, un caserío pequeño de casas distantes que, cuando llueve, pasa de tener vías a pantanos serpenteantes que marcan la ruta para continuar hacia Puerto Cachicamo o ir hasta el puerto donde ese veinte de agosto la lancha esperaba para salir en un viaje de cuarenta minutos hacia Nueva Colombia.

Ya con el cielo tiznado y bañado de negro, la lancha toca el puerto de Nueva Colombia sobre las siete de la noche. A los invitados se les recibe en la residencia de Doña Eulalia. Ella, de más o menos un metro con sesenta, cabeza adornada con una cabellera plateada, arrugas sobre su cara y sus manos fuertes, lleva casi cuarenta años en la vereda. Aquí nacieron sus hijos, aquí hizo su vida y tiene para aquellos que llegan una residencia humilde y muy cómoda. Paredes de madera, piso de tierra, cama con toldillo, puertas que se aseguran con cadena, candado y cuyos alrededores en las noches se llenan de sapos por docenas que resguardan y como en un desfile, hacen pasillo hacia los baños.

21 de Agosto

Iniciaba la madrugada y sobre la 1:14 el centro poblado y las fincas aledañas de la vereda despertaron de manera abrupta por un movimiento brusco en las paredes de las casas y un sonido estruendoso que causó nerviosismo entre la población de Nueva Colombia. «Un bombazo tremendo» decía Diego Echeverry o ‘Cebollita’ como le conocen en la vereda. Sin tener información sobre el aparente bombazo, sin saber dónde, cómo, quién o por qué, ya las personas de muchas zonas rurales del país tienen claros los sonidos de cada artefacto. La particularidad de lugares como Nueva Colombia, es que más que por nombres o por apellidos, se conocen por apodos. Apodos, nombres llamativos que tienen de infancia o que la algún amigo o familiar les puso por una característica de su cuerpo, alguna palabra que repiten mucho o basado en algún momento gracioso o vergonzoso.

Sobre las seis de la mañana varios campesinos se dirigen a los cultivos de ‘Chigüiro’. Allí, seis raspachos trabajaban para sacar lo del día mientras el resto acude a los plantones para contrarrestar las arremetidas del Ejército Nacional en los procesos de erradicación forzada que se adelantan en la región del Guayabero desde mediados de mayo del 2020.

Las jornadas de raspa inician aproximadamente a las seis de la mañana y van hasta medio día. En la altura de algunas palmas suenan los pájaros que acompañan y musicalizan el contraste de verdes de coca, plátano y monte con el azul del cielo y las camisetas de colores de los raspachos. Descalzos con los dedos de las manos envueltas en toldillo para raspar y que no lastime tanto las manos. Hay personas de todos lados: San Juan de Arama, San José del Guaviare, Villavicencio, Bogotá, Cauca, Bolívar, Valle del Cauca, Caldas y hasta Venezuela. Ya en los campos, varios de los campesinos que están raspando y recolectando, cantan, juegan, hablan sobre la situación que se vive en la región. Llegan a múltiples conclusiones, hablan de varios factores, buscan soluciones y al final de todo llegan a la misma conclusión; sin garantías, la erradicación no es viable. Ni forzada, ni voluntaria. Toda esta problemática ha traído como resultado una presencia hostil de fuerzas armadas, balas, gases, persecuciones, señalamientos y amenazas.

22 de Agosto

Los Dantos es un lugar que se conoce en la vereda por ser una de las fincas donde se reúnen los campesinos que participan en los plantones para evitar los procesos de erradicación que, como ese 22 de agosto, se intentó realizar a manos de aproximadamente cuatrocientos soldados del Ejército Nacional, específicamente de la Fuerza de Tarea Conjunta OMEGA. En el campo habían veintiocho campesinos.

Desde los bordes de la zona de cultivo, que tiene seis hectáreas, uno de los soldados vigilaba con un visor de largo alcance a todas y cada una de las personas que hacían presencia allí. Arrancaron unas pocas matas y tomaron unas fotos, como queriendo mostrar evidencia. Los veintiocho campesinos que hacían presencia, estaban divididos en tres grupos, dos de diez y uno de ocho. Los soldados estuvieron de siete a nueve de la mañana.

Los campesinos de la región se organizaron para apoyarse en esta situación y entre todas las siete veredas del Guayabero envían personas a ayudar con los plantones en el lugar o los lugares en los que se realicen. El proceso de resistir a la inminente erradicación forzada y su llamado a exigir garantías del gobierno empezó el veinte de mayo en Tercer Milenio. Hasta ahora van cinco heridos de bala y más de 30 afectados por municiones no letales. “Las guerrillas son las de los enfrentamientos con el Ejército. Nosotros no tenemos nada que ver, somos campesinos, no guerrilleros. La guerrilla es culpa y problema del estado corrupto. El abandono estatal es absoluto e innegable” dice Pablo Parrado, líder y vocero de la lucha campesina en la vereda Nueva Colombia. Un joven que a los diecisiete años fue elegido como presidente de la junta de Nueva Colombia por su liderazgo, visión y capacidad. Su lucha, como la de los campesinos del Guayabero, es “colectiva e imparable”.

Pasadas las nueve de la mañana llegó un aviso de Manuel Vargas alertando que las tropas que se habían presentado al tajo de Los Dantos y que habían actuado como retirándose, se desplazaron a la finca de Tarcisio para arrancar el tajo de coca que tenía allí sembrado. Al llegar el panorama era desolador. Las tablas de la cama tumbadas, el colchón tirado frente a la casa, desecho con lo que se supondría fueron machetazos o cuchilladas, ropa tirada, las ollas rotas por golpes de machete,  unas botas pantaneras también cortadas por machete y dentro de todo eso, una pañoleta del Ejército tirada.

Los campesinos, Pablo, Michael, Manuel y demás revisan, analizan, se sientan, se miran entre sí y se escucha el silencio acompañado de unos cuantos suspiros. Michael, cabizbajo, lanza una duda al aire que nadie supo responder. “Quién sabe qué habría pasado si en la casa hubieran encontrado personas cuando vinieron esos manes”. Y un silencio de zozobra se toma el ambiente.

Durante dos semanas, los campesinos de la vereda Nueva Colombia en la región del Guayabero estuvieron cuidando y vigilando la propiedad de Tarcisio y desde allí analizaban los movimientos del Ejército. Tarcisio es un campesino que tiene un avanzado cáncer de estómago y está en Bogotá. Ese día veintidós de  Agosto, tropas del Ejército Nacional de la Fuerza de Tarea Conjunta OMEGA del grupo de despliegue rápido número 3 llegó a un tajo de coca, a 10 minutos caminando de la casa de Don Tarcisio. Allí hizo presencia también un grupo de veintiocho campesinos a defender la plantación de la cual sacan los recursos para subsistir. El único día que no se hizo vigilancia en la casa de su compañero ausente, tuvo como resultado una casa destrozada, un cultivo de coca arrancado, unas matas de yuca y plátano macheteadas y mil preguntas en la cabeza de cada una de las personas que vio cómo quedó todo allí.

24 de Agosto

Desde las cinco y media de la mañana y hasta ocho y cuarenta, más o menos, estuvieron llegando campesinos a la casa de Los Dantos. Sobre las nueve y después de tomar un tinto caliente un grupo se dirige al tajo en donde ya estaban varios campesinos, para ver la situación y de camino informan que el Ejército Nacional hace presencia.

Al avanzar para el tajo, se empieza a ver que la tropa del Ejército Nacional está desplegada haciendo un cordón de seguridad alrededor de las seis hectáreas donde hay siembra de coca. A mitad de camino se da el primer encuentro cercano con un cordón pequeño de seguridad compuesto por tres soldados, dos sentados al fondo y uno haciendo guardia sobre un tronco. Uno de los campesinos, Mancilla, le dice que es campesino y que viene acompañando a un periodista hacia donde estaban los demás campesinos que ya hacían guardia en el tajo. El soldado con el nombre oculto y sin insignias dice que nadie puede pasar porque “están realizando procedimientos en la zona” sin especificar siquiera qué tipo de procedimientos realizaban.

Pasados unos diez minutos llega otro grupo de campesinos y se vuelve a preguntar el motivo por el cual nadie puede pasar al tajo, a lo que uno de los soldados responde que por “la seguridad de todos” debido a “procedimientos peligrosos con explosivos en la zona”. Zona donde ya había presencia de doce campesinos. Después de intentar dialogar dicen “si quieren caminar, háganle, pero es su responsabilidad nosotros nos libramos porque les advertimos”. En ese momento llegan del tajo Juan, ‘Calimán’ y otros campesinos a ver qué sucedía y dicen que allá en el lugar donde estaban, las tropas no les dijeron nada sobre un procedimiento. Solo se veían grupos de soldados repartidos en distintas partes del cultivo mientras hablaban, fumaban y veían a los campesinos.

25 de Agosto

Durante las últimas dos semanas del mes de agosto, la casa de Don Manuel Vargas, la misma casa que se conoce como Los Dantos, fue el punto de encuentro de un buen grupo de campesinos de varias de las veredas del núcleo del Guayabero para realizar desde allí los plantones y vigía a los tajos de coca para evitar que fuesen erradicados por las tropas del Ejército Nacional.

La dinámica era siempre la misma. Desde Nueva Colombia se van en moto aproximadamente unos veinte minutos por la vía que conduce a Caño Cabra, después de cruzar un pequeño puente de tabla, se desvía por un camino marcado entre la maleza y allí se llega a Los Dantos. Al llegar a la casa, a toda persona que entra se le ofrece tinto y después de tomarse el tinto y conversar un rato, se camina por diez, quince minutos hasta los tajos. Allí, bajo el sol o la lluvia, los campesinos se sentaban a esperar toda la mañana, así llegara o no la tropa, en grupos esperaban expectantes, alertas por si algo llegase a suceder. En medio de esa jornada en los campos, llaman y piden a los grupos regresar con celeridad hacia la casa, porque tropas llegaron a la casa para entrar y pasar por ella y ahí se encuentran solos Don Manuel, su nuera y su nieta de un año. Don Manuel, acompañado de su determinación como única herramienta, con setenta y dos años y en medio de un paludismo que lo tenía sudando frío, con desaliento y constante mareo, salió con fiereza, entre iracundo y temeroso a evitar que cualquier soldado se acercara a su hogar.

Mientras un grupo de soldados discutía con Don Manuel, Michael, Juan y compañía, otro se desplazaba en medio de una mata de monte hacia el tajo de la familia Vargas. Dos hectáreas sembradas que las tropas de la Fuerza de Tarea Conjunta OMEGA se disponía a erradicar de no ser porque varios otros campesinos se dieron cuenta que, en medio de los arboles y a lo lejos, se escuchaban machetazos hacia esa zona y en una carrera en la que cualquiera quedaría sin aliento, en la punta de una loma, los campesinos llegaron para proteger ese cultivo que como algunos otros, estaban desprotegidos.

Sin embargo la jornada de erradicación se empezó a adelantar mientras algunos campesinos como ‘Chigüiro’, ‘Loco’ o Pablo les gritaban que se detuvieran, que estaban arrancando lo que les daba de comer, que ellos no eran ningunos guerrilleros y que, al igual que muchos de los soldados, son campesinos e hijos de campesinos. Al final, en busca de una solución pacífica y definitiva, se tomaron de las manos e hicieron una cadena humana que evitó que se siguieran arrancando las matas de coca sembradas allí.

26 de Agosto

Sobre las cinco de la mañana y en la ruta que marca la salida hacia Caño Cabra, desde la vereda Nueva Colombia, el motocarguero que recoge a varios campesinos para dejarlos en las distintas fincas en donde se realizan los plantones y procesos de resistencia y vigilancia, empieza a pitar y desde cada una de sus casas empiezan a salir aquellos que madrugaron para ir a resguardar las casas y los cultivos. Los grupos más grandes van hacia las fincas de Los Dantos y Los Costeños. Uno de los grupos, el más pequeño compuesto por dos personas, más tres que esperaban en la casa, se dirigen a donde Hurtado. En la casa de Jorge Hurtado, uno de los fundadores y periodistas de Voces del Guayabero, viven su esposa, su tío, sus dos hijos y él. El grupo de vigilancia allí lo componen Jorge y su tío. A estos dos campesinos se suman Don Pablo y su hijo adoptivo, Mincho, quien también ayudó a fundar y formar Voces del Guayabero.

Entrada la mañana, justo antes que en la finca de Los Dantos empezaran a servir el desayuno, Don Pablo se comunica por radio para avisar que varios soldados entraron al tajo de Nieves, un campesino que tiene un cultivo de más o menos tres hectáreas a diez minutos caminando de la finca de Hurtado. Inmediatamente varios grupos de campesinos salen corriendo y en motos hacia donde el Ejército hizo presencia, para evitar que empezaran con la erradicación en la zona.

Cuando empezaron a llegar los campesinos de las otras fincas, ya las tropas habían marcado un perímetro y no estaban dejando ingresar a nadie a la zona del cultivo. A pesar de esto, decidieron seguir luego de recibir, como en Los Dantos, una advertencia; si seguían avanzando lo que sucediera era responsabilidad de ellos. Esto no bastó para evitar que junto a otros compañeros, se unieran a los pocos que intentaban frenar cualquier acción. A unos diez metros del perímetro marcado por los soldados, esperaban algunos campesinos, que con nerviosismo estaban atentos a cualquier movimiento que indicara el inicio de la erradicación que tanto se quería evitar. Don Pablo, desde su radio, seguía llamando a campesinos e insistiendo en la urgencia de que llegaran para no dejar que arrancaran ninguna mata.

Con lo sucedido el día anterior en el tajo de Manuel Vargas, los ánimos estaban tensos de parte y parte. Si el insulto provenía de un soldado, el campesino respondía y viceversa. No había paz, ni tregua, ni calma. Uno de los soldados, alto, de voz gruesa y con la cara cubierta a excepción de sus ojos y al que sus compañeros le decían ‘Rolo’ era quien más exaltado estaba. Gritaba, insultaba y sus compañeros por más que intentaban calmarlo no lo lograba. Como tiraba, recibía y como recibía tiraba. Mientras en algunos los ánimos se iban caldeando, otros intentaban estarse al margen de la situación. Después de casi dos horas de tener presencia militar en los tajos, lo inevitable inició y las tropas se organizaron, sacaron los machetes de sus cintos y de forma organizada empezaron a arrancar las matas de coca que tenían al frente. Se escucharon unos gritos, manos se levantaron y en multitud todos los campesinos que, de nuevo, tomados de las manos y haciendo cadena humana buscaban evitar que esas matas tan verdes, tan frondosas, tan problemáticas, fuesen arrancadas.

De repente se escuchó un alarido, un hijueputazo acompañado de otros muchos más y uno de los soldados en medio de ese caos se vio impulsado por un brazo campesino. Sonaron otras injurias y unos tiros al suelo que silenciaron todo por unos segundos. Preguntaba Don Pablo sobre qué había sucedido y empezaron a escucharse gritos de nuevo y Edilson, uno de los que estaban en primera línea defendiendo los tajos se alejó un par de pasos, acompañado por Michael y Cebollita. Cojeando se sentó, se quitó la bota ya manchada con sangre, su media también rota y su pie abierto. Un machetazo de un miembro del Ejército cuyo apellido tenía cubierto le había causado una herida en el pie. Mientras esto sucedía en un tronco a unos metros de la trifulca, allí donde sucedió esto, el soldado implicado se lavaba las manos, asegurando que Edilson no tenía por qué «meter las patas» donde ellos estaban erradicando.

Tras la discusión, las agresiones verbales y uno que otro empujón después de lo sucedido con Edilson y su pie, algunos soldados y algunos campesinos se encargaron de calmar a aquellos que estaban alterados. Se retiró el grupo del Ejército Nacional y hasta que salieron de los terrenos de Jorge Hurtado, fueron acompañados en fila por el campesinado allí presente.

28 de Agosto

La noche del 27 de agosto tenía a los pobladores de Nueva Colombia en alerta. Sobre las siete de la noche sonaron cuatro explosiones que, en medio de un aguacero, hicieron vibrar las casas y acapararon como música estruendosa los oídos de la mayoría. Sin embargo, el 28 temprano y como era ya costumbre, sobre las cinco de la mañana se escuchaba ya pasar al motocarguero y algunas motos arrancando para las distintas fincas en las que se concentraban los grupos de campesinos para poder hacer vigilancia a los movimiento de las tropas y así saber qué hacer, pues mientras hubiese presencia del Ejército Nacional en alguna de las veredas que componen el núcleo del Guayabero, el campesinado seguiría organizado y resistiendo por su territorio.

El punto de encuentro principal fue, de nuevo, la finca de Los Dantos. Un tinto caliente al que fuese llegando, alguien cortando leña para el fogón, otro picaba las verduras, otro despresaba el pollo o porcionaba la res y así, con tareas específicas y repartidas entre todos, se empezaba de forma jovial el día. Sobre las diez de la mañana, varios campesinos se encontraban sentados buscando sombra bajo un árbol y Juan, hijo de Don Manuel Vargas, desde allí reportaba sobre la ausencia de tropas, al menos a la vista, pero que escuchaban no muy lejos unos golpes de machete, como atravesando una mata de monte que salía a uno de los terrenos de Don Manuel Vargas.

Al llegar al tajo de Don Manuel, tres soldados hacían presencia mientras que al resto, aún en la mata de monte, se les escuchaba hablar, caminar, reír y demás. Uno de ello presentó su labor y dijo que hacían parte de la Fuerza de Tarea Conjunta OMEGA, sin embargo, no se identificó a pesar de la solicitud de los campesinos. Estuvo parado entre veinte y treinta minutos, acosado por las miradas desconfiadas de los campesinos que allí estaban. Se bajó del tronco que había usado como tarima para hablar y se retiró junto con el resto de tropa. Como en el tajo de Nieves, como en la finca de Hurtado, los campesinos uno a uno fueron caminando tras ellos. Entre esos estaba ‘Calimán’, de poco más de un metro con noventa, cargando un bastón particular. Fue allí cuando por primera vez en Nueva Colombia, en medio de las jornadas de erradicación, se apreciaba a la vista uno de los bastones de mando de la Guardia Campesina organizada por los líderes y voceros de la vereda. Ese bastón guiaba, ese bastón caminaba tras la hilera de soldados que en un punto solo se perdió en la lejanía y las lomas.

29 de Agosto

Ese sábado avisaron desde temprano que, desde una loma, se veían a los soldados caminando, marchando a paso lento, en un desfile que les parecía perpetuo por las fincas de Nueva Colombia. Fue allí, en el tajo de ‘Yátaro’ donde uno de los soldados que pasaba, con un todo su equipaje, paró, con mirada cansada y voz quebradiza empezó a hablar sobre la situación. «Señores, discúlpenme porque yo no estoy de acuerdo con todo esto. Entiendan por favor que nosotros tenemos que cumplir órdenes, esto va más allá de nosotros». Y es ahí, en esos momentos específicos, donde hacen presencia los quebrantos que la guerra deja a su paso.

Todos los soldados caminaban por el terreno cargados con maletas, con cargamento así que para tener más certeza sobre qué harían, un grupo de ocho campesinos, entre los que estaban ‘Chigüiro’, Don Manuel, Juan y Ronal, subieron hasta un alto por la carretera que conduce de Nueva Colombia hacia la vereda Caño Cabra y empezaron a ver que, como se creía, el grupo de soldados donde ya habían contado unos cuatrocientos, se dirigían hacia la vereda vecina que estaba a unos treinta minutos caminando por la montaña.

Desde la loma y viendo que venían los últimos del grupo, el grupo se decide a seguirlos para saber hasta dónde irían durante esa travesía y así tener certeza sobre si seguirían en Nueva Colombia o, en efecto, irían hasta la vereda Caño Cabra y así coordinar con los de la otra vereda para empezar a enviar grupos de apoyo a los plantones.

Después de veinte minutos caminando, por el camino se empiezan a ver grupos de soldados dispersos, descansando, tomando agua, charlando, tomando un respiro para continuar. Para ese punto estaban sobre el tajo de Los Costeños a unos treinta metros de una mata de monte por la que se pensaba atravesarían. Desde otro tajo llegó otro grupo de campesinos encabezados por Jhon, uno de los líderes de la comunidad, para inspeccionar y hacer presencia en caso de que se dispusieran a erradicar allí. Sin embargo, distinto a lo que se creía, la pausa era para tomar un receso y poder seguir su trayecto hasta un caño cercano donde se creyó que acamparían.

No había terminado de irse este grupo cuando avisaron desde la casa de Jorge Hurtado que había llegado ejército al lugar y de inmediato, en una carrera endiablada, la mayoría de campesinos se dirigieron hacia el lugar donde ya hacía un par de días, la hostilidad fue protagonista. Al llegar, en el mismo lugar del primer encuentro en el tajo de ‘Nieves’, un perímetro fue organizado y esta vez, diferente a la última, sí estaban realizando operaciones de búsqueda de artefactos explosivos en la zona.

Mientras atentos estaban los campesinos, los soldados se separaron múltiples grupos y empezaron a desplazarse por el camino que marcaba la ruta hacia la finca de la familia Hurtado y antes de llegar tomaron un desvío hacia la montaña, regresando hacia el punto donde se encontraba la otra tropa y en medio de los árboles y el espesor de la selva se fueron perdiendo hasta llegar a Caño Cabra.

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